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La agente del FBI que había conocido meses atrás, se encontró conmigo en
los baños del aeropuerto McCarran, en Las Vegas, para colocarme el micrófono.

—Hola Grace. Soy Anya Kowalski. ¿Me recuerdas? —preguntó, sacando su equipo.

— Sí, por supuesto.

Me sonrió desde el espejo, su sedosa cabellera castaña reluciendo bajo las luces. — Apreciamos lo que estás haciendo por nosotros.

— ¿Podrías apresurarte, por favor? Puede que mamá entre a buscarme en cualquier momento. — estaba afanada, a demás mi madre tenia un perfecto sentido  de la intuición.

Se sonrió ante mi preocupado reflejo.

— Eso no es muy probable. Está siendo entrevistada por un reportero local sobre su opinión acerca de las normativas del aeropuerto. No la está dejando escapar.

— ¿Y él es?

Increíble, mi madre  estaba  siendo ignorante a su  alrededor. Se estaban esforzando mucho en dejar atrás  su vida peligrosa.

—Uno de nuestros hombres. — deslizó un diminuto micrófono dentro del elástico de mi sostén  —Con eso debería bastar. Intenta no cubrirte demasiado y recuerda no golpearlo con nada – cartera, lo que sea – ya que le da a nuestro oyente una terrible migraña.

— Ok. — asentí — ¿Eso es todo? ¿Ninguna batería ni cables?

— Nop. Tiene su propia fuente de poder y funcionará por veinticuatro horas. Ningún cable que te delate.

— Pero emite una señal, ¿no?

— Sí, transmite sonido. Lo que tú escuches, nosotros lo escuchamos.

— ¿Puede alguien notarlo? — papá había logrado siempre notarlos.

— En teoría. Pero sólo si tienen conocimiento interno de las frecuencias del FBI. No hemos tenido problemas antes. — me sentía frita.

— ¿Pero y qué si Daniel Kelly ya obtuvo esta información de uno de ustedes?

Hizo una mueca. — Entonces las cosas se pondrán realmente feas. Pero no te preocupes, te sacaremos a ti y a tus padres.

Mamá se estaba pavoneando cuando regresé a su lado.

— Ese joven estaba realmente interesado en mis opiniones. —  dijo — Me dijo que estaba completamente de acuerdo conmigo en que el aeropuerto es soso y le vendría bien un poco de obras más desafiantes – tal vez una vaca de Daniel Hirst o una calavera de diamantes – después de todo, esto es Las Vegas.

— ¿Por qué no ir por el todo y tener una cama Emin? —  gruñó papá, a quien no le gustaban demasiado las grandes obras de infraestructura. — La mayoría de la gente que vaga por los aeropuertos luce como si le fuera a venir bien un buen descanso.

— Debería haber pensado en ello. —  mamá me guineó un ojo.

— Pienso que uno de esos cuadros con los relojes derretidos de Dalí es más apropiado – el tiempo parece fundirse – para los viajeros internacionales. —  sugerí.

Mis padres se detuvieron y se me quedaron mirando con asombro.

— ¿Qué? —  pregunté avergonzada.

— ¡¡Comprendes el arte!!

Exclamó mamá alegré.

— Sí, ¿Y?

Jason se rió con deleite. — Todos estos años y yo que pensaba que no se lo
estaba contagiando. —  me dio un ruidoso beso. Ese hobbie del arte de ellos siempre  estuvo presente en mi vida.

— Aún así no iré a salpicar pintura sobre unos pobres lienzos desprevenidos. — mascullé, contenta de que les había dado algo por lo cual festejar. Ya me sentía lo bastante mal de meterlos a ciegas en esto.

— No esperaríamos que lo hicieses. De hecho, creo que te prohibo que lo intentes. Imagina tener a una loca artista en la familia, joder que locura.

Papá enlazó sus brazos con el mío y el de mamá y nos sacó danzando del aeropuerto hacia el auto que nos aguardaba.

Deslizándome sobre el asiento trasero, rápidamente la realidad de lo que estaba sucediendo regresó a mí. No era el mismo vehículo con el que había sido secuestrada – era simplemente un inocuo transporte típico del aeropuerto al hotel – sin embargo sentí un escalosfrío recorrer mi columna.

Hija De NarcotraficantesUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum