2.4

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Sus pequeñas manitos buscaban casi con desesperación aquella comida recién horneada.

Sonrió cuando sintió la calidez de sus manos al tocarlo, para luego sacarlo lentamente del estante donde se lo exhibía. Agarró otro que estaba a su alcance y después procedió a tomar otro.

Abrazó los tres panes que tenía entre sus brazos pisesivamente, cuando escuchó la puerta de la cocina abrirse.

– Annabeth, cariño, ¿Qué estás haciendo?– oyó la voz de la cocinera confundida.

– Ummm... Tengo hambre– Comentó sonrojándose al oír lo poco inteligente de su mentira.

La cocinera rió y la dejó salir.

Annabeth corrió, tratando de ser silenciosa, por los largos pasillos hasta detenerse ante aquella desvensijada puerta. Miró hacia la ventana y recordó la promesa de ambos, la cual dictaba claramente que se verían cuando el sol empezará a ocultarse.

Siete golpeteos dados del otro lado de la puerta le sacaron una sonrisa, abrió la puerta rápidamente, metiéndose en la habitación para luego cerrar la puerta con la misma rapidez con la que fue abierta.

Frunció el ceño al no encontrarlo, como siempre, sentado sobre el barril que reposaba en la esquina más oscura de la habitación, con las piernas cruzadas y las manos acunando sus mejillas.

Se sobresaltó cuando sintió unas pequeñas manos tampar sus ojos.

– ¿Quién soy?– Le preguntó una voz grave, obviamente fingida puesto que Annabeth sabía a quien pertenecía y, también sabía, el portador de aquella voz tenía un tono mucho más agudo.

– Max, deja de jugar, traje pan– Dijo agarrando las manos de su amigo para sacarlas de sus ojos.

El mayor(solo por dos años) bufó y guío a la rubia hasta el barril antes mencionado, desenlazo sus manos para luego subirse en él y cruzarse de piernas.

Annabeth se paró junto al barril, apoyando los codos sobre este mientras dejaba los trozos de pan encima, mientras examinaba las ropas de su mejor amigo, las cuales lo definían como esclavo. Estas tenían agujeros en los pantalones blancos y mordiscos de polillas en la remera.

A la de ojos grises le gustaba ver a su amigo comer, le satisfacía ver que esté se alimentaba, que en esas pocas horas que estaban juntos, él estaba bien.

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Bianca miraba atentamente el castillo frente a ella, debía admitir que era hermoso y que quienes lo habían construido tenían buena mano.

Ella estaba envuelta en un manto blanco, de esos que usaban usualmente los esclavos cuando hacía frío y sus amos los dejaban arroparse, o las personas de tercera clase, aquellos que apenas tenían para comer.

Era un gran disfraz para una princesa heredera de un trono lleno de lujos.

Un sonrisa se formaba en sus facciones a medida que planeaba el final de ese reino.

El fuego comenzaría en los jardines del palacio, rodeándolo, de madera que no podrían escapapar a menos que tuvieran algo con lo que volar. Luego una de sus espías quemaría la cocina, la cual estaba en el primer piso, lo cual provocaría que el fuego fuera hacendiendo rápidamente , mientras que otro de sus espías comenzaría un fuego en la plata de arriba, la cual era un enorme jardín lleno de plantas y fuentes.

Le dava pena destruir algo tan hermoso, pero la sed de venganza era sorprendente destructiva.

Antes de que el fuego comenzará, uno de sus espías sacaría a Nico del castillo, y lo llevaría ante ella. Y allí lo podría abrazar, tener su escuálido cuerpo entre sus brazos y cumplir la promesa que hace tantos años había hecho.

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Sus labios se acariciaban con lentitud, separándose cada tanto para respirar y alargar elomento.

– Escalate– Susurró Jason aún con los ojos cerrados.

Leo frunció el ceño y empujó levemente al rubio para mirarlo a los ojos.

– ¿Cómo?– Preguntó creyendo haber escuchado mal, inclinando la cabeza hacia un lado con  confusión.

Jason sonrió con ternura y le acarició los rizos.

– Te voy a ayudar a...

Leo le tapó la boca con la mano mientras rodaba los ojos.

– Por supuesto que me ayudarás, porque nos iremos juntos.– Le dijo antes de acostarse en la cama.– Buenas noches.

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El estado de Nico era deplorable, Percy lo sabía. Lo veía en la piel amarillenta, el cuerpo sin fuerzas y los ojos hinchados de su esposo. 

Pero aún así, le gustaba susurrar promesas imposibles a sus oidos.

– Podríamos adoptar a algunos niños de los barrios bajos– Susurraba mientras le acariciaba el enterado cabello– Sin que mi madre se dé cuenta, claro. También podemos viajar por el mundo, como vos querías. Ir a Roma para estar con tu padre y con tu hermana.

Nico lo miraba con los ojos hinchados y brillozos, un intento de sonrisa se exibia en sus labios mientras dejaba el el ojiverde se siguiera mintiendo así mismo.

Él ya sabía cuál era su futuro, y éste tenía poco tiempo.

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