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«Mamá a ellos no los tratan como a mi. La gente normal no los ve. Creo que me estoy volviendo... No, no lo puedo decir. Si lo hago, lo estaría aceptando.
Mamá, tengo miedo. Mamá, quiero irme contigo»

Yacía en mi habitación mientras esuchaba como tronaba afuera en el cielo. Parecía que todo se desmoronaría y quedaríamos a merced de esa tormenta eléctrica.

Hoy el día no fue de mi agrado. Calor insoportable, mis amigos no me dirigieron la palabra ni por un segundo y lo único que me quedaba de compañía era mi cuaderno de dibujos.

Volviendo al momento de presente. Miré hacia afuera, las nubes denotaban un color rojizo bien obscuro. El agua caía sin parar, mis manos acariciaban el ventanal inmenso situado al lado de mi cama. Escuchaba como golpeaban las gotas sobre las baldozas del patio. No esperé un segundo más. Cerré la cortina del ventanal y me senté sobre la orilla de mi cama. Ésta era la sexta noche en que llovía. No podía estar más asustada que cuando cayó un rayo en medio de la madrugada haciendo un estruendoso ruido como en la quinta noche. Puede ser que le tema un poco a las tormentas, pero, solo cuando son eléctricas.

Mi padre noche tras noche me cantaba una hermosa canción cada vez que llovía _Me verás volar por la ciudad de la furia... Donde nadie sabe de mi y yo soy parte de todos..._ Entonaba y con el grosor de su voz lograba que yo me durmiera en calma.

Ahora que no lo tengo a mi lado, no tengo ese hombro en el cual apoyarme.

Era una persona fuerte y amorosa. Amado por todos los vecinos del barrio. Desafortunadamente cuando se casó con mi madre le llegó la noticia de que no podían tener hijos, era estéril. Decidieron adoptar a un solo bebé, a mi. Viví con ellos desde mis 3 cortos años. Me criaron con la más alta educación, profesores privados, deportes de todo tipo, me especializaron en las mejores artes visuales y auditivas. Ellos me dieron todo lo que jamás conseguiría sola.

Con cuarenta años, le diagnosticaron cáncer de pulmón. Si, él era adicto al cigarrillo y estabamos seguras con mi mamá de que algo malo le sucedería. Pero, a pesar de ser buena persona, su terquedad lo cegaba y no escuchaba las opiniones de los demás. Murió con cuarenta y un años. Nadie esperaba que un hombre tan bueno se fuera por una enfermedad como tal.
Mi madre entro en depresión. Yo ya tenía 13 años. Ella sabía lo que le esperaba, así que me emancipó e hizo que todo el dinero de mi padre y el suyo fueran heredados para mi.
Una madrugada, dos policías tocaron la puerta de mi casa con la desagradable noticia de que habían encontrado a mi madre muerta y desfigurada en un callejón. Violada y maltratada. Así me dijeron que era su estado. No hubo peor muerte.

Estaba segura de que sería yo la siguiente. De que alguien se estaba encargando sobre mi vida y en cualquier momento acabaría con ella.

Han pasado cuatro años y aún sigo aquí. Creo que el destino solo me quiere ver sufrir. Me arrebató todo lo que tenía desde pequeña para no sufrir desde grande.

Dejé de tener profesores privados, dejé los deportes, pero no las artes. Comencé a ir a una secundaria normal. Con gente normal y profesores normales. Me hice amigos y tuve una vida social digna. La casa se me hacía muy grande para mi sola, aún que sigo viviendo en ella porque no quiero venderla. Me recuerda mucho a mis padres y me hace sentir que todavía tengo algo de ellos en que apoyarme.

Si, mi vida es denigrante, pero ¿Qué otra cosa puedo hacer? Sólo estoy esperando a que mi hora llegue y pueda volver a ver a las únicas dos personas las cuales amo tanto.

Posé mi cabeza en la mullida almohada. Cerré los ojos pero una notificación sonó de mi celular.

"¡Gise! ¡Te tengo una propuesta que te va a encantar!"

Era mi mejor amigo, Daniel.

No contesté. Quería dormir un poco, aún que sea las horas que me quedaban hasta que tuviera que ir a la escuela.

Ciudad de la FuriaWhere stories live. Discover now