DOS

4.2K 449 91
                                    

—Yo debería volver —titubea

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


—Yo debería volver —titubea.

—¿Volver?

—Es que... —hace una pausa un poco tenso—. Es tarde para viajar, y Constitución es peligroso a ésta hora.

—Ah, comprendo —miento.

—Mañana a primera hora estaré por acá con la plata y mis cosas, si no le molesta.

La verdad es que no. No me molesta, de hecho pensé que se iba a quedar.

—Como vos quieras —expreso, apoyándome en la mugrosa mesada. Y pensándolo bien, es mejor que se vaya así me da tiempo a limpiar y ordenar un poco todo este quilombo.

—¿A las ocho le parece bien? —indaga otra vez nervioso, presiento.

—Sí, me parece bien —respondo.

—Así establecemos reglas de convivencia, plata y demás cuestiones. No quiero robarle más tiempo, señor.

¿Señor?

—Andres —corrijo.

—Está bien, Andrés —remarca mi nombre.

***

He limpiado hasta el hartazgo, jamás pensé que podía haber tanta suciedad en un departamento. Lo único que tengo son productos de limpieza que por evidentes razones están intactas.

Ya son las cuatro menos cuarto y no puedo pegar un ojo, al igual que todas las noches, pero aunque suene extraño, hoy me siento un poco más animado que otros días. Es probable que sea porque voy a disponer de dinero otra vez, o... Sí, es por la plata.

Me acuesto en el sillón y pienso que ya no podré dormir aquí. Debo armarme de valor y dormir dónde corresponde. Ya limpié donde va a ser su habitación, está pegada a la mía y al baño principal.

¿Será buena idea tener un inquilino?

El timbre suena y me despierta de mi sueño, tengo en mis fosas nasales todavía su perfume aroma a Pitanga.

—¡Va! —grito, incorporándome un poco embotado.

Abro la puerta y es él. Tiene un paquete blanco en la mano y con la otra agarra su mochila que la tiene colgada al hombro.

—Buenos días, Andrés. Disculpá si te desperté tan temprano, es que acá la vuelta hacen unas facturas de puta madre. Traje de dulce de leche y pastelera, va en realidad un poco de todo. Y también yerba y azúcar. No podemos arrancar las mañanas sin unos buenos mates. ¿Puedo pasar? —pregunta y hace una pequeña sonrisa que apenas deja ver sus dientes.

Son perfectos.

—Sí, disculpame. Estoy un poco dormido todavía —me excuso—
Poné la pava si querés. Yo me voy a dar una ducha rápida.

Hoy vino más charlatán que ayer y no sé si eso es bueno o malo.

Salgo de bañarme y voy a mi cuarto envuelto en una toalla. Odio ésta habitación. Cambié de lugar los muebles infinidades de veces, ya no sé qué hacer para que se vea diferente.

Saco un calzoncillo y pongo unos joggins.

Él está en la cocina, puso las facturas en un plato y cuando me ve me entrega un mate.

La ducha me sentó bien.

Nos quedamos en silencio, un silencio que debo decir que es incómodo, él se me queda observando sin nada que decir y yo estoy igual.

Hoy no tiene puestos los anteojos y uso unos jeans que pensé que ya no se hacían más. Es medio anticuado para vestirse.

—No tenés puestos los lentes —digo, para romper el hielo.

—Hoy tengo puestos los lentes de contacto —informa. Me acerco a él para entregarle el mate. Ese acercamiento me ayuda a inspeccionarlo mejor.

Vamos a lo que me importa. La plata.

—El pago será mensual, ¿tenés problemas con eso? —aclaro y me mira arrugando la frente. Creo que no se esperaba eso.

—No.

—La habitación es la que está en el fondo junto al baño principal.

—¿Hay alguna regla que deba saber?

—¿Regla?

—Bueno, en la pensión no podía llevar a nadie a dormir.

—¿Tenés novia? —Mi pregunta sale mucho antes de haberla formulado en la cabeza.

—No, pero yo lo decía más que nada, porque tenemos un grupo que nos juntamos a estudiar. Y nos quedamos hasta muy tarde haciendo resúmenes o debatiendo, no sé —Alza las manos mientras habla, parece nervioso otra vez. 

—¿Qué estudiás?

—Admistración de empresas.

—Mientras no hagan mucho quilombo está perfecto.

—¿Tenemos que hacer un contrato?

—¿Ténes recibo de sueldo? ¿Algún garante?

—No. Trabajo en un barcito acá la vuelta por Coronel Díaz. Estoy en negro —cuenta.

—Entonces no es necesario. Soy conciente que estoy metiendo en mi casa a un desconocido, pero me gusta el riesgo.

¿En serio dije eso? ¿Qué me pasa?

Agarra un cañoncito de dulce de leche y se lo lleva a la boca. Por unos segundos me lo quedo mirando y aprecio como saborea la factura en la boca.

—Tenés sucio acá —digo y señalo la comisura de mis labios.

—¿Acá? -pregunta y se lleva la mano a la boca, niego con la cabeza y me acerco a él.

—Acá —afirmo y le limpio con el pulgar el azúcar impalpable que tiene a un costado del labio.

Él se pone rígido ante mi cercanía y no me había percatado de la infima distancia que nos separan.

¿Qué me pasa?

—Disculpame —expreso arrepentido y avergonzado.

El niega con la cabeza y reprime una sonrisa.

Creo que ya no sé cómo comportarme. Es probable que sea porque hace mucho tiempo que no tengo contacto con una persona.

¡Por el amor de Dios!

No soy un primate que escapó de un laboratorio donde hacían experimentos. Soy un hombre adulto que necesita la plata, intento enfocarme.

—¿Te muestro donde vas a dormir? -indago palmeando mis manos.

—Sí, me parece buena idea. —Deja el mate en la mesada yo estiro mi mano para que pase, me mira y reprime una sonrisa. Se adelanta unos pasos y yo lo sigo detrás.

Con el corazón roto [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora