Capítulo VII

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Capítulo VII

Muros y galerías.
Jerome – Zella Day

–¡A ver si coges el teléfono, Sherlock! Te he estado llamando.

–¿John? Espera, ¿tú?

–Me llamo Erin, pensé que ya lo sabías.

–¿Qué hace ella aquí?

–Nos está ayudando, Sherlock.

–No. No me fío de ella. Además, seguro que nos hace perder el tiempo con sus. . . sus cosas.

–No, me ha a ayudado a encontrar. . .

–No me importa, John. Deja tus instintos de macho y dile que busque a otro al que marear.

–¿Perdona? Sigo aquí, ¿sabes? Y no soy estúpida. John y yo hemos encontrado lo que estabais buscando, una pared cubierta de códigos chinos raros de esos.

–¿Qué? ¡John! ¡Se lo has contado todo!

–¿Es eso lo que de verdad te importa, Sherlock? ¡Vamos!

El detective bufó mirando a la muchacha. No se podía fiar de ella, aún no. Tenía la ligera sospecha de que ella tenía que ver con todo aquello, que estaba ligada de alguna forma retorcida a todo lo que estaba ocurriendo. . . pero ya no podía echarla. De todas formas, ya lo sabía. Y John no le dejaría dormir si le daba una patada en el culo y la mandaba a volar.

Los tres corrieron hacia las vías, a la entrada del túnel de metro donde John y Erin habían encontrado anteriormente las pintadas. . . pero ya no quedaba nada. El muro estaba vacío.

–¡Han pintado por encima! –exclamó John, frustrado.

Sherlock dio varias vuelta a su alrededor alumbrando con la linterna, como si así pudiera encontrar al que hubiese borrado las marcas.

–No lo entiendo. . . –murmuraba el doctor.

–Estaba justo aquí –Erin rozó la pared con la punta de los dedos. Era increíble como en tan poco tiempo habían hecho desaparecer algo tan grande. Eran profesionales, como ella.

. . . tal vez tuviera algo que ver con Dandelion. Tal vez debería hacerle caso a Sherlock e irse cuanto antes . . .

No. Antes muerta que darle la razón a ese tío y subir aún más su infinito ego.

–Hace diez minutos lo vimos –siguió la joven irlandesa –John y yo. Un montón de pintadas, un mensaje completo.

–Alguien no quiere que yo lo vea –murmuró Sherlock, que no dejaba de mirar cualquier cosa que no fuesen John y Erin.

Erin bufó y de repente Sherlock se abalanzó sobre ella y le agarró la cabeza con ambas manos enguantadas. Apretó con fuerza, a pesar de lo demacrada y dolorida que aún estaba.

–¡Sherlock! ¡Está herida! –exclamó John a sus espaldas, agarrándole del abrigo e intentando apartarlo de ella.

–¡Silencio! Erin, concéntrate. Necesito que te concentres. Cierra los ojos.

Las mejillas de Erin se iluminaron.

–Es imposible que me concentre si me estás haciendo daño, imbécil. Aléjate de mí.

Resiliente [Sherlock Holmes]Where stories live. Discover now