3. Emily está dormida.

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Eran como las tres de la madrugada, ya me había recorrido todo el pueblo, y no porque fuese pequeño. Era bastante rápido cuando se trataba de algo que me interesaba.

Me había quedado con el nombre de algunos vecinos, direcciones y matrículas de coches. Los datos siempre eran buenos. La información era poder.

Apoyé mi espalda contra la pared de un callejón, la farola parpadeaba mientras unas polillas se golpeaban una y otra vez contra la bombilla. 

Eran estúpidas. Pero yo había visto humanos más tontos que ellas.

Amaba las noches así, silenciosas, tranquilas. La paz era tan, tan fácil de quebrar. Un solo grito, y todo acabaría.

Retomé mi caminata, por las partes más oscuras de los callejones. Golpeé una máquina expendedora con una patada, el golpe fue tan fuerte que salieron dos sodas. Cogí una comenzando a beber a boca jarro, necesitaba cafeína, era adicto a ella, pero no más que a la sangre.

Proseguí mi paseo nocturno, un perro comenzó a ladrarme, asustando a unos gatos que estaban entre cubos de basura a las puertas de un restaurante que ya había cerrado.

Mi cuchillo se encargó de silenciar al maldito perro.

—¿Rocky?—Preguntó el dueño asomándose a la ventana.—¡ROCKY!—Gritó alarmado al ver al animal en el suelo, sobre un charco de su propia sangre.

Me mantuve oculto bajo el pequeño balcón de la misma casa del hombre.

''Vamos...ven a por tu perrito.''

La ventana se cerró con fuerza, la correa del animal seguía manteniéndolo unido a la valla, la puerta de la casa se abrió y los pasos torpes de un señor de más o menos cuarenta años se acercaron a mí.

—Ro...Rocky...¿Qué...te...han he...cho...?

Mi sonrisa deslumbró entre la oscuridad, el filo de mi cuchillo reflejó mis profundos ojos azules pintados de negro.

Retiré el maquillaje de mi rostro con la manga de mi sudadera, para que pudiese ver con plenitud lo que ''ellos'', me habían obligado a hacer.

Yo estaba loco. Loco. Por culpa de quienes no supieron entender a un niño que creció sin comprensión.

—¿Quién eres?

—Jeff...—Susurré empuñando mi cuchillo hacia él.—...the killer.

—Venga ya, no eres más que otro adolescente disfrazado de ese pardillo, es solo una leyenda urbana, pagarás por lo que le has hecho a Roc...

Su cuerpo cayó sobre el de su maldito perro, la culpa era suya, por haberme ladrado, yo estaba tranquilo.

Me agaché tocando el líquido carmesí que brotaba lentamente de su garganta, era bello, pero insuficiente.

Necesitaba más.

Me llevé el cuchillo a los labios mientras paseaba lentamente hacia el interior del lugar, preguntándome si aquel hombre viviría solo, o acompañado.

Nunca tocaba a mis víctimas con las manos desnudas, por lo que no había forma de detectar mis huellas dactilares, tampoco me dejaba ver. Era bueno escondiéndome, moviéndome rápido y ocultándome.

Supongo que cuando naces para algo, simplemente se te da bien.

La puerta había quedado abierta. La empujé con la punta del mismo cuchillo. No debía tocar absolutamente nada en esta casa o la policía podría saber que yo fui el criminal. Jeff The Killer debería seguir siendo anónimo. Solo así yo podría seguir siendo libre. Libre para matar.

Sweet Killer #JeffTheKillerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora