Capítulo 8

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Aquel día Alfred Müller se marchó a cerrar un negocio que había iniciado con un vendedor de vacas Simmental, de las cuales quería comprar dos porque había oído que la leche era magistral y extraordinaria, muy distintiva de las demás, y eso sonaba a dinero. Estaban Peter y su madre solos en la tienda, justo como el día anterior. No había muchos clientes ni encargos esa mañana, y fue de agradecer porque Rebecca estuvo tosiendo como una posesa hasta que no pudo más. 


A media mañana, más o menos, se presentó en la puerta un hombre elegante, bien acicalado, con un cutis reluciente que revelaba más cuidados de lo normal. Tenía los ojos brillantes y pequeños, y en ellos aún podía apreciarse un color gris encantador que debía haber roto muchos corazones en el pasado. Algunas arrugas aparecieron sobre sus hoyuelos cuando sonrió amablemente.

     -Buenos días, señora -saludó, destapando su cabellera blanca y plena de canas y colocando el sombrero bajo su brazo, tal y como hacían los jóvenes de ciudad.

     -Hola, caballero. ¿En qué puedo servirle? -contestó Rebecca restregándose involuntariamente las manos limpias en el delantal y colocándose los mechones de pelo castaño detrás de las orejas. Sabía detectar a un hombre adinerado en seguida, y aquel individuo lo anunciaba a los cuatro vientos casi sin quererlo, intentando disimular con una sonrisa humilde-. Hoy mismo hemos elaborado unos quesos que parecen llegados de la misma Francia y que son toda una delicia... ¡Cuatro criadas ya se han pasado por aquí para que sus señores degusten el verdadero sabor de la leche!

     Aunque al principio el silencio fue algo incómodo, el señor empezó a reír con unas carcajadas suaves y simpáticas, hasta tranquilizadoras.

     -Está bien, señora... ¿cómo se llama?

     Rebecca no se movió. Nunca ningún cliente de clase alta -si es que los tenían, porque normalmente mandaban a sus criadas para ese tipo de recados- solía interesarse por ella de esa forma.

     -Mi nombre es Rebecca Müller, señor.

     -Bien. Entonces, ¿me puede dar un poco de ese queso tan increíble y exquisito? ¡Mi hija se va a llevar una alegría!

     Becca cortó el queso tras el mostrador sin poder reprimir una enorme sonrisa.

     -Oiga, señora Müller...

     -¡Oh, no! Por favor, preferiría que me llamara Rebecca... o mejor Becca, como los amigos.

     -Está bien, Becca. En realidad yo no había venido a comprar quesos -Rebecca levantó la cabeza. Eso ya se lo temía. Era raro que un hombre como él fuera a un sitio como ese pudiendo enviar a sus criadas-. Vengo buscando a Peter Müller, me han dicho que podía encontrarlo aquí.

    Ella lo miró extrañada, incluso con preocupación.

     -¿Peter Müller? ¿Mi Peter?

     -Debe ser así si, como dice, es usted Rebecca Müller. Es su hijo, ¿no?

     -En efecto, señor.

     Lo observó intentando contener su curiosidad mientras sus manos envolvían el queso.

     -¿Puede hacerle venir? Me gustaría conocerle.

     -¿A mí hijo? -Rebecca quería seguir haciéndole preguntas, pero consideró que ya había preguntado demasiado-. Está bien.

     A pesar de no estar convencida de lo que estaba haciendo, Becca fue a la trastienda y de ahí al viejo establo.

     -Peter... -lo llamó.

     El joven estaba moviendo la paja de un lado a otro con ayuda de un rastrillo oxidado. Tenía la mandíbula apretada por el esfurzo, cuadrada como la de su padre.

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