Capítulo 6

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Era una tarde soleada. Kärz relucía a los pies de Gärsthorm. Hacía algo de viento y la hierba se ondeaba hacia la cima. El aire procedía del sur, por lo que no era del todo frío. Peter estaba en el exterior ordeñando a algunas cabras. Estaba agachado junto a una de ellas, con las manos en las ubres, moviéndolas arriba y abajo mientras la leche caía en el pozal. De vez en cuando levantaba la cabeza, sin interrumpir su tarea, y miraba a su alrededor. Sobretodo al bosque. A veces estaba completamente seguro de que la pequeña mancha negra aparecería de un momento a otro. Esta vez, fuese lo que fuese, no iría tras ella. Ese era el error que había cometido con ocho años. Algo que jamás podría olvidar. Todavía tenía pesadillas. Veía a ese hombre, todo de negro, cubierto casi hasta la cabeza, siguiéndolo a toda velocidad entre los árboles. Lo veía con la joven sobre sus hombros. Lo veía lanzándola al interior de aquel hoyo, enterrándola viva después. Lo único que no conseguía recordar era la cara del asesino, aquel rostro perturbador que tanto horror le había causado aquella tarde de verano. No obstante, Peter estaba absolutamente convencido de que si lo veía una vez más, por muy viejo y desmejorado que estuviese, por muy irreconocibles que se hubieran vuelto sus facciones, sabría que era él. En el fondo guardaba la esperanza de que hubiera muerto.

     -¡Peter!- Oyó. Era la voz de su padre, que descendía desde los árboles. Llevaba un ciervo enorme sobre los hombros. Al joven muchacho le brillaron los ojos. Hacía meses que no comían ciervo. El sabor de la carne tierna había pasado al olvido, pero estaba deseoso por recordarlo. Se apartó de la cabra mientras se limpiaba las manos en el pantalón, agarró el cubo de madera por el asa y lo alzó mientras la leche bailoteaba de un lado a otro, amenazando con derramarse. Caminó todo lo rápido que pudo en dirección a Alfred. Él era un hombre grande, musculoso, con los brazos fornidos de tanto cortar leña. Tenía las manos suaves en vez de ásperas a pesar de tratar con la madera. Peter creía que se debía a la gran cantidad de tiempo que su padre pasaba con las manos metidas en la leche, pero era sólo una idea. Tampoco podía saberlo con certeza. 

     Peter alcanzó a su padre. Sabía que podía sin problema con el ciervo pero temió de repente que le flaquearan las rodillas. Intentó mantener la calma, agarró el cubo con fuerza y abrió la puerta del cobertizo.

     -A prisa, Peter, es una pieza grande. 

     El joven muchacho entró todo lo rápido que pudo, dejó el cubo a un lado y fue hacia la mesa donde solían encargarse de los animales que cazaban. Estaba junto a la única ventana del cobertizo, tan turbia y empañada que era translúcida en vez de transparente. Sin embargo, permitía que la luz blanca atravesara los cristales. La mesa era grande. Alfred la había construido con madera de pinos y abetos que él mismo había talado. Ahora estaba vieja y la madera estaba un poco podrida, pero seguía siendo una estructura robusta y resistente. En su superficie había una gran mancha oscura, ahora ya seca pero que un tiempo atrás habría sido un gran charco de sangre. Su última presa había sido un jabato pequeño y rechoncho que les había dado carne para seis o siete días. Había estado bien, una carne no del todo tierna pero sí de un sabor exquisito. Su sangre, como la de las otras muchas presas antes, se había filtrado a través de la madera. Otras veces utilizaban una soga atada a un pino, justo en los lindes del bosque. Era uno de los mejores métodos, sobre todo para eviscerar. Sin embargo, a pesar de que habría sido de utilidad y mucho más práctico para limpiar al ciervo y sacar la carne, estaba a punto de anochecer. En las montañas, los días duran muy poco, y no podían permitirse vaciar al ciervo a la luz de la luna, muertos de frío.

     Colocaron al ciervo sobre la madera, tumbado sobre su espalda y con las patas abiertas. Tenía el vientre blanco y unos cuernos enormes. A Peter no le agradaba del todo rajar a aquellas piezas, pero era todo un lujo para ellos poder comer carne. A demás, pensar en su madre enferma, en lo débil que estaba, lo hizo aguantarse, tal y como había hecho desde que era pequeño. Sin duda, abrir a todos aquellos animales a lo largo de su vida habían hecho a Peter tener bastantes conocimientos de anatomía.

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