Capítulo 10

12 1 0
                                    

Peter se despertó antes del alba, tiritando sobre la cama de paja. Un viento helado atravesaba el hueco de la pared que tenían a modo de ventana. Intentó ceñirse todo lo posible las mantas al cuerpo, pero no logró entrar en calor. Muy despacio, tratando que las maderas del suelo no crujieran bajo su peso y sus padres pudieran oírle, se arrimó a la ventana. Arrodillado junto a la abertura de la pared, asomó un poco la cara y se estremeció al notar algunos copos rozarle la cara. Era una noche cerrada y oscura. Intentó hacerse una idea de la nieve que había caído, pero solo consiguió pensar en el trabajo que supondría quitarla del tejado y despejar el camino. Buscó la luna en el cielo, pero no la halló por ninguna parte. Las nubes debían ser muy densas. El viento ululaba alrededor de la cabaña, envolviéndola en un huracán de hielo y nieve. Todo más allá de la casa era oscuridad. Una oscuridad profunda e incomprensible que dejó atónito a Peter. Era como si el cielo y la tierra no tuvieran confines, como si fueran interminables y no tuvieran separación alguna. Abrumado por aquella negrura infinita, volvió a su pequeña cama y se cubrió hasta la cabeza. Deseaba poder dormirse de nuevo, pero no tardó en percatarse de que le era imposible conciliar el sueño. Pensaba en Astrid todo el tiempo, y eso lo hacía querer arrancarse el corazón del pecho. De repente se sintió muy solo. Como si estuviese flotando en mitad de un lienzo de carbón negro, sin nada que hacer ni ningún lugar al que acudir, muerto de frío y con el corazón roto. Giró sobre la paja repetidas veces, procurando encontrar la postura perfecta para protegerse del gélido aliento de la noche, pero era inútil. Estaba desesperado, rebosante de angustia y pena.

     "Es lo mejor para todos", pensó de pronto. Eso es lo que Astrid le había repetido una y otra vez la tarde anterior. Lo mejor para todos... eso no era cierto, o al menos eso creía. Por supuesto, era lo mejor para sus padres y para su esposo. ¿Quién no quiere ver a su hija casada con un hombre tan rico y encima, alemán? ¿Y para ese tal Gustav? ¿Cómo no iba a desear desposar a Astrid? Para ese tipo, ella era una flor tierna de primavera. Una flor nueva, todavía sin abrir, hermosa y fresca. Una flor que deseaba colocar en su jardín estéril, tomarla en todo su esplendor, presumir de ella. Ese hombre no la conocía, era un absoluto desconocido,  y después del día de su boda, Astrid sería suya para siempre. La llevaría a su lecho y le arrancaría los pétalos uno a uno. Peter apretó con fuerza los ojos, enfermo solo de pensarlo. Si ese extraño la hubiera conocido bien, sabría que era divertida y que tenía una risa cautivadora. Sabría que Astrid soñaba con ver América algún día y que era talentosa con el piano. Sabría que su mejor amiga había muerto a principios de la Gran Guerra cuando estaba de viaje en Bélgica, y que ella todavía no lo había superado. Sabría que Astrid adoraba los perros y que tenía una cicatriz con forma de media luna en la pierna por acercarse demasiado al can equivocado. Sabría que su primer beso había sido con Peter Müller, escondidos en el trastero de una humilde quesería y que ellos aún se amaban. 

     Entonces algo se le pasó por la cabeza. Por primera vez en su vida dudó del amor de Astrid por él. ¿Y si ella nunca había sentido tanto amor por él como Peter por ella? ¿Y si Astrid solo lo veía como algo pasajero, como un juego de niños? Eso lo hirió profundamente. Astrid vivía con una familia que no veía bien que estuvieran juntos, lo que no facilitaba las cosas. Sin embargo, Peter estaba seguro de que, en su situación, él habría hecho cualquier cosa por verla. Ahora eso no importaba. Astrid Baumann iba a casarse y quedaría fuera de su alcance para siempre.


Amaneció más tarde de lo normal. Por supuesto, el sol salió a la hora punta, pero las espesas nubes impidieron que Peter lo viera antes. Era una mañana nublada y gris, con el cielo encapotado y el mundo cubierto con una manto blanco. Todavía seguía nevando. El viento llevaba los copos de nieve en un vals giratorio, manteniéndolos en suspensión, volando de arriba a abajo a una velocidad desorbitada. Había niebla por todas partes y no dejaba ver nada veinte o treinta metros más allá de la casa. El bosque parecía no haber existido nunca, oculto entre toda aquella bruma blanquinosa, al igual que el resto del valle y las montañas. Era como si la pequeña casita de los Müller estuviera varada en mitad de un océano de nubes, flotando, lejos de la realidad. Pero lo peor de todo era el tejado de la cabaña. Peter aún no lo había visto desde fuera y no quería ni imaginarse el estado en el que se encontraría. Justo encima de su cabeza, en el centro del pequeño habitáculo que hacía la función de dormitorio, el techo se curvaba amenazante. Las tablas de madera se arqueaban en un ángulo peligroso, a punto de partirse y aplastar a Peter y a su familia bajo toneladas de nieve.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Jul 25, 2019 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

SnowbirdWhere stories live. Discover now