2.2

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Sus manos temblaban ligeramente, su vista se desenfocada, sentía la piel caliente y sudorosa y Hera simplemente no paraba de hablar.

Suspiró y le rezó a todos los dioses para que la insoportable mujer cesara su monólogo(al cual debía admitir no le estaba prestando atención), pero parecía que estos siquiera se tomaron un segundo para prestarle atención a su sufrimiento, puesto que la reina siguió hablando por un largo rato, el cual pareció eterno, hasta que Percy entró a la sala seriamente; algo poco usual en él.

– Hola Nico– Lo saludó el de ojos verdes forzando una sonrisa y besando sus labios. Nico lo miró fijamente esperando una respuesta válida para su seriedad, pero, o su esposo no logró desifrar su mirada lo simplemente lo ignoró.

–¿ Sucede algo, Perseus?– Preguntó Hera irritada ante la interrupción de su hijo.

– Necesito hablar contigo– Dijo él mirando de reojo a Nico, tratando de transmitirle que necesitaba que abandonara la habitación.

– Ummm... Bueno, mañana seguiremos con la clase de agricultura, entonces– Le sonrió el ojimarron mientras caminaba de espaldas hasta la puerta.

La reina frunció el ceño  confundida.

– Te estaba contando los países limítrofes con Olimpia y sus comidas típicas– Aclaro en vano, puesto que Nico ya había salido.

– Tenemos un problema– Le comunicó Percy a su madre.

Hera lo miró esperando que prosiguera.

–La peste nos está dejando sin soldados, ya mató a siete de nuestras mujeres y a diez de nuestros hombres, otros renunciaron a su cargo para poder cuidar a sus familiares enfermos y...

–Obligalos – Lo interrumpió la monarca haciendo un ademán desdeñoso, como restándole importancia a lo que acababa de decir.

–¿Qué? – Preguntó Percy incrédulo.

–Ve al pueblo y obliga a algunos ciudadanos a cooperar, diles que es por la paz de nuestro país y advierteles que serán enviados a la horca si no obedecen.

– Pero...– Percy quiso hacerla entrar en razón, pero la monarca no quiso escucharlo.

– Es una orden, no una sugerencia, Perseus. También envía esclavos– Dijo Hera antes de abandonar la habitación.

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Se sentía mal.

Aquél dolor que recorría su cuerpo no se sentía como algo pasajero, parecía algo que venía para quedarse.

Que venía para consumirlo hasta la muerte.

Sentía punzadas golpetear en su cabeza y un sudor frío caía por su espaldas, el calor trazaba su cuerpo y sus labios se sentían secos.

Nico caminaba a duras penas, tratando de llegar a su dormitorio y no salir de allí por un buen rato.

Pero la oscuridad lo atrapó antes de siquiera poder rozar el picaporte.

Pregunto otra vez: Aún quieren Pipabeth?

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