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Todo cambio en ese instante.

Fue como si me hubiesen golpeado en la cara, como si me hubiesen dado una palmada fuerte en la cara que me dejó lela.

Observé al individuo cerrar la puerta, con la misma delicadeza con la que la abrió, y entró con su semblante duro y serio.

Si pensé que estos no llenaban el círculo del porcentaje de los que intimidaban, éste completaba todo el espacio que quedaba.

Sus pantalones ajustados y su camisa de manga larga negra dejaban mucho que imaginar. Cualquier mujer en mi puesto hasta hubiese soltado un gemido pero yo no soy cualquiera.

Y tengo tres dedos de frente.

Caminó hasta la silla libre en frente mía y se sentó cruzándose de brazos y suspirando, como si estuviese obligado a estar aquí.

En teoría lo está, pero que yo sepa, no le estoy apuntando con una pistola en la frente.

Su actitud me cabreó... Demasiado.

-Hola a ti también. Y gracias por ser tan amable y preguntar, estoy bien, ¿y tú? - le sonreí, irónica.

Entonces, cuando por primera vez esos dos círculos grises se fijaron en los míos oscuros, toda valentía se fue de mi organismo.

Su mirada era hermosa. Era un color tan claro que casi no parecía ni tener iris. Y si a eso le añadimos sus pestañas negras bien pobladas...

-No me gusta que me vacilen.

Bum.

Ya está. Solamente eso salió de su boca. Al menos me hizo darme cuenta de que no era mudo. Su voz ronca varonil, como si se acabase de levantar, lo dejaba bien claro.

Sus ojos siguieron fijos en los míos y yo no bajé la mirada. No iba a hacerlo. Sabía lo que suponía bajar la mirada ante alguien.

Te mostrabas débil... Y yo era de todo menos eso.

-¿Que tal si seguimos? - la voz de Paul me devolvió a la realidad.

Le miré y le sonreí. Carraspeé y junté mis manos delante de mí.

-Si el señorito se digna a decir su nombre, podré empezar con mi trabajo- digo firme, sin un ápice de vergüenza o timidez.

Le volví a mirar y aprecié en su fuerte mandíbula una presión.

Estaba apretando los dientes. Y muy fuerte por lo que veo, señal de que estaba enojado.

-No me llames así- gruñó.

Su labio superior rosado y gordo se elevó en una mueca.

-Pues entonces haz el favor de decirme tu nombre.

Seguimos mirándonos hasta que suspira y con un lado de la comisura de sus labios elevado, entre cerró los ojos.

-Tristán.

Le miré, esperando a que alguno de los presentes se riera.

Pero nadie lo hizo, signo de que era cierto lo que me decía. Le miré, maravillada por encontrar a semejante ser con ese nombre.

-¿Te llamas Tristán? - asiente sin apartar esa facción suya, sin dejarme ver lo que en verdad siente- Como Tristán e Iseo... - murmuro para mí misma, teniendo claro que ninguno sabía de lo que hablaba.

-Con la diferencia de que yo no soy romántico, gitana.

Le miré con la boca abierta.

No sé lo que me sorprendió. El hecho de que hubiese leído ese libro y supiese de lo que iba, o el hecho de que me llamase con ese nombre.

GITANA✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora