Epílogo

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19 de Agosto de 1946

Cierro mis ojos y soplo lo más fuerte posible para hacer que el fuego de las velas se esfumara. Alenka y los amigos de mis padres aplaudían con gran emoción. Era el tercer cumpleaños que pasaba sin mi Tía fuera de Varsovia, en Suwalki, un pueblo a las afueras de Polonia, pero esta vez fue un poco más cálido. Tenía a algunos de mis seres queridos alrededor mío sonriendo y festejando, incluyendo a Karla, quien había sido separada de su marido, y a Walensky. Por primera vez me sentí protegida y querida. Gente que había creído muerta durante la guerra, me había encontrado después de unos meses para acogerme con calidez y entusiasmo.

-Felicidades Bi.- Walensky dijo entre todos los bullicios y aplausos. Yo solamente sonreí amablemente.

-¡Te tenemos un regalo!- dijo la madre de Walensky. -sígueme.- prosiguió. Seguí a la madre de Walensky y Karla me tapó los ojos.

-Bueno, ya puedes ver.- me destapó gentilmente los ojos y apareció frente a mí un cachorro no más de 4 meses, negro como la noche con unos hermosos ojos azules.

-¿Es para mi?- dije entusiasmada y todos asintieron. No dude ni un segundo en abrazarlo entre mis brazos. -¡Es hermoso!- exclamé acariciando sus orejas.

-Supimos lo de tu perro, Safir, y decidimos darte este nuevo.- dijo Walensky sonriendo. No podía estar más feliz, parece que todo estaba volviendo a la normalidad.

Había pasado ya un año desde que la guerra terminó. Todo Varsovia quedó en ruinas por lo que tuvimos que huir. Lo único que conserve de mis cosas fue el dije que llevaba en el cuello de mi madre, todo lo demás se había vuelto un recuerdo. Había perdido contacto con Maskya, Ruth y los demás, pero me había recontado con la gente que me importaba. Me quede sentada con el cachorro en el piso, viendo como miraba a todos lados desconcertados. Era un perro hermoso, me quede viendo su pequeña nariz rosada y su pequeña lengua que salía de vez en cuando. Todo de él me gustaba, y más sus ojos celestes. Mientras más lo veía a los ojos, más nostalgia me daba y los recuerdos llegaban a mi cabeza.

-Eh, ahora vengo.- dije abrumada de mis pensamientos. Deje al can en los brazos de Alenka y subí a mi nueva habitación. Me senté en el tocador y me miré al espejo. El reflejo detrás mío se empezó a esfumar, trayendo imágenes de lo que había vivido en Varsovia. Los recuerdos eran fugaces y borrosos. Me quede observando mi dije en el reflejo del espejo, inspeccionándolo detalladamente perdiéndome en su destello dorado. Cuando quise verme a los ojos, note que ya no era mi mirada, sino la de Johan. Su reflejo apareció frente a mi. Se veía tranquilo, su aspecto volvió a ser el de antes, limpio y sin ninguna imperfección. Su cabello estaba bien peinado y tenía ese brillo que se reflejaba en mis pupilas. No pude evitar pensar en todos los momentos en los que ese canalla me volteó de cabeza.

*flashback*

-¿Por qué tenemos que vivir ahora? ¿Por qué no pudimos haber vivido antes, cuando no había guerra ni bandos?- dijo Johan de pronto rompiendo el silencio mientras veíamos las luces de la ciudad desde una peña.

-¿Por qué lo dices?- dije mirándolo.

-Pues, mírame, soy el malo.- dijo volteándose a ver la insignia nazi que trae en su brazo.

-No, no lo eres, eres un pan.- dije con tono sarcástico.

-Un pan bastante quemado.- dijo riendo. -En serio, imagina lo que pudiésemos hacer si no hubiera guerra.- prosiguió con más seriedad.

-¿Ah, si? ¿como qué?- dije poniendo toda mi atención a sus palabras.

-Como andar por ahí libremente sin que te tengan miedo o sin ser juzgado. Sin tener que matar a las personas o fingir que soy alguien que no soy.- dijo mirando al piso.

En Busca de la EsperanzaWhere stories live. Discover now