Capítulo 7

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-¡Extra, extra! ¡La señorita Ursula Ritz ha desaparecido sin dejar rastro! ¡Extra, extra! ...

-Disculpa, muchacho, dame uno de esos periódicos.

El niño extendió el brazo e intercambió el papel de prensa por las monedas.

-Gracias. -Se dio la vuelta y comenzó a pregonar de nuevo.- ¡Extra, extra! ¡La señori...!

Peter llevó el periódico a la quesería. Su padre había logrado por fin hablar con Alain Paccard y estaban enfrascados en una larga conversación en su zapatería. En la tienda estaba solo la madre de Peter. Cuando el joven entró por la puerta con la cara algo descompuesta, Rebecca, que estaba atendiendo a una señora con muy malas pulgas, frunció el ceño y despegó las manos del queso que estaba liando.

-¿Ocurre algo, hijo?

-Bueno, ha desaparecido una chica. -Miró el periódico.- Aquí dice que se llama Ursula Ritz.

La señora, que había permanecido con cara de pocos amigos todo el tiempo, se dio la vuelta con brusquedad.

-No me extraña que haya desaparecido...

-¿La conoce, señora? -Preguntó con educación Peter.

-No exactamente, pero sí he oído cosas... iba por ahí como una ramera. -Susurró la vieja, inclinándose hacia delante.

-¿Como una ramera?

-¡Como una puta!

Rebecca abrió los ojos como platos, escandalizada.

-Por dios, señora Zimmermann.

-No es ninguna broma. Ella es de una familia rica, pero no tiene decencia alguna. Perdió la inocencia hace ya mucho, estoy segura. No sé con cuántos habrá yacido... no me extraña que alguno se haya sobrepasado con ella. A lo mejor se negó a hacer algo y por eso la mataron, aunque me extraña que se niegue a algo... esa muchacha se deja hacer de todo.

-Dios no quiera, señora Zammermann, que ya la da usted por muerta.

-Tampoco rechazo la idea de que se haya fugado con alguno y que ahora sus padres la estén buscando. Si es así, tampoco me sorprendería.

-¿Cómo sabe todo eso? -Peter la miraba con el ceño fruncido.

-En los pueblos se oyen cosas, muchacho. Y la señorita Ritz, si es que se la puede llamar así, tiene fama de ser una fulana, por desgracia para el nombre de su familia.

A lo largo de la mañana, Peter estuvo dibujando un buen rato en la trastienda. Pintó a Tom, que estaba tranquilo y balanceaba su larga cola de caballo de un lado para otro. Sin embargo, oyó fuera una voz que le resultaba familiar. Era chillona y no paraba de hablar.

-¡Ese, justo ese! ¿No tendrá más por casualidad? Lo sabía, ¡mire que lo sabía! Qué suerte he tenido...

Peter dejó el cuaderno sobre la mesa, se puso de pie y salió a la tienda.

-¡Agata! -Allí estaba otra vez con su pelo negro repeinado hacia atrás en un moño y su traje de criada. No, de ama de llaves. Agata Bettina Khöl.

-¡Cielo! Qué encanto de muchacho, ¿es tu hijo? -Preguntó a Rebecca, que estaba sorprendida por el trato que había entre los dos.

-Sí, es mi hijo. -Dijo con una sonrisa enorme y las cejas alzadas.

-Nos conocimos el otro día, ¿no tendrás por ahí otro dibujo de esos que tú haces, verdad?

-Bueno, tengo algunos. Ahora estoy dibujando a nuestro caba...

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