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"Pelea la buena batalla de la fe; haz tuyo la vida eterna, a la que fuiste llamado y por la cual hiciste aquella admirable declaración de fe delante de muchos testigos"

1 Timoteo 6.12 (NVI)

Eder.

Si hubiera podido hablar con mi yo de hace un año, le hubiera dicho que no se preocupara por nada. Tras irse Aurora a su viaje misionero y yo quedarme solo en las primeras clases del mes en la universidad, todo salió bien. Aunque reconozco que los amigos de mi vida anterior seguían buscándome hasta por debajo de las piedras. Era algo muy incómodo.

— Hola, corazón — me dijo Carlos rodeándome con el brazo.

— Hola —contesté sin verlo a la cara —. ¿Por qué tengo la sensación de que buscas excusas para acercarte a mí? ¿Qué quieres, Carlos?

El me miro anidado y un poco emocionado. Estaba jugando con fuego, pero sabía lo que tenía que hacer.

— ¿Ya te he dicho que eres todo un sano? — se rio Carlos.

— Algún día tenías que decir eso.

Puse los ojos en blanco y seguí mi camino. De momento, el me tomo por sorpresa cuando me dio tirones de un brazo, volviéndome hacia su cuerpo.

— ¿Qué es lo exactamente qué quieres? Pensé que la última vez que hablamos se había roto toda relación entre nosotros. No estabas muy contento con lo que te había dicho, ¿o ya terminaste por aceptarlo?

— ¡Ja! No jodas. Tus sermones de la otra vez no me lavaran la cabeza. No soy tan débil como tu...

El me arrastro con la mirada, de arriba abajo, todo orgulloso y prepotente. Negué con la cabeza, viéndolo a los ojos.

— Nada. No quiero nada. Desde luego que no te preguntare a quien prefieres de tu amiga Aurora a mí, porque sé que tengo todas las de perder en esa guerra. Me cae bien, pero si no fuera por su aburrida vida seriamos mejores amigos y la pasaríamos padre juntos.

Al decir eso rozo su dedo en mi mejilla, con suavidad. Sabía que quería seducirme.

El me estrecho un momento mientras intentaba abrir la puerta del coche. Todos en la escuela nos miraban al pasar. A mi llegada a la universidad había sido diferente. Estaba cambiando mis comportamientos afeminados por algo más masculino, e incluso, había dejado de hablarle a mis amigas de parranda. Y por lógico, extrañaba que Aurora estuviera aquí para animarme.

Alejandra me estaba apoyando durante "la separación" con Aurora, lo cual fue de mucha bendición, porque sus palabras de aliento y el sarcasmo de su novio Erick me venían muy bien. Las dos únicas personas de la iglesia que, después de Aurora, no me veían como bicho raro tras conocer mi pasado. Me sorprende que estando en este siglo aun las personas de la iglesia guardan cierta incomodidad con la gente que ha salido del closet. Después de todo, era algo que estaba dejando detrás para comenzar una nueva vida. Cuando Alejandra y yo compartíamos algunas reuniones de jóvenes, charlábamos con normalidad, pero en cuanto terminaba nos largábamos para evadir los susurros y miradas de la gente que aún no lo entendía. Afortunadamente, aun sabia prevalecer amigos, y eso me ayudaba a no bajar la guardia con personas como Carlos.

Cuando abrí la puerta, me aparté de Carlos y entre, sin volverme ni decirle una sola palabra.

—¡Eh! —Carlos tocaba con los nudillos a la ventanilla.

Yo apreté el acelerador, saliendo como rayo del estacionamiento y haciendo volver las miradas. Ya no me importaba, mi vida estaba mejor sin todo ese desmadre.

Amar merece la pena [TRILOGÍA #3]Where stories live. Discover now