CUATRO

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No puedo ser tan patético

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No puedo ser tan patético. No puedo estar esperándolo, pero lo hago como un cachorro a su amo.

Me incorporo y voy hacia la cocina, bufando por lo bajo.

Prendo un cigarrillo y tengo en mi memoria la música que escuché hoy a la mañana. Fue demasiada hermosa, demasiado perfecta.

Caliento agua e intento preparar algo de café. Miro el reloj de arriba del mueble y marcan casi la una.

Abro la alacena y me sorprendo ver tanta mercadería. Fideos, arroz, puré de tomate; latas de atún, choclo y creo que también de arvejas.

Niego con la cabeza y sonrío en solo imaginarlo haciendo las compras. Su tonada cordobesa debe tener a más de uno detrás suyo. Es tan carismático y demasiado dado. Es fácil entablar una conversación con él. Te hace sentir a gusto, muy a gusto de hecho.

La pava silbadora me exalta.

Y yo todavía no terminé de batir mi café.

Escucho que cierran el ascensor y voy corriendo hacia la puerta y apoyo mi mejilla en ella.

¿Será él?

—Ya llegué —se escucha del otro lado—. Dale, yo también, nos vemos mañana.

Su voz y su tonada son inconfundibles.

Pego zancadas hasta llegar a la cocina y quedarme de espaldas a la puerta de entrada.

¿Por qué estoy tan nervioso?

Debe ser porque lo estuve esperando todo el puto día.

Pone la llave en la cerradura y abre la puerta. Entra un aire fresco proveniente del pasillo; Julio es frío y lluvioso.

Me doy vuelta hacia él tratando de disimular mi alegría.

—Buenas noches —dice sacándose la bufanda y el gorro de lana. Despreocupado, sereno. Claro, él no sabe que lo estuve esperando.

—¿Café? —Sonrío esperanzado.

—No, estoy muy cansado y mañana entro muy temprano, de hecho voy a dormir apenas tres horas —comenta mirando su reloj, su tono de voz intenta decir todo lo contrario. ¿O es solo mi impresión?

Termina de sacarse su abrigo y viene a mí con cara de cansado y me brinda un cálido beso en la mejilla.

—Hasta mañana —saluda amable, ignorante de lo que me produce.

Su beso quedó impregnado en mi mejilla y su aroma dejó un sendero desde la cocina hasta llegar a su habitación. Si su aroma tuviese un color sin duda sería azul, un azul profundo.

Me aferro a la mesada incrédulo y estupefacto.

Me quedo unos minutos tieso y en la misma posición.

Reflexiono de lo que tengo en mente y voy directo a su habitación.

Cruzo el largo pasillo, aunque no sé muy bien lo que estoy haciendo pero aquí estoy.

Apoyo mi frente a la fría puerta y se escucha algunos ruidos.

Todavía está despierto.

Sigiloso y un poco temeroso abro la puerta.

Él se voltea.

—¿Pasó algo? ¿La música te molesta?

Niego con la cabeza. Está a medio vestir y no tiene puestos los anteojos.

La mujer que canta tiene una voz muy poderosa. Agradezco saber inglés y entender lo que la letra dice.

—¿Entonces? —indaga.

No tengo una razón específica o algo que explique qué hago acá en su habitación. Lo cierto es que estoy aquí y no me pienso ir.

—Te esperé todo el día —Rompo el silencio.

—¿Por qué me esperaste? Sabías que no iba a estar -comenta un poco desorientado.

Agacho la mirada y no sé qué decir.

—¿Por qué un hombre como vos esperaría a alguien como yo?

Levanto la vista.

—¿Eso qué quiere decir? ¿A qué te referís?

—Lo que escuchaste.

—Estuve... —carraspeo—. Mucho tiempo solo—concluyo.

—¿Hoy?

—Los últimos diez meses.

No puedo creer lo que acabo de decir.

Él viene a mí y me toma de la cara. Su cercanía me sorprende y me agrada el mismo tiempo. Cepilló sus dientes, su boca emana un dulce sabor a menta.

Mis brazos están nulos, tiesos y no hacen ningún tipo de movimiento.

—¿Y no querés que me vaya? —susurra y marca una sonrisa en los labios.

—No, no quiero, Luis.

Mi altura me permite acceder fácilmente a sus labios. Corto de a poco la distancia entre los dos y él entreabre la boca.

Mi vista se fija en sus labios y luego a su mirada.

Sus ojos son grandes y creo que ejercen algún tipo de poder en mí o algo por el estilo.

Luis está tan dispuesto y entregado que me aturde y me salva al mismo tiempo, cierra los ojos y yo me acerco más a él.

Su celular suena, él los abre y la magia se rompe.

Se aleja de mí y va en busca de su celular que no para de sonar. El maldito celular.

—No, todavía no me acosté. Estoy en eso —dice y me observa. Hace una sonrisa mostrando sus hermosos dientes.

Yo pongo las manos en los bolsillos y me lo quedo mirando.

¡Mierda!

Éste pendejo es perfecto.

—Dale, nos vemos mañana —se despide—. Sí, yo también.

"Yo también" ¿Yo también qué?

¿Te amo? ¿Te extraño? ¿Te deseo? ¿Te odio?

Deja el celular en la mesa de luz y viene a mí.

—¿En qué estábamos? —pregunta estirando su mentón hacia mí. Demasiado sugestivo. 

—En que tenés que dormir y yo no te tengo que molestar. —Niego con la cabeza y todas mis acciones las siento contradictorias.

Me doy media vuelta y él me toma del brazo.

—¿En serio te querés ir? Por algo viniste.

—No creo que sea conveniente. —Él arruga la frente.

—¿Por qué? Somos dos adultos que disfrutan la compañía del otro.

Mi sonrisa es amplia y diría que radiante.

Relajo mi cuerpo y me acerco más a él.

—¿Qué me estás queriendo decir? —pregunto.

—Lo que oíste, Andrés. —Cierro los ojos disfrutando mi nombre en su boca.




Con el corazón roto [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora