Prólogo

759 72 15
                                    


Prólogo

River flows in you - Yiruma

Sus dedos se deslizaban por las teclas con elegancia. Una melodía triste envolvía la sala. Era una composición sin saltos ni notas arrítmicas. Una mano hablaba —la melodía— y su compañera le respondía —la armonía—, pero nunca llegaban a alcanzarse la una a la otra.  Una persecución tonal. La muchacha que estaba sentada en el taburete del piano paseaba la mirada por las teclas blancas y negras. No requería partitura, aquella melodía era una obra suya. Debía escribirla antes de que se le olvidara.

Los recuerdos la envolvían. Al principio como un suave abrazo, pero después intentaban ahogarla. Aún así, seguía recordando. Dejaba a su mente vagar por el pasado mientras sus manos se deslizaban por el teclado del enorme piano de cola, el único mueble en toda la sala. Recordó a su madre sentada junto a ella en aquel mismo taburete, enseñándole cómo colocar las manos para alcanzar todas las teclas con elegancia y eficacia. Recordaba las melodías dulces y cálidas que ella le enseñaba. Algunas eran originales, otras eran clásicos que sencillamente le encantaban. Atesoraba esos recuerdos. Pero después de aquel soplo de calidez, venía un vendaval helado que quería derrumbarla. Se veía a sí misma sosteniendo su pequeño violín y rasgando las cuerdas con el arco, lentamente, al ritmo pausado que marcaba su madre al piano justo a su lado. Veía como su madre tosía y las teclas blancas se salpicaban de rojo. Veía cómo se desplomaba en el suelo y no se movía, no abría los ojos, no la miraba. Su mente le suplicaba que dejase ir el pasado y disfrutara del presente, que alcanzara un futuro. Pero algo en ella no se lo permitía. No quería olvidar, por mucho dolor que aquello le ocasionase. No quería perder aquellos recuerdos agridulces de una infancia que distaba mucho de ser perfecta. No quería olvidar, pasara lo que pasara.

Así como empezó, la melodía fue apagándose a medida que se acercaba a su final. Suspiró y levantó las manos despacio. Aquella sería la última vez que tocaría aquel gigantesco y bellísimo piano de cola, el foco de todos y cada uno de los recuerdos más hermosos que compartía con su madre, al menos durante mucho tiempo. Allí aprendió a tocar, a soñar, a componer. Y allí todo se derrumbó como un castillo de naipes con un fuerte soplo de viento.

—Señorita O'Dwyer, el coche la está esperando fuera. Su equipaje ya está en el maletero.

—Gracias, Sr. Kane. Ahora mismo voy. Solo... déjeme despedirme correctamente.

El mayordomo retrocedió un par de pasos, hizo una reverencia y salió de la sala dejando a la muchacha acariciando las teclas sin pulsarlas. Colocó un protector sobre ellas, un trapo que su madre bordó personalmente. Bajó la tapa del color del ébano y para cuando quiso darse cuenta, las lágrimas ya le estaban empapando las mejillas.

Su vida nunca había sido fácil. Feliz tal vez, pero nunca fácil. A partir de aquel día debía ocultarse. Perdería su nombre, su apellido, su casa y a su propio padre. Tendría que dejar atrás su identidad y convertirse en algo desconocido para poder sobrevivir. El coche que la esperaba fuera la llevaría al aeropuerto, donde cogería un avión que la llevaría lejos. Una vida de fugitiva. Una vida de cobarde.

Su padre se quedaría allí e intentaría arreglar aquel desastre, aquel tremendo lío que la obligaba a dejarlo todo atrás. Al principio lloró. De dolor, de frustración, de impotencia,... lloró hasta que no le quedaron lágrimas. Después se dio cuenta de que no podía evitarse, de que era demasiado tarde. Habían tomado las decisiones equivocadas, había tardado demasiado en madurar.

Acarició la superficie del piano con una mano, dejando las lágrimas salir y empaparla por dentro y por fuera. Así, se lavó todas las penas y arrepentimientos que guardaba dentro. Empezaría de cero, tendría otra oportunidad. No todos podían decir eso, en realidad. Debía sentirse afortunada.

Resiliente [Sherlock Holmes]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora