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Nunca culpes a la noche

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Nunca culpes a la noche


El día de la fiesta llegó incluso antes de lo que cualquier persona en Gahnder esperaba. Fred era el baterista de la banda y, como cualquier integrante de la misma, era considerado alguien dentro de instituto, así que su fiesta iba a ser grande. Lo único que pidió como regalo era que sus padres le dejaran hacer una fiesta en su casa, y por alguna razón ellos accedieron. Hablaron con los vecinos y los acuerdos fueron: nada de alcohol y, en definitiva, la fiesta acababa a las cinco de la mañana.

Esa era la primera semana de Mae en el pueblo, y aunque todos se habían dedicado a ignorarla y pasar de ella en el instituto, donde eran vigilados por los profesores, la fiesta ya era otro nivel para ella. Mae sabía que, ahí, no podía evitar nada. Quizás en los pasillos era buena esquivando a la gente, y estos al mismo tiempo eran buenos dejándola de lado, pero esa ventaja no la tendría ninguno de los dos en la improvisada pista de baile. Todo esto generaba cierta ansiedad en la pobre nueva alumna quien, desde su habitación, estaba llamando a su amigo... una vez más.

—¿Por qué nunca me dijiste que el rojo me queda tan mal?—le decía, evidentemente alterada, mirándose en el espejo de pie que tenía ahí.

El cuarto de Mae no podría ser más auténtico porque es imposible. Su madre había pintado las paredes del color favorito de Mae, lila pastel, cuando ella tenía nueve años. Tenía cubos en la pared que funcionaban como una librería en la que colocaba sus libros sobre historia y los perfumes que más le fascinaban. Por otro lado, su cama sí que era bastante normal pero Mae se había encargado de darle su toque colocándole muchas pequeñas almohadas de diferentes colores. En su armario tenía diferentes conjuntos que ella misma armaba cuando estaba aburrida, y organizaba sus cajones dependiendo del tipo de ocasión para el que necesitaba vestirse. En la ventana que tenía sobre su cama había pegado miles de fotos y artículos sobre sucesos que le llamaron la atención en algún momento. Cuando no tenía nada que hacer, buscaba más para poder añadirlos.

—Porque el rojo te queda divino—contestó Fletcher bastante harto de repetírselo una y otra vez—. ¡Eres una puta bomba, Madeleine! ¿Cómo es que crees que algo te queda mal? ¡Deja de ser tan cliché!

La joven se detuvo por un momento a mirar su reflejo en el espejo. No se había colocado ningún tipo de maquillaje. Nunca lo hacía. No tenía idea de cómo combinar colores sobre su piel y hacer que luzca decente, y tenía mayores intereses que buscar videos sobre eso en YouTube.

—No soy cliché—reclamó, torciendo el gesto—. ¿Si te envío una foto me crees?

Fletcher respondió que sí. Mae quitó la llamada, se tomó la mejor foto que pudo haberse tomado y se la envió a su amigo. Segundos más tarde, escuchó un grito.

—Santa mierda, ¿de verdad te queda tan mal ese vestido?—exclamaba—. No me lo creo, le hiciste algo a esta foto. No eres tú. Mae tiene más culo.

Dulce disposiciónWhere stories live. Discover now