70. Reflexiones de un fantasma

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Brendon
Estoy encerrado en nuestra habitación. Me parece que los padres de Dall han salido junto con Sarah y Lisa a comprar algunas cosas para la boda, que es dentro de una semana. Les aseguré que no tenían que preocuparse más sobre el problema que tenían, antes de que se fueran.

Me pongo de puntillas frente a nuestro clóset para tomar la caja de chocolates que guardo sobre él. De ahí saco un CD viejo, y lo pongo en la grabadora que tenemos dentro del mueble.

Algunas de las canciones que escuchaba en mi adolescencia comienzan a sonar. Se supone que era un mix «feliz», pero la nostalgia con la que las recuerdo las convierte en la cosa más triste del mundo.

Sentado en la cama, sé que el seguro está puesto en la puerta. Abro la caja, ya algo polvorienta, y saco las fotos una por una.

Recordar, sanar, y finalmente, olvidar.

Un fantasma parado al otro lado de la habitación piensa que yo no puedo verlo; pero es así, y yo sé muy bien quién y qué es.

Ryan Ross: otro círculo no cerrado.

Ryan
Fotografías que él tomó con mi vieja cámara Polaroid. Algunas yo se las tomé a él, y luego escribí colores en la base. Me gustaba relacionarlo con colores, porque Brendon tenía un montón de diferentes personalidades que no se podían describir con nada más que con ellos.

Él sentado en el cofre de mi Mercedes, con el atardecer detrás. La primera vez que logré tomarle una foto al atardecer. «Dorado», escrito con pluma en el marco blanco.

Otra con la misma leyenda, una suya mirando divertido a la cámara con un Treasurer Black entre los labios. Él no solía fumarlos, pero como veía que yo lo hacía bastante, decidió intentarlo. Nunca le gustó, de todos modos. Yo siempre pensé que el tabaco era demasiado amargo para un chico tan dulce, por eso le gustaban más los que sabían a menta.

Rosa, una foto de nosotros besándonos en la puerta de nuestra casa, cuando recién la compré. Yo estoy cargando a Brendon en mis brazos, y realmente me veo feliz. Fue tomada por Bob.

Y rojo.

No, no hay ninguna del color rojo. No por el hecho de que rojo en su paleta de colores significaba lujuria, y definitivamente no soy ningún pervertido para tomar ese tipo de fotos.

Dorado, rosa, morado, amarillo, blanco y negro... Brendon ve foto tras foto, con una sonrisa nostálgica.

Llega a una sin color, una mía. Tocando la guitarra, con aire apacible, en uno de los pocos tiempos libres que tuve en mi vida después de los trece años. Él la tomó cuando estaba desprevenido. Y es raro, pero viéndome como el sujeto que Brendon fotografió ahí..., es difícil relacionarlo con la persona que realmente fui. Se ve más amable. Más sensible. Más bueno.

—Hasta un poquito vulnerable... —escucho decir a Bren, con una sonrisa. Mira la foto detenidamente.

Y no es la última foto que tenemos juntos. Pero si la última que ve antes de volverlas a guardar en la caja de chocolates.

Los recuerdos siempre lo ponían triste..., pero hoy no.

Lo veo sonreír, y no es una sonrisa de las que yo conozco. Sonríe con valentía, y luego me doy cuenta de que esa sonrisa es dirigida a mí. Él asiente, como para decirme «Sí, sí te veo, pero no me asustan los fantasmas ni nada de eso, así que fallaste».

Es increíble cómo puedo saber lo que piensa en este momento.

Tal vez se deba a que ya no soy yo mismo.

Desde que morí, no soy yo mismo, soy una extensión de él, un recuerdo. Brendon Urie es la única persona que se dignaría de recordarme, y ahora, le pertenezco.

No soy Ryan Ross en su máxima expresión. Soy una obra de arte repintada, una canción interpretada por alguien más, pensamientos en una cabeza diferente con un corazón que, definitivamente, no siente como el mío.

No, no soy Ryan Ross. Soy Ryan Ross según Brendon Urie, como en la fotografía tan linda que él tomó de mí. No hubiera sido linda si yo la hubiera tomado, ¿sabes?

El dorado se convierte en negro cuando lo veo desde mis ojos. Los espejos se rompen. Veo un monstruo.

De todos modos, él ahora me dice que estoy ciego, y muy ciego.

. . .

Brendon
Nunca creí en los fantasmas. No como los pintaban en las revistas de horror que leía de niño. No como en los documentales de ciencia ficción.

Creo en las metáforas. Creo en lo que veo.

E, indudablemente, veo un fantasma sentado junto a mí en la cama. Sin asustarme, yo le sonreí, y él me devolvió la sonrisa.

Intentó besarme y lo aparté. No pareció importarle.

Ryan Ross, un círculo cerrado.

Una pregunta sin resolver, un misterio que ya no es de mi interés. Dolor que podría inspirarme para escribir, para pintar, o para tomar más fotografías, después. Un mero hobby el pensar en él.

Una inspiración, porque el fantasma me recuerda toda la vida que yo viví junto a él. Me recuerda lo fuerte que fui, cuando era más joven, y como ahora lo soy más.

Porque nunca me rendí.

Lloré un rato, y cuando todo aparece de repente tan claro, lo escribo en el diario que llevaba a los quince años, que está al fondo de la caja de chocolates.

. . .

«No lo extraño, me doy cuenta de ello. Lo necesité por un tiempo, me hizo daño por un tiempo, y yo lo mandé al carajo hace tiempo».

«Y no, no fue él quien me hizo la persona que soy. Lo que me hizo quien soy, fue la decisión que tomé al irme de aquel lugar donde vivía con él, y poner una bonita pastelería en Las Vegas».

«Somos hechos por nuestras decisiones, y solo por eso».

«Soy Brendon Urie, no soy Ryan Ross. Y tampoco lo necesito».

«¿Que si lo quise? Sí, yo lo quise.
Y cómo lo quise...»

«Pero me quiero más a mí».

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