Regalo

597 46 0
                                    

Tala

Después de almorzar y aclararle a Alcide todo lo referente al don de Edward y el modo en que podemos comunicarnos, nos vamos al salón. Pero antes de entrar, salto sobre la espalda de Alcide para subirme a caballito y taparle los ojos.

—Sigue andando —le digo riendo.
—Voy a caerme.
—No lo harás, yo te guío, solo tienes que dar unos pasos más en línea recta.

Alcide me hace caso y sigue caminando conmigo sobre su espalda.

—¿Preparado? —pregunto al pasar a la sala.
—Sí —responde y le destapo los ojos.

Bajo al suelo y voy al sofá a la velocidad que me da mi mitad vampírica. Cojo las dos guitarras que he comprado y las alzo para mostrárselas.

—Una para tí y otra para mí.
—Me encanta, gracias —dice Alcide acercándose y cogiendo una de ellas.
—No me habías dicho que sabías tocar —me dice Edward.
—Solo sé juntar unos pocos acordes, nada comprado con lo que tú haces con el piano.
—Hay que afinarlas —avisa Alcide después de hacer sonar las cuerdas varias veces.
—Eso se me da fatal, ¿afinas la mía?
—Claro, déjamela.
—Tengo que ir a ordenar mis cosas —me dice Edward.
—¿Ya ha llegado todo?
—Sí, el coche está en el garaje, lo demás sigue empaquetado.
—Te ayudo —me ofrezco.
—No, quédate aquí, no tardaré —me dice, besa mi mejilla y sale del salón.

Edward

No tardo en traer las cajas a la habitación, pero me tomo mi tiempo para abrirlas y sacar las cosas.

Aunque la tensión que había entre Alcide y yo ha desaparecido, sigue resultándome difícil pasar tiempo con ellos. Cuando están juntos es como si creasen un círculo alrededor de ambos, un espacio agradable e íntimo solo para ellos, al que no me siento cómodo entrando. Esta vez no son celos, todo lo contrario, me alegra que Tala tenga un lazo tan familiar con alguien, pero cuando estamos juntos los tres, me siento fuera de lugar. Quizá, si hubiese más gente sería más fácil, como durante la cena en casa de Sam. Sí, eso es.

Vuelvo al salón dejando todas mis cosas esparcidas por el dormitorio.

—¿Os apetecería invitar a la manada esta noche? —pregunto a los dos.
—¿A casa? —me pregunta Tala.
—Sí, Emily os preparó la cena para todos, podríamos tener el mismo detalle con ella.
—¿Te apetece? —le pregunta Tala a Alcide.
—Claro, por qué no.
—Aunque no sé si tendrán planes para esta noche —me dice Tala—, los llamaré ahora mismo.

Tala deja su guitarra en el suelo y sale del salón con el móvil en la mano.

—¿Lo haces para que no estemos solos? —me pregunta Alcide.
—No pienses mal, intento adaptarme a esta nueva situación.
—Te entiendo, lleváis años separados y nada más recuperarla aparezco yo... he chafado todos los panes que tendrías pensados.
—Los planes son lo de menos, tenemos todo el tiempo del mundo, es que lo de estar los tres a solas, es una situación a la que no me adapto.
—¿Siempre habéis estado solos?
—No, pero es diferente, tú eres diferente.
—¿Te refieres al vínculo entre nosotros?
—Sí —admito un poco avergonzado.
—Ya te he dicho antes que puedo irme a otro sitio.
—No, en serio, eso no es necesario, aunque podrías dejarnos alguna tarde a solas.
—Casualmente, tengo planes para mañana —miente sonriendo—, es más, puede que no vuelva hasta el día siguiente.
—Gracias.

Tala

Después de llamar a los chicos vuelvo con Edward y Alcide que charlan en el salón. Parece que se llevan mejor y eso me alivia. Edward ha cogido mi guitarra y la está afinando, mientras Alcide hace lo mismo con la suya.

—La manada está avisada, vendrá sobre las ocho.
—¿Vienen los niños? —me pregunta Edward.
—Sí, ahora están con Leah en la playa, ella y Embry los traerán.
—Podríamos sacar algunos de sus juegos después de la cena —propone Edward.
—Vale —digo sentándome junto a él—, pero ahora me preocupa más qué hacerles de cenar, porque ellos no comen, devoran.
  —En eso puedo ayudarte —se ofrece Alcide.
—¿Sí? ¿Podrías preparar más de tu famosa lasaña?
—Es lo menos que puedo hacer. Pero tendría que ir a comprar, si me dejas tu moto voy ahora.
  —Claro, cógela, está en el garaje y las llaves están puestas.
—¿Compro bebidas también?
—Sí, por favor.

Alcide guarda la guitarra en su funda y se marcha, dejándonos a Edward y a mí a solas. Lo observo concentrado en lo que hace, muy serio. Paso mis dedos por el contorno de la guitarra hasta llegar a su brazo, y después a sus dedos. Los acaricio sin interferir en sus movimientos, luego recorro el mismo camino en dirección contraria, pero de su hombro paso a su cuello y el contorno de su oreja. Él me mira sin perturbar su gesto pero apartando la guitarra y acercándome a él con la otra mano.

‹‹Estamos solos›› pienso.

‹‹Podemos ir a la habitación››.

‹‹O podemos quedarnos aquí››. Me echo hacia atrás atrayendo su cuerpo conmigo.

‹‹¿Y Alcide?››

‹‹Tardará bastante›› digo y aprieto mi cuerpo contra el suyo para después besarle.

Edward me devuelve el beso y nuestra comunicación finaliza, nuestras mentes ya no hablan, ahora lo hacen nuestros cuerpos.

Cuando Alcide vuelve de la compra, Edward y yo estamos sentados tal y como él nos vio antes de marcharse, pero al mirarme a la cara sabe perfectamente lo que ha pasado, pues la enorme sonrisa que soy incapaz de quitar de mi cara es bastante delatadora. Aún así no hace ningún comentario al respecto, solo se da la vuelta y va a la cocina a guardar lo que ha traído.

Parece que al fin a madurado, el Alcide que vi la última vez hubiese hecho algún comentario irónico o alguna burla infantil. Su carácter en aquellos tiempos era muy parecido al de Emmett, creo que podrían llevarse bien.

‹‹Entonces, ¿crees que hay esperanzas para Emmett?›› me pregunta Edward.

‹‹No, creo que él nunca madurará›› respondo... ‹‹¡Espera! Me estabas escuchando››.

‹‹Lo siento, es que aún me estoy recomponiendo de lo de antes››.

‹‹Vaya excusa más mala››.

—¿Otra conversación telepática? —pregunta Alcide.
—Más o menos —respondo.
—¿Quieres que toquemos algo antes de liarme a cocinar?
—Claro, tendremos que ensayar para esta noche —le digo cogiendo mi guitarra.
—¿No creerás que voy a tocar delante de todos?
—No, vas a tocar y a cantar —digo riéndome.
—De eso ni hablar.
—Por favor, solo una canción —pido haciendo un puchero y él mira hacia otro lado.
—No, no, no. No hagas eso.

 ‹‹Es mi arma secreta›› le confieso a Edward, ‹‹Alcide no puede resistirse, nunca, desde que eramos pequeños, ha podido decirme que no a nada cuando lo miro así››.

—Solo una —insisto.

Alcide me mira de reojo y, finalmente, sonríe.

—Vale, vale, pero solo una canción, que elegiré yo y que tú tendrás que cantar conmigo.
—Pensándolo mejor... —intento esquivar su propuesta, pero no me deja.
—Ah, no, ahora no vale echarse atrás, tú querías concierto, pues toma tres tazas.

Miro a Edward en busca de ayuda, pero este se encoge de hombros.

—Como quieras, pero si llueve, no quiero responsabilidades —termino por aceptar.

Promesa de una quileuteWhere stories live. Discover now