Capítulo 18

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Llevaba encerrada en ese psiquiátrico dos semanas. Alex venía a visitarme de vez en cuando y a traerme pequeños regalos como una pulsera o cosas así. De pequeña me gustaban esas cosas pero ya hacía mucho tiempo que no vestía ropa femenina. Todo eran sudaderas, pantalones largos y ese tipo de cosas. Pero bueno, aunque no me lo pusiera, contaba la intención y el detalle de haberse molestado en comprarlo.

- Ana, hoy vamos a dejarte salir con el resto de internos.

Lo que me faltaba. Yo no estaba loca... Del todo, pero tenía mis razones para estarlo, nadie sabía como había sido mi vida, y lo que había vivido con Él.

Me levanté de la cama obedeciendo sin otra opción a la voz que salía del altavóz.

La puerta de mi habitación se abrió y caminé por el pasillo hasta una puerta que decía: PATIO

Abrí la puerta léntamente. Encontré una especie de patio de suelo de piedra y paredes de piedra. Muchas personas estaban desperdigadas por el lugar. Todos rondaban mi edad y los chicos y chicas estaban juntados, algo realmente raro. Había algunos que estaban dandose golpes contra la pared, otros jugando con sus manos, intentando arañarse o riendose por nada.

Entré sigilosamente, pero el ruido al cerrarse la puerta me delató. Varias personas me miraron y siguieron con lo que estaban haciendo.

Me senté en un banco que había al lado de la puerta. Busqué algo que hacer, pero como no encontré nada. Me puse a ver lo que hacía el resto con mis codos apollados en mis rodillas y mi cabeza en mis manos.

Tantas cosas que podría hacer fuera de ese lugar y tenía que estar ahí encerrada.

- ¡Fuera de aquí!- dijo un chico en un gritó.

Vi a un chico con el pelo negro y unos ojos negros sentado en un banco. Le gritó a dos chicas que estaban a su lado haciendo no se qué.

Aparté la vista y seguí mirando lo que hacían el resto de personas. Noté la mirada del chico de antes encima de mí incomodandome. Puse mi pelo al lado de mi cara evitando su contacto visual.

- ¡Eh tú!

Giré mi cabeza al chico que me miraba serio.

- ¡Ven aquí!

Fui hacia él aparentando no tener miedo, pero la verdad era que estaba un poco nerviosa.

- ¿Qué?- dije fría.

- ¿Cómo te atreves a hablarme así?- dijo todavía sentado.

- ¿Hablarte cómo?- dije todavía de pie.

- ¿Sabes quién soy?

- ¿Devería saberlo?- dije cruzandome de brazos levantando una ceja.

- Soy el rey de este lugar- dijo levantando los brazos para señalar que todo el psiquiátrico le pertenecía.

- Ya claro, lo que tú digas... ¿Para qué me has llamado?- él suspiró intentando controlar su ira.

- Te he llamado para conocerte- dijo sonriendo y mirandome de arriba a abajo.

- Muy bien. Me llamo Ana, ¿Y tú?- dije esperando que esto se acabara pronto.

- Dave. He decidido que seras mi reina en este castillo- dijo sonriendo.

- Ya claro, ni de coña...- dije antes de oir en el altavoz que deviamos volver todos a nuestras habitaciones, girandome y andando hacia la puerta.

- Claro que sí.

Noté los brazos de Dave rodeandome de los brazos y levantandome del suelo llevandome hasta una pared escondida del patio. Me dejó en el suelo y me puso contra la pared colocando sus brazos a los dos lados de mi cabeza.

- Tú me perteneces, y yo nunca presto mis cosas.

Después de decir eso me beso. Le empujé apartandole de mí fuertemente.

- ¿Qué coño haces gilipollas?- dije limpiandome los labios con el dorso de la mano.

- ¡Tú me perteneces a mí! ¡Soy el rey, me tienes que tratar con respeto, o llamare a los berdugos para que te corten la cabeza!

Este tio estaba fatal de la cabeza. Corrí todo lo que pude hasta que recorde lo que podía hacer. No había podido utilizar los poderes de Slender por todos los tranquilizantes que me ponían, pero esa mañana no me habían puesto ninguno.

Me paré en seco observando como Dave corría hacia mí como un poseso.

- Que funcione...- dije para mí misma.

Cuando Dave estaba casi tocandome, aparecí justo detrás de él. Di gracias a lo que sea que hay ahí arriba o simplemente, a mi "pequeño" amigo. Saqué uno de mis tentaculos y le atravese por la espalda.

Esa sensación cada vez me gustaba más.

Corrí todo lo que pude hasta llegar al gran muro de piedra que me separaba de la libertad.

Me imaginé un lugar donde quisiera estar y me concentré todo lo que pude en ese lugar. La cabeza me iba a estallar pero al final lo conseguí.

Salí de allí. Me arranqué la pulsera de color blanco que tenía alrededor de la muñeca con fuerza y la tiré al suelo. Me di cuenta de que solo tenía la ropa blanca que me proporcionaron en el psiquiátrico, pero, ¿eso que mas daba? podría comprar más o simplemente robarla.

Cuando tenía todo claro comencé a caminar por el pequeño camino rodeado de jardin que llevaba a la puerta de la casa de Alex.

Solo yo puedo verleOnde histórias criam vida. Descubra agora