Capítulo 4

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El 22 de octubre Alfred y Rebecca fueron a ver a un médico. Peter se quedó a cargo del negocio mientras tanto. Repasó la lista de pedidos y comprobó que sólo había dos clientes para esa mañana: Cécile Schnieper y Alexander Brooke. Una suiza y un inglés. A Peter le sonó a chiste. La tal señora Schnieper había encargado dos cántaros de leche de vaca, mientras que el señor Brooke había pedido desde toda una variedad de quesos hasta cinco jarras de leche de vaca y dos de cabra. Al parecer, tenían pensado hacer un festival de tartas. Una sonrisa se dibujó en su cara, pero no tardó en desvanecerse, como si nunca hubiera estado ahí.

Peter estaba trabajando en un dibujo nuevo. Pintó a Tom cuando era mucho más joven. Aún lo recordaba cuando era un niño. El caballo era realmente hermoso y se veía mucho más robusto y vivo. Lo dibujó corriendo por el prado de la montaña Gärsthorn. Al fondo pintó su cima y un buen puñado de abetos. Eliminó la vivienda de los Müller del paisaje, y en su lugar dio forma a un pequeño lago helado. Quiso plasmar hasta el último detalle. Dibujó las piedras blancas, la nieve en lo más alto y las pequeñas pendientes y colinas que se formaban a su alrededor.

     -Es realmente hermoso.- Dijo una voz tras él. Peter dio un salto, sobresaltado, y el carboncillo se le cayó al suelo. Se sintió realmente estúpido.- ¡Oh, lamento haberte asustado! 

     -No importa... no la he oído entrar.- Excusó con risa nerviosa Peter mientras se sonrojaba. Detestaba sonrojarse. 

     Al darse la vuelta se topó con una mujer alrededor de los cincuenta años. Tenía un rostro amable y cariñoso. Por cómo iba vestida, el joven muchacho intuyó que se trataba de una criada. Más bien, parecía una institutriz. Llevaba un vestido negro muy discreto y el pelo recogido en un moño. Tenía una nariz redonda, y si Peter no se hubiera fijado, no habría podido apreciar el color azul aciano de sus ojos. Tenía una sonrisa bonita, dejando a un lado las pequeñas arrugas que empezaban a dibujársele en el rostro. No se puede decir que estuviera gorda, pero si podía percibirse su enorme busto aprisionado bajo el vestido.

     -¿En qué puedo ayudarla, señora?- Peter repasó la lista de pedidos.- Supongo que es la señora Schnieper. ¿Me equivoco?

     -Bueno, mi nombre es Agata Bettina Köhl, pero trabajo para el señor Brooke. Soy la encargada del servicio, como un ama de llaves.

     -Entiendo. Ustedes son los que han pedido toda esa enorme cantidad de cosas, ¿no es así?

     -Exacto.- Respondió, risueña.

     -Está bien. En seguida se lo preparo todo.

     Mientras Peter iba a la trastienda en busca de los quesos y la leche, la mujer empezó a hablar. 

     -Este dibujo es maravilloso. No es que sea una experta en estas cosas, pero algo sé.- Peter estaba agachado en el pequeño y oscuro almacén cogiendo la leche. Le era imposible contestar por el esfuerzo, con el cuerpo doblado por la mitad.- Mi señor es un hombre de mucho postín. Le gusta la buena música, el arte, la danza, la literatura... le encantaría ver tus dibujos. Él sabría apreciar tu talento verdaderamente.- Peter casi había terminado de coger todo lo que los Brooke le habían encargado. El joven pensaba que la señora Köhl ya había terminado de hablar, pero se equivocaba. Después de cada palabra, Agata Bettina Köhl siempre sabía cómo seguir hablando.- Mi señor es un inglés de una familia muy acomodada. Le digo yo que sabe de estas cosas. Le caería muy bien, ese hombre es un sol, se lo aseguro. El trato y el cuidado es maravilloso. Dice que le gusta...

     -Aquí tiene.- Peter salió de la trastienda cargado con los paquetes de los Brooke. A la señora Köhl se le salieron los ojos de las órbitas.

SnowbirdWhere stories live. Discover now