Después de sufrir un escalofriante accidente, Lara haría lo imposible por volver a la escuela de arte como si nunca hubiera sucedido nada. Sin embargo, por mucho que creyera que podía superarlo, se daría cuenta de que lo había perdido todo. Desperta...
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─═ ¿Contigo? ═─
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Cuando me alejé de la estación de autobuses esa noche, no hubo un solo día después de eso en el que ningún silencio me hiciera pensar en ella. Intenté olvidarla lentamente durante un largo tiempo, pero verla en clase solo me hacía caminar más radiante, llena de ilusiones agradables.
Noviembre se cruzó por delante de mis ojos como unas cortas vacaciones, cuando parpadeé un par de veces ya era mediados de diciembre y estábamos, otra vez, con las entregas finales de los proyectos a un paso de ser acabadas. Esa tarde, sumergida en medio de un lunes, me pudo ver retocar con cierto nerviosismo un extenso trabajo de investigación. No me gustaba el resultado.
Suspiré iluminada por la pantalla de mi ordenador.
La conclusión no me convencía lo suficiente, tampoco el hilo argumental. Pero muy cansada de repetir el mismo párrafo tantas veces, decidí dejarlo de golpe, buscando más allá de mi espacio para recostarme en la silla. Terminé uniéndome a esa clase de Proyectos que avanzaba lenta a través de la última semana antes de comenzar las vacaciones. Estábamos todos muy agotados.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó Julia entonces.
Asentí despacio, donde en realidad no podía evitar desear que no hubiera muchos exámenes al volver a clase en enero, aunque era sencillo adivinar que eso nunca iba a ocurrir en esa escuela.
Segundos después, deslicé la mirada hacia mi mejor amiga.
—¿Por qué? —me sorprendí.
Ella dejó escapar una sonrisa. Me observaba alegre a través de sus castaños ojos y ese nuevo e intenso color rosa invadiendo su cabello, totalmente inconfundible. Tuve que fruncir el ceño.
—Porque te hemos preguntado qué harás en Navidad. —aclaró Sera después. —Tres veces.
Deslicé la mirada hasta ellos y la rubia, al igual que Bastian y Marco, escondieron una sonrisa que me hizo agachar la cabeza avergonzada, recordando que antes de sumergirme entre mis pensamientos estaba hablando con ellos. Había estado casi media hora sin decir una palabra.
