Misión: Guiar al rey

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Algunas cosas dejan de tener importancia una vez que mueres, el orgullo es una de estas. Un día despiertas y te das cuenta que no quieres vagar toda una eternidad, te das cuenta que extrañas los brazos de tu madre, y que escuchar a una hermosa doncella tocar el arpa es una idea increíble que solo pudo ser concebida en el Valhalla. Y principalmente, aceptas –aunque te duela hacerlo– que ya no puedes solucionar las cosas solo.

Así que estoy en el camino de vuelta, esperando que él aún quiera aceptarme.
El camino es tan largo, que finalmente me percato de cuánto he andado solo, sin rumbo ni propósito. Mis pies no duelen, pero la tristeza es real. Puedo sentir la lluvia fría caer por mi rostro, y sentirme agotado mentalmente; estoy creyendo que estoy yendo a un lugar que no llegará a mí nunca, que cada vez se ve más lejano. ¿Acaso él me extraña? Quiero tanto creer que sí, quiero creer que tendrá sus brazos abiertos para mí; parezco una broma, tan necesitado del cariño de mi hermano mayor, pero como mencioné antes: en circunstancias como esta, mi orgullo ya no importa.

No tengo cuenta de las horas que he andado, pero si de algo estoy seguro es que no ha habido lugar que me haga más feliz con su bienvenida que el nuevo Asgard. Es muy noche, las puertas están cerradas y las luces apagadas; pero entro a la casa y voy directo a su habitación, sé que él estará allí, y espero tener las palabras correctas para hacerlo entender, y trabajar juntos.

Frente a la puerta de su habitación estoy dudando, no sé si él quiera verme, tal vez no quiera disculparme todo lo que ha sufrido, ¿y si todo lo que avanzamos se perdió en estos días? ¿Y si de nuevo es aquel patético que encontré antes? Respiro hondo muchas veces, no sé si para tranquilizarme o para hacer el reencuentro más largo.

No puedo atrasar más esto, golpeo su puerta dos veces pero él no responde, me asomo apenas un poco y puedo verlo en su cama, vuelvo a tocar y entonces él voltea a mí.