Capítulo 39: Si amas algo déjalo ir.

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NICOLÁS

No sabía cómo se sentía estar enamorado. Nunca había tenido un amor platónico o algo así; las mujeres normalmente eran objetos sexuales y ya.
En estos momentos, desearía regresar a esos tiempos.
Soy un maldito cobarde con estos asuntos del amor.
Porque de verdad duele.
Entiendo cuando dicen las mujeres que ellas son el sexo fuerte. ¿Alguna vez han estado enamorados? No se los recomiendo. Cuando todo se derrumba y te mandan a la mierda, tú quedas como mierda. Y no encuentro otra manera de explicar lo que siento.
Según el profesor de Biología, el órgano que regula tus emociones es el hipotálamo. Pero, no entiendo por qué te duele el maldito pecho, en vez de la jodida cabeza.
La sensación de impotencia, la habia sentido sólo una vez en mi vida. Y fue cuando tenía miedo a las alturas y debíamos tirarnos de un tobogán gigante en un parque acuático.
Me levanto de la cama. Me siento. Vuelvo a levantarme. Camino por toda la habitación de una esquina a otra. Duque me observa. Me recuesto junto a él y lo abrazo. Lo acacricio y mis ojos poco a poco se inundan, opacando mi vista. El pecho me aprieta, el nudo en mi garganta se queda ahí. No me gusta llorar, no me gusta parecer débil ni siquiera conmigo mismo, pero por ahora es mi única salida.

˜***˜

Me había conseguido un trabajo de medio tiempo para eso del baile de verano; mis padres estuvieron más que encantados con la idea, podría ayudar con el baile, y con mis ahorros para la Universidad. Mi padre me había enseñado a los 12 años sobre jardinería. A mi madre le encantaban las flores y esas cosas, pero era una completa inexperta en jardinería, así que papá nos enseñó a Cinthia y a mí, para poder cuidar las plantas de mamá, mientras él trabajaba.
Nick dijo que me ayudaría así que hoy comenzamos con el jardín del señor Montes. Necesitaba que su jardín estuviera impecable para dar una fiesta en él, esta noche.
Llegamos a casa del señor Montes y su hija de diez años fue la que nos recibió. Su jardín era bastante grande, y bien cuidado, sólo faltaban de arreglar algunos detalles.
     —Tienen todo lo necesario en la casita de allá,— nos apuntó la niña —mi papá baja en un momento.
     —Hay que podar el pasto— le dije a Nick.
     —A la orden.
Examiné las plantas y comencé a regarlas y colocarles abono.
Un poco de agua por aquí, otro por allá y esto quedaría listo.
     — ¿Cómo te ha ido?— preguntó Nick.
     — ¿Sobre qué?
     —Con el asunto Carlos-Charlotte. 
     —Pues, sigo vivo, ¿suficiente?
     — ¿Por fuera? Porque yo no veo ningún signo de vida en ti.
     —Estoy... bien Nick.
     —Te conozco. ¿Qué tal si esta noche vas a dormir a mi casa? Mis padres no estarán.
     —Si intentas violarme, buen intento.
Ambos reimos.
El señor Montes y su hija mayor salieron a inspeccionar nuestro trabajo. 
     —Bien hecho chicos, el jardín está quedando perfecto, aunque... necesito que me ayuden a colgar algunos adornos.
Me levanté y me quité los guantes.
     —Claro, ¿dónde los tiene?
     —Hija, acompaña a Nicolás por los adornos, por favor.
Asintió coqueta. Ella es muy guapa, e intenta atraer mi atención.
     —Por aquí.
Se agachó (para que le viera el trasero, cosa que no hice) a tomar una caja con muchos adornos colgantes. La tomé y regresé al jardín. Pude notar su enojo.
     —Sigan así— el señor Montes me dió un par de palmadas el el hombro.
Nick se acercó a mí.
     —Creo que quién te quiere violar es otra persona— apuntó con la vista a Caitlin hice un ademán en forma de indiferencia y entre bromas y risas en menos de lo que imaginamos, el jardín estaba listo.
El señor Montes quedó muy contento, y dijo que nos recomendaría. Nos pagó y salimos de ahí.
     —Voy a tomar un baño... y nos vemos en tu casa.
Cada quien subió a su auto y nos encaminamos a nuestras casas. Estabamos llenos de tierra. 
Me di una ducha rápida y cuando baje Duque se encontraba entre mamá y papá viendo la televisión. Al final ellos también terminaron queriéndolo. 
     —Mamá, papá ¿puedo ir a dormir a casa de Nick? Sus padres no estarán, y le gustaría algo de compañía.
Se miraron entre sí.
     —Pero no hagan nada de lo que puedan arrepentirse.
Es increíble como ellos se hablan prácticamente por telepatía.

˜***˜

     —Cuéntame— me dijo Nick entregándome una cerveza en lata.
     —Él... ¡pudo hacer en un jodido mes lo que yo no en diez meses!
     —Olle, tranquilo viejo. ¿Duele?
     — ¿Recuerdas esa vez que te pegue en los huevos con una pala?
     —Ni cómo olvidarlo.
     —Ah, pues esto es mucho peor.
Se quedó callado, pensando qué responderme. No creo que exista una cura para los corazones rotos. Ni una respuesta para el dilema. 
     —Sólo hay una cosa que hacer en estos casos: Desahogarte toda la noche con tus amigos.
     —Acepto.
Encargamos una pizza y fuimos a comprar helado y dulces al mini-super de la otra cuadra.
El viento soplaba, y nos recorría el cuerpo con su brisa helada, parecía que el cielo sufriría junto conmigo.
Cuando entramos, lo primero que vimos fue a Max detrás del mostrador. Se supone que debería estar trabajando en una nevería. 
     — ¿Y tú?
     —Me despidieron por coquetear con la hija del dueño.
     —Si serás idiota. 
     — ¡No pude resistirme!
Nick llegó con un bote de helado gigante de chocolate, nuestros dulces favoritos y cerveza, los dejó sobre el mostrador y Max comenzó a cobrarlos.
     — ¿Quieres ir a celebrar los corazones rotos?
     — ¿Terminaste con Marcel?
     —Claro que no.
Max me miró.
     —Oh, ya entendí. Mi turno termina a las 9:30, faltan... 30 minutos, los veo allá. 
Llegamos a casa de Nick y la pizza no tardó en llegar.
     —Linda moto.
Alexis era el repartidor.
     —No te burles.
La moto estaba que se desvarataba sola.
Le pagué. 
     — ¿Quieres entrar a celebrar los corazones rotos?
     — ¿Terminaste con Marcel?
     — ¿Por qué todos preguntan eso?
     —En primera, nadie sabe cómo es que aceptó a un idiota como tú. 
     —Gracias.
      —Sin ofender. Y... sí, termino con las dos últimas pizzas y regreso.

˜****˜

Con unas cuantas cervezas encima, terminamos comiendo helado y dulces viendo "Titanic"; escuchamos canciones tan deprimentes, que les apodamos las "corta venas", y llamé a Charlotte. 
     — ¿Hola?
     —Sabes... hace poco tiempo que me di cuenta de lo que siento por ti. Fui un completo idiota al hacer todas esas cosas que te han hecho sentir mal y alejarte de mi. Charlotte Gómez, te quiero... con todo mi ser, mi corazón, te quiero más que a mi vida. Pero por ahí alguien me dijo: Si amas algo, déjalo ir... si vuelve es tuyo, si no, nunca lo fue. Espero que vuelvas... aunque por ahora sé que lo mejor es que estés con el hombre que escogiste. Te amo. Dulces sueños.
     —Eres tan tierno... y... es fantástico que reveles tus sentimientos, pero, lamento decirte que yo no soy Charlotte. Perdón, te equivocaste de número campeón.
Bueno... tal vez no marque a Charlotte.

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