Capítulo 22

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     Cuando Emily fue capaz de ver el rostro de Alison, todas las bienvenidas y frases que había estado planeando decirle se disiparon de su conciencia, y no pudo ocultar su angustia.

Los meses que había estado recluida en la prisión y culpándose a sí misma por crímenes que no había cometido habían desgastado su salud de forma considerable. Estaba enfermizamente delgada — de modo que su rostro había adquirido una angulosidad que nunca antes se había visto en él —, con unas ojeras que hasta miedo daban y un dolor fraguado en sus hermosos y sorprendidos ojos azules que partió el alma de Emily en mil pedazos, dejándola sin palabras.

Alison abrió y cerró la boca unas tres veces, sin poder decir nada y confundida respecto a la aprensión que sentía por la presencia de la morena; sensación que jamás habría podido atribuir a un encuentro con ella.

Habían pasado tantas cosas... que cualquier palabra habría sonado absurda para rellenar el espacio tan pronunciado que las separaba. La rubia le había hecho demasiado daño a Emily, y por eso no estaba del todo segura respecto a querer tenerla tan cerca aún sin que ninguna hubiese tenido tiempo de sanar; pues verla entonces, en ese estado de preocupación ante, supuso, el aspecto que se traía de la prisión, le hizo recordar la expresión  que había visto en ella la noche en la que tuvo que romperle el corazón para protegerla. Y a ese le seguían tan oscuros recuerdos, que cualquier alegría posiblemente vinculada a su imagen resultó inexorablemente agriada por los mismos. 

La culpa, la desesperación de no haber podido verla durante tanto tiempo, tenerla ahí, frente a ella, en carne y hueso; quererla tanto y aún así sentir que el resquemor surgido de su amor y la importancia de seguir cuidándola la laceraba cuando se planteaba la posibilidad de abrazarla, de volver a sentirla...era demasiado.

-          Lo siento.- Acabó por decir, vacilante.

Emily frunció el ceño ante la mirada que recibió de Alison, que le atrajo la sensación de que la rubia estaba realmente convencida respecto a que podía llegar a guardarle rencor por algo. Lo cierto es que lo único que quería  era lanzarse sobre ella y rodearla con los brazos, decirle que se dejase de disculpas y estupideces semejantes y que la había añorado como nunca; que había sido una completa lunática al aceptar semejante trato para salvarle el pellejo y muchas cosas más. Pero algo trancaba esas palabras; les impedía salir. Quizás fuese la gente que las rodeaba, o el hecho de que el momento no era el indicado para exteriorizar todo aquello. Así fue que, optó por un silencio conveniente y le indicó a Alison que la acompañara.

Recorrieron un par de colinas de hierba, lanzándose miradas mutuamente, aunque sin deseo alguno de hablar.

Al final de la tercera colina, dieron con una casa sencilla pero encantadora, de paredes blancas, una plataforma de madera de igual tonalidad que conectaba con la entrada y marcos y puerta, así como el techo, de un verde agua alucinante.

Había una hamaca colgante que iba de un poste a otro de los que sostenían el balcón, que había sido enmarcado por una barandilla de madera.

En el costado de la casa había un banco de piedra algo rústico, orientado hacia el faro.

Alison dejó su bolso a un lado, aún sin querer entrar al parecer, y se giró donde estaba para contemplar el paisaje, dejando que la ligera brisa de aquel día soleado le golpeara el rostro, inundándole las fosas nasales con el placentero olor a salitre.

Se encontraban a cierta altura, y de esa forma conseguía apreciar lo que más adelante conocería por el nombre de bahía este, cuyo oleaje era más evidente que el que había visto en primera instancia. El faro se encontraba a la derecha de la casa, y a la izquierda, más allá de donde terminaba el pueblo y las dunas contiguas a éste, destacaba un espeso monte.

¿Podrás con la oscuridad?- EmisonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora