Capítulo 2

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Desde aquel día, Peter no volvió a alejarse más allá del borde del bosque por prohibición de sus padres. Atemorizado, todas las mañanas, antes de partir al pueblo para abrir la tienda, pasaba su mirada por los lindes de la espesura nevada, en la ladera, por si veía algún intruso.

Salían al alba, con los primeros rayos del sol, en un viejo carruaje que su padre había comprado. Avanzaban por el camino pedregoso, desayunando un vaso de leche con pan por el camino. Delante, soportando su peso, iba Tom, un caballo rocín que su padre había heredado del abuelo de Peter. Dejaban atrás la construcción de madera y piedra donde vivían todo el año. Tenía un muro de piedra que sujetaba lo que ni siquiera podía considerarse el dormitorio de Peter: un oscuro hueco en el tejado donde cobijarse. Dormía en una incómoda cama bajo una ventana sin cristal por la que, todas las noches, contemplaba la nieve desprenderse del cielo y caer sobre el mundo sin hacer ruido.

     -En cuanto lleguemos, pienso ir a la policía y contar todo, de principio a fin.- Aseguró Rebecca mientras cubría a su hijo de ocho años con una manta. Ella y su marido pensaban que dormía, pero escuchaba cada palabra de su conversación.

     -De eso nada. Hay que ser más discreto, cariño, ¿quién te dice que ese asesino no anda por ahí suelto? No tendría problemas en atacarnos. Sabe dónde vivimos, persiguió a nuestro hijo hasta la casa.- Alfred agarró con más fuerza las riendas.

     -Dios mío, ¡qué desgracia! ¿Cómo vamos a solucionar esto? ¡Ese hombre nos puede matar a nuestro Peter! ¡Nuestro hijo vio cómo la enterraba! ¡Fue testigo de ese crimen, maldita sea!

     -Cuando Loke Huber...- Loke Huber era el jefe de policía de la ciudad, un tipo serio y profesional que a veces se citaba con el señor Müller para tomar café y fumar pipa.- ...aparezca por la tienda, lo pondré al tanto de lo sucedido. Mientras tanto, ni una sola palabra de lo sucedido, Becca, ni a las vecinas ni a nadie.

     -Alfred... ¿y si todo fuera mentira?

     -¿Cómo dices?

     -Quizá Peter mintió. Cuando tú fuiste a buscarla al bosque, sí, había un hoyo, pero nada más. Pudo cavarlo él sólo.- Expuso esperanzada su mujer.

     -Becca, por dios, sabes de sobra que Peter no mentiría así. A demás, es imposible que cavara semejante hoyo él sólo... ¡cabía un cuerpo dentro!- Su esposa, resignada, bajó la mirada y se emparejó el vestido. Alfred aún seguía dándole vueltas al asunto.–Y a demás, ¿cómo explicas la sangre que había dentro?

     Peter fingió que se despertaba, y se incorporó junto a su madre.

    –¡Cariño!

    –Buenos días, madre.

     –Ya casi hemos llegado al pueblo, será mejor que te vayas despejando. Hoy tenemos trabajo. Quince pedidos y a demás tenemos que vender al menos...

     –Tranquila, mamá, no te preocupes.

Llegaron al pueblo una hora después. Los torreones monumentales y el campanario ascendían hacia las nubes entre toda aquella espesura de casas y edificios. Olía a café y a pan recién hecho nada más entrar por la calle. Alfred detuvo el carruaje en la parte trasera de la tienda. Peter bajó y abrió ambas alas de la puerta, que daba a un establo estrecho y limpio donde reposaba el caballo mientras trabajaban. Había paja en una esquina, también para Tom. Le quitaron las riendas y lo condujeron al interior. Aparcaron el carruaje a un lado, y entraron a la tienda. Estaba completamente a oscuras, así que prácticamente a tientas, Rebecca y su hijo buscaron las velas del día anterior para encenderlas con un fósforo. El pequeño establecimiento tomó color, y las paredes se tiñeron de dorado. El aire turbio bailoteó alrededor de las velas.

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