Cámara y acción, sueños y dolor

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P.O.V.:ALFRED

¿Cuánto tiempo habíamos pasado juntos en aquella habitación?¿La canción quedaría bien mañana? ¿Qué habría sentido ella? ¿Qué había sentido yo? Lo desconocía, de hecho, lo único que en ese instante pude percibir fue, que al ver como cerraba la puerta me encontré, de golpe, con lo que me atormentó años atrás, la fatalidad y némesis de mi persona, mi límite y mayor lastre. Estar solo. 

Hoy, ahora, más que ayer, más que cualquier otro día. En ese mismo instante, al verla marchar, me sentí la persona más sola del mundo. Las paredes de la habitación parecían alejarse de mí, la cama ancha me recordaba mi soledad con el simple hecho de tumbarme y sentirla fría, vacía, como un vaso medio lleno. 

En un intento fallido por huir de aquellos pensamientos me lanzé y acurruqué entre las sábanas, tapándome la cabeza con la almohada y obligando, como siempre, a acallar mis impulsos por salir de aquella estancia y buscarla.



Me desperté gracias a unos sonoros golpes contra la puerta de mi cuarto. Aquella mano sin duda aporreaba furiosa la puerta ¿Por qué? Gruñí en modo de respuesta frente al molesto sonido y cogí mi teléfono. "Si son solo las... doce y media..." Volví a meter la cabeza en la almohada. "Espera, ¿Las doce y media? ¡MIERDA MIERDA!" De un bote me puse de pie y abrí la puerta, era Toni.

-Joder Alfred, ¿Has visto qué horas son? ¡Vamos a llegar tarde por tu culpa atolondrado!-Dijo haciendo aspavientos, sermoneándome.

-Lo siento mucho, enserio, en 10 minutos estoy abajo.

-Venga, ves, que estamos todos abajo ya.

Cerré la puerta y me preparé mi mochila con todo lo que iba a necesitar aquel día. Escogí un par de camisas con estampados florales y coloridos y unos pantalones vaqueros oscuros para el vestuario del concierto, salí por la puerta y cerré. 

Bajé apresurado las escaleras y tropecé en el último escalón provocando mi caída. Avergonzado me levanté y me disculpé por la tardanza. 

Una vez lo tuvimos todos claro entramos al autobús que nos esperaba en la entrada. Subí el primero y fui directo al final del todo, quería estar solo, por lo menos en este viaje, necesitaba reflexionar, necesitaba mentalizarme ante lo que haría aquella noche, de lo que sentiría y de como acallaría mis instintos, como neutralizaría mis ganas de salir de allí cuando me sentase en el piano junto a ella, como enmudecería mis actos y convertiría una actuación supuestamente sentimental y pura en una mera interpretación. 

Cerré los ojos hasta que sentí una presencia delante mía. Era Amaia. Entreabrí los ojos y me encontré a una muchacha que pensaba hacer lo mismo que yo, aislarse de todos en el último asiento, pero que sin duda, no contaba con mi asistencia. Después de girar la cabeza en un par de ocasiones para verificar que no quedaban sitios libres decidió sentarse en la ventanilla contraria a mí. Nos separaban dos huecos vacíos, pero aún así, volvió a invadirme esa sensación de vulnerabilidad, de sentir que ante la mínima provocación ambos saltaríamos, enzarzándonos  en una pelea que, tal día como hoy, en aquel diminuto autobús, no nos beneficiaría.

Así que la ignoré, nos ignorámos. Ambos sacamos nuestros auriculares y nos fundimos con lo más importante que teníamos, algo que ambos compartíamos y por lo que estábamos allí, la música.

Mi playlist fue cambiando entre Chet Baker, Miles Davis, Nick Cave y Bill Evans, auténticas leyendas que compusieron himnos que cambiaron mi vida y me inspiraron a la hora de expresarme y sentir las melodías, los padres fundadores de mis sonidos, progenitores de un Alfred que nació y creció solo y cuyo refugio siempre fueron ellos y sus acordes únicos.

Niña del Sol de Tarde [Almaia]Where stories live. Discover now