◄ Capítulo 49

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Y cuando me quise dar cuenta, el autobús se detuvo en la estación de Sans por la dificultad de moverse entre el tráfico, dando comienzo a esa semana con un final preocupante

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Y cuando me quise dar cuenta, el autobús se detuvo en la estación de Sans por la dificultad de moverse entre el tráfico, dando comienzo a esa semana con un final preocupante. La ciudad de Barcelona no podía compararse con Dàires, era frenética y dinámica, pero me pareció curioso que a pesar de todo, tuviera esa misma luz atravesando las calles. Una luz llena de color y arte.

Nada más bajar y respirar con cierta angustia, nos intentamos agrupar en una esquina cercana a una carretera ancha y con cientos de vehículos circulando que, al parecer, era una de las muchas que cruzaban esa ciudad de lado a lado. Olga se nombró guía turística y nos aconsejó seguirla al mismo tiempo que comenzaba a caminar sin esperar a nadie. Ella era una fanática de Barcelona y conocía la zona mejor que cualquier otra persona. Tuvimos que apresurarnos para alcanzarla.

Por suerte, no éramos un grupo demasiado grande y no fue difícil movernos entre tanta gente.

Esa primera mañana cayó tranquila, simplemente avanzamos hasta llegar a las puertas del hotel escondido entre unas calles estrechas y llenas de árboles. Dejar el equipaje que llevábamos para continuar con la ruta era lo que nos interesaba a todos, por eso seguimos las indicaciones de los trabajadores hasta que ya todos teníamos asignados habitaciones triples y los grupos formados.

El segundo y tercer piso estaban llenos por viajeros externos a nosotros, por esa razón, la cuarta planta era el destino de muchos hasta que nos dimos cuenta de que algunas habitaciones, como la nuestra, todavía subían hasta la quinta planta. No era un hotel muy grande, lo único de lo que me alegraba era que tuviera dos ascensores y que, por suerte, no dieran miedo de ser utilizados.

Julia marcaba el camino con la llave en la mano.

Se detuvo en una puerta central, con el número 504. Al abrirla, la luz de las cortinas abiertas fue capaz de llegar hasta el pasadizo de moqueta roja y paredes claras, el olor a limpio y los colores de las sábanas brillantes me impresionaron alegremente. Pero solo fui capaz de dar un simple paso antes de ser cortada por mi mejor amiga, a las puertas de la habitación que compartíamos.

—¿A dónde vas? —dudó.

—¿A dónde quieres que vaya? —respondí irónica.

Ella sacó la cabeza, observando a ambos lados del pasillo.

—Esta no es tu habitación.

—¿Cómo que no? —quise entender.

—Solo hay dos camas. —continuó.

Y entonces tuve que hundir la mitad de mi cuerpo en la puerta para comprobarlo, donde a pesar de encontrarme la mirada de Sera aprobando a Julia, conté las camas recién hechas al instante.

—¿Y esa qué? —señalé la vacía.

—Es mía también. —saltó la rubia desde el interior, extendiendo los brazos. —Las voy a juntar.

Eso me dejó sin palabras.

—Pues eso. —acabó Julia, empujándome hacia fuera. —Esta no es tu habitación.

Y antes de que pudiera quejarme siquiera, me quedé sola en medio de la quinta planta con una sencilla luz proyectando las sombras a mi izquierda. El gesto de mi rostro pasó de estupefacto a extremadamente confuso, hasta que una mano delicada se posó con la suavidad de una pluma en mi espalda baja con la intención de inclinar mi cuerpo hacia el final del pasillo. Eva no quiso decir nada, solamente me mostró la puerta. Yo negué despacio hasta que su sonrisa me atrapó.

Pude leer en su mirada que ella lo sabía.

—¿Cuándo lo habéis hablado? —intenté.

Ella se encogió de hombros.

—Me estás ocultando muchos secretos últimamente. —me quejé, absorbida por su luz.

—Todo lo que hago es por amor. —me suspiró, antes de adentrarse en la habitación.

A pesar de ser individual con una gigantesca cama en el centro, era igual de amplia que la que ya había visto. La luz se adentraba con fuerza, hacía relucir cada superficie. Parecía una habitación digna de un palacio, incluyendo a una princesa de ensueño que me miró al verme tan estática.

Pareció entender que estaba preocupada.

—¿No es arriesgado? —temí.

—Hay poca gente en esta planta. —se explicó. —Y si alguien pregunta, duermes con Julia y Sera.

—Es que es lo que me pensaba que sucedería. —me reí.

Ella quiso acercarse.

—¿No quieres dormir conmigo? —jugó.

Y su confianza me hizo morder el labio.

—Sabes que sí. —murmuré.

—De qué preocuparse, entonces. —me atrapó en sus brazos, rendida totalmente ante su fuerza.

[...]

Durante las siguientes horas visitamos una gran cantidad de exposiciones abiertas y, en algunos casos, independientes. Había calles desconectadas del ruido de los vehículos y completamente cubiertas de obras de arte, fachadas pintadas, edificios antiguos y artistas callejeros que ni por un momento dejaron de sorprendernos. Y nunca llegamos a alejarnos del hotel, a pesar de todo.

Pasada la media tarde, nos dirigimos al barrio gótico cumpliendo con los horarios del detallado itinerario que Olga nos había dado. El viaje en metro nos ahorró una gran cantidad de tiempo, y cuando llegamos, me di cuenta de que en esa zona se respiraba el arte de forma débil, aunque en cada esquina hubiera un museo completamente diferente al que había dos calles más abajo.

Lo único que brillaba por encima de todo era una estética antigua. Comprendimos que la razón de que ese barrio tan diferente se llamara gótico era por su cuidada imagen, sus calles estrechas y la ambientación de otra época. Si cerrabas los ojos pensando que te habías adentrado en una máquina del tiempo al pasado, te podías despertar en alguna de las plazas o callejones de ahí.

Parecía un lugar sacado de un cuento de hadas, pero no llegaba a encajarme que el concurso de diseño más mediático del país estuviera oculto entre unas fachadas tan victorianas, tan añejas.

Y solo algunos de nosotros, cuando llegamos al centro de ese barrio, nos dimos cuenta de que la organización de esos premios no se había preocupado por el dinero invertido. El aspecto formal del lugar estaba trabajado en los detalles, pero los colores de ese edificio moderno contrastaban con la calidez de las calles a nuestras espaldas. Había diferentes marcas comerciales y muchos patrocinadores internacionales en las pancartas de la organización, casi luchando por abarcar el espacio disponible para la publicidad de gran competición. Las luces eran frías y monocromas.

Fue entonces cuando la esencia que me trasmitía el arte, el color de la belleza pura, se esfumó.

—No sé si han elegido un buen sitio. —murmuró Julia.

—Demasiado moderno para este barrio, ¿verdad? —la seguí.

Ella asintió.

El interior era todavía más sencillo de lo que pensaba. Estaba vacío de detalles y pintado de gris, lleno de cristales que separaban la estancia en lugar de utilizar paredes. Solo en la esquina más alejada se apreciaba el color metálico de los ascensores y las pancartas de la organización en el centro, indicando que la primera y segunda planta se habían preparado con todos los proyectos.

Según el itinerario, teníamos libertad para ir a verlos. Y ninguno de nosotros quiso quedarse con las ganas de saber a lo que nos enfrentábamos, a pesar de que sufrir ese vértigo momentáneo.

Las puertas del ascensor se abrieron en la primera planta y una ráfaga de aire frío me invadió al instante. La luz en toda la estancia se mantenía tenue y fría, enfocando solamente los proyectos dentro de cristaleras. Había tantos y de tan diferentes que nuestros ojos se perdieron, y cuando quisimos darnos cuenta, cada uno de nosotros estaba a un lado de la gran sala de exposiciones.

En las mesas había explicaciones y los nombres de los participantes, además de los profesores.

Y no supe por qué, pero aprecié esos trabajos con ausencia. Había detalles sugestivos y que me despertaban el interés, pero sin saber el motivo, algunos ni siquiera tenían color, ese color que diferenciaba el arte de la realidad. Por alguna razón, la gran mayoría de obras que miraban mis ojos eran herméticas, complejas y demasiado comerciales para que un estudiante las hiciera.

Julia se acercó por mi lado, algo decaída.

—No encontré el tuyo. —se quejó.

—Todavía queda otro piso. —le quise decir, distanciándome de las mesas. —Debe estar arriba.

Y eso la iluminó.

Me tomó de la mano obligándome a seguirla hasta el ascensor. Muchos de nuestro grupo fueron tras nosotras, interesados en seguir viendo a los aspirantes. Y la siguiente zona que se abrió ante nosotros fue exactamente igual a la anterior, pero con los pasadizos entre las obras distribuidos de forma diferente. Había cristaleras más grandes, otras de más pequeñas, y muchos proyectos.

Finalmente, encontramos el mío.

—Parece algo tan sencillo. —murmuró mi mejor amiga, absorbida por los tres libros expuestos.

Habían utilizado una sola mesa para exponerlos, justo a la altura de nuestros ojos. Debajo de los volúmenes había unos planos arquitectónicos y las hojas de cálculo para la estructura completa del edificio editorial que podría construirse en Dàires. Y justo al costado, con un tamaño mucho más amplio, estaba la explicación del trabajo. Cada detalle, cada informe, cada característica.

—Todavía no me creo que lo hayas hecho en tan poco tiempo.

—No es para tanto. —suspiré.

Y ella se quejó.

—¿Alguien más ha dibujado los planos de un edificio? —se interesó. —¿Has visto, en alguna otra parte, portadas de libro? ¿Un proyecto un poquito mejor que el tuyo? ¿Algo más sorprendente?

—No sabría decirte.

—Entonces es que sí es para tanto lo que has hecho.

—No me lo parece.

—Está bien. —siguió, volviendo a observar la mesa. —Hagamos como que no existe la genialidad que has hecho con el edificio de la editorial. ¿Qué tienes que decirme de esos libros inventados?

Fruncí el ceño.

—Son de verdad. —la corregí.

—¿Cómo de verdad? —se asustó.

—Los he escrito e ilustrado. —murmuré. —Y los estilicé como si fueran propiedad de la editorial.

Eso la hizo parpadear un par de veces.

Y esquivé un golpe que me habría sacudido el hombro. Poco después, la escuché repetirme eso de que no tenía derecho a decir que no era para tanto, logrando juntar a nuestros amigos para explicarles el trabajo que había hecho y sacar una conclusión en grupo. Yo tuve que apartarme, algo cohibida, mientras todos ellos debatían efusivamente sobre lo que les parecía el proyecto.

No perdieron mucho tiempo.

—Lara. —sonrió Julia. —Hemos llegado a la conclusión de que vas a ganar y de que eres tonta.

Y me reí sin querer.

—Es bueno saberlo.

A pesar de todo, verles tan convencidos logró animarme. Aunque ni siquiera ganar un premio al mejor proyecto del universo me haría creer que lo que había diseñado merecía ser reconocido. Pero saber que, al menos para ellos, era algo digno de ser recordado, me hizo respirar tranquila.

Continuamos con nuestra exploración entre las mesas que habíamos descuidado por culpa de ir buscando mi nombre en las placas informativas. Y cuando quisimos volver a los ascensores por los estrictos horarios del itinerario, apreciamos una segunda habitación oculta tras una tela gris y con una cinta de terciopelo abierta. Parecía una sala privada, por eso dudamos en hacer algo.

—¿Qué habrá? —murmuró Sera, apartando la cortina.

Vimos muchos más focos de luz enfocando diferentes mesas, de colores dorados y cristaleras de bordes plateados. Las inscripciones estaban sujetas en el vidrio, y cuando quise mirar mejor, me di cuenta de que eran más proyectos del concurso. Avanzamos todos, dudando por un segundo.

—Son extraños. —murmuré.

Todos me dieron la razón.

—¿Esto es un campo de fútbol? —se sorprendió Bastian, levantando los ojos para mirar hacia el interior de una maqueta gigante. Estaba llena de detalles, llena de colores. —Parece de verdad.

Pero no solo en esa zona exclusiva había esa obra completamente sorprendente y fuera de lugar. Ante nosotros apareció una especie de sala reservada para los más importantes, sorprendentes e inverosímiles, pero con un detallismo horripilante. No supe si estábamos descubriendo cierta parte de ese concurso que se mantenía oculta a los otros participantes, pero me sentí limitada.

Y poco después descubrí por qué.

Todas las mesas tenían un único proyecto exhibido en el interior de las cristaleras, y el motivo no era solo por el excesivo tamaño de las maquetas. Di la vuelta a un trabajo relacionado con varias empresas de ingeniería, con el motor de un vehículo de carreras reproducido en el centro. Quise encontrar la explicación del trabajo, pero en su contra, mis ojos visualizaron la razón de esa sala.

—En venta. —suspiré.

—¿Cómo dices? —levantó Julia la cabeza.

—Este proyecto está en venta. —repetí.

Y entonces todos nos dimos cuenta.

—Este también se vende. —siguió Sera.

—Este ya está vendido. —informó Bastian.

—Y este también. —encontró Marco.

Parecía una subasta de proyectos académicos.

—Esto no me gusta. —murmuró Julia.

—A mí tampoco. —suspiré, de repente.

Nuestra curiosidad acabó transformándose en obligación de encontrar una respuesta. No había ni una sola explicación de lo trabajado, solamente el nombre del autor y el profesor ayudante. El resultado parecía ser lo único que interesaba a las personas que compraban esas obras como si fueran patentes, inventos exclusivos. Todo lo que pasaba por delante de mis ojos era comercial.

—Hay concursantes que han trabajado con empresas. —les expliqué, cuando me fijé otra vez en el estadio de fútbol. Era tan realista que hasta la publicidad de la marca se percibía en miniatura.

Me sentí derrotada y amargamente engañada por la organización. Todas esas obras eran claras competidoras entre ellas, pero no había forma de que los proyectos tras esa cortina de tela gris pudieran hacer nada contra esa zona exclusiva. Porque eso fue lo que más me sorprendió, nada de lo que estaba ahí dentro dejaba de tener derechos en la competición, las bases del concurso no prohibían la ayuda externa. Simplemente, eso era como una forma legal de hacer trampas.

Aunque dudé que la intención de esas obras fuera el concurso. Los que ya habían vendido todo su trabajo, debieron haber ganado el doble o incluso el triple de lo que ganarían con el premio.

—Esto ya no puede empeorar. —temí.

—Yo creo que sí. —murmuró Julia.

Y entonces la miré, preocupada.

—Aquí dentro está el proyecto de Simon y Eric.

—Aquí dentro está el proyecto de Simon y Eric

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