3.- 15 cajas, 2 guitarras y 1 almohada.

768 49 30
                                    


Último sábado que me despertaba en mi cama. Sentía el suave tacto de mi colcha, olía a café recién hecho y... ¡Espera! ¿Qué era ese olor? ¿Axe Dark Temptation? ¿En serio? Todavía no sé qué mal había hecho en la vida para que mi hermano se echara 2 litros diarios de ese desodorante con olor a chocolate. Efrén era mi otra mitad. Hermano, amigo y compañero de trastadas y por eso soportaba que tuviera tan mal gusto con los olores. En el pueblo siempre decían: ¡Mira! Los mellizos. Y no exageraban ni un poco. Éramos súper parecidos, sólo que la genética quiso diferenciarnos haciéndole a él más alto y a mi favoreciéndome con esta melena rubia, voluminosa y rizada por la que todos me conocían como leona. Bueno, seamos sinceros, lo de rubia me lo da el tinte pero son detalles. Desde pequeños éramos muy unidos, en la adolescencia hubo alguna que otra pelea pero nada que un Kinder Bueno compartido no pudiera arreglar. La noche anterior habíamos estado hablando ya que mi cabecita no dejaba de darle vueltas a la idea de mi nueva vida en Madrid.

– Miri, yo por mi te encadenaba a la cama para que no te fueras, pero tú, ¿qué opinas? – dijo mi hermano mirándome a los ojos y cogiéndome esas manos que no paraban de temblar.

– Estaba ya hablado, Efrén. Si Pablo se iba, nos íbamos los dos. Si no era en Madrid iba a ser en otro lugar, ya iba siendo hora que diéramos el siguiente paso y viviéramos juntos. Pero tengo miedo. No sé, aquí tengo a mi grupo de amigos, a mis alumnos de guitarra, a papá y mamá y a Yako. Separarme de Yako igual es lo que más me va a costar, porque a ti te puedo llamar, pero la ciencia todavía no ha avanzado tanto como para que los perros hablen. Lo cuidarás, ¿verdad? Recuerda que le gusta ir al bosque de detrás de casa por las tardes a jugar y que el palo sea más largo que él, sino, no lo quiere – Una lágrima se escapó de mi mejilla, iba a echar mucho de menos todo esto.

– Es mi perro también, no sé si te acuerdas – Protesto él.

– Si ya, pero todos sabemos que me quiere más a mí. Y protege mi cuarto por favor, ahora que papá está jubilado me da miedo que tire todas mis cosas y lo convierta en un gimnasio – pedí, queriendo destensar un poco el ambiente sensiblero que nos había invadido.

– Mira que eres idiota. Tranquila, aquí todo seguirá igual. ¿Entonces qué, bajamos las cajas al salón? – consultó ya en un tono más animado

– ¡Ni se te ocurra! Son las doce de la noche y quiero dormir – Mi hermano me abrazó y se acurrucó a mi lado. Nos quedamos dormidos en mi cama como cuando tenía 8 años y venía para protegerme de la tormenta y los monstruos del bosque.

Tras desperezarme y desayunar por última vez con toda la familia, me puse unos "leggings" y una camiseta del Primark y fui a casa de Pablo. Allí cargaríamos sus cosas y luego ya nos dirigiríamos a mi casa a recoger mis cajas y poner rumbo a Madrid. ¿Hay algo más horrible que una mudanza? Yo todavía era una ingenua que no sabía lo que conllevaba mudarse a más de 600km de tu casa y tenía la presión añadida de que todo tenía que caber en ese coche que había comprado hace unos meses. Sólo tenía 22 años de existencia y viviendo en casa de mis padres las únicas cosas que tenía de valor estaban dentro de una habitación de 10m2. ¿Realmente iba a ser tan difícil? Claro que tenía un gran problema con guardar mierdas que no servían para nada; la entrada de mi primer concierto, el ticket de la primera vez que fui al cine con Pablo, ese peluche que conseguimos en la tómbola, la bicicleta estática que mi tía iba a tirar y yo la adopté creyendo que de repente me iba a convertir en Eva Nasarre... Pero que no cunda el pánico, ya era una mujer adulta y solo iba a llenar 2 cajitas y una maleta grande. O eso pensé cuando empecé a empacar mi ropa, mis libretas de composición, mis cremas y potingues ... No tardé ni dos horas en darme cuenta que esas 4 cajas que había rescatado del contenedor de papel no iban a ser suficientes. Pobre ilusa.

Conmigo SuficienteWhere stories live. Discover now