◄ Capítulo 53

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─═ Cara o cruz ═─

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─═ Cara o cruz ═─

El final de esas vacaciones hizo presencia más rápido de lo que jamás habría deseado

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El final de esas vacaciones hizo presencia más rápido de lo que jamás habría deseado. No podría olvidar durante muchos años esa sensación invadiéndome mientras mi cuerpo se hundía en esa gran plaza abierta, iluminada por altos focos blancos y llena de sombras alargadas entre las más amplias fachadas, realzando los balcones, cada detalle inscrito en las paredes, hasta caer en mí.

Estaba recostada en una de las columnas de entrada al edificio del concurso acompañada por la presencia de Eva y su cálida mirada que, a pesar de perderse de vez en cuando hacia la obertura de la plaza, sabía que no dejaba de admirarme. A pesar de todo, ella me garantizaba que el lacio vestido de color oscuro que había elegido para la ocasión, me ceñía el cuerpo de forma perfecta.

Había tenido diversas discusiones conmigo misma para decidir mi atuendo, pero al final los ojos de Eva fueron los que me indicaron el camino correcto. Y quizás por esa razón, nuestras miradas conectaron en más de una ocasión. Su definido cuerpo perfilado por ese traje, parecía la trampa perfecta para hacerme caer en sus brazos, y solo para no llamar la atención, decidí controlarme.

Simplemente esperamos, rodeadas de gente, a que el concurso avanzara con total naturalidad.

Largos minutos después, a la distancia aprecié a mi grupo de amigos vestidos para la ocasión y se acercaron a nosotras con gran interés. Esa noche iba a ser inolvidable y quizás ese hecho no me permitía estar demasiado tranquila. En realidad, tenía bastantes probabilidades de ser una noche llena de malos recuerdos, que de vez en cuando, mi mente recordaría para luego olvidar.

Pero el chasquido de una cámara me sacó de mis pensamientos.

—Bastian, esta foto no es legal. —me quejé, inquieta. —No estaba prestando atención.

—Las mejores fotografías se hacen cuando nadie presta atención. —me respondió.

Tuve que fruncir los labios.

—¿De qué te preocupas? —suspiró Eva. —Dudo que exista una fotografía en la que quedes mal.

—Querrás decir en una que salga bien. —quise interpretar, hasta caer en sus ojos y pausarme.

Siempre había algo en ella que me tranquilizaba.

—Oye, Sera. El otro día me olvidé la cámara en el hotel. —indicó el castaño, revisando la lente y la configuración del aparato. —¿Vamos otra vez al salón de exposiciones? Quiero sacarle un par de fotografías al campo de fútbol. Y mi madre quiere ver el proyecto de Lara. Será un momento.

La rubia suspiró.

—Tus momentos son muy largos. —acabó accediendo.

—No será tanto esta vez, prometido. —dijo, corriendo hacia el interior con la energía de un niño.

Sera se alejó sonriendo.

—Nosotros iremos a guardar el sitio. —continuó Julia, sabiendo que cada vez más gente iniciaba su trayecto hacia el gran salón, en la planta superior. —Da la impresión de que no vamos a caber.

Y no parecía equivocada.

—Ve con ellos. —me animó Eva. —Yo espero a Marien.

—¿Seguro? —dudé, tocando su brazo.

—Claro. —brilló, con esa esencia cálida y atrayente.

No pude llevarle la contraria.

Y tras un fugaz beso que me fundió el corazón, me acabé sumando al gentío de la entrada hasta perder la conexión con sus ojos. Seguí el paso de Marco que nos abría camino entre los diversos invitados, participantes y representantes de las marcas patrocinadoras hasta llegar al ascensor, que por suerte, no iba demasiado lleno hacia el piso más alto. Aunque nada más se abrieron las dos puertas, apreciamos la crecida cantidad de expectación que se había dividido por la zona.

Esquivamos a tanta gente que nada más llegar a las hileras de asientos, no pudimos creernos el espacio libre que había para poder respirar y hablar sin alzar mucho la voz. Pero el objetivo era encontrar cinco sillas libres seguidas, sabiendo que Eva ya Marien se sentarían más adelante al tener relación directa con la representante del concurso, y eso fue más costoso de lo esperado.

Nos alejamos hacia una de las paredes, la cual se hundía creando amplios pasadizos con dobles columnas para permitir el paso, mientras mirábamos hacia los asientos. Todavía no estaba del todo lleno, pero era difícil moverse. Y al final, cansada de esa semana llena de rutas eternas por la ciudad, mis piernas me pidieron un segundo de pausa mientras Julia y Marco continuaban.

Y fue entonces cuando, sin querer, escuché una voz conocida a pocos metros tras una columna.

¿Cómo ha ido? —preguntó en inglés, esa voz tan lejana.

Tenemos a muchas cadenas de televisión de Chicago en las puertas. —continuó una voz ronca con la misma entonación. —Y diversas cámaras estarán en el palco. Este puede ser un momento muy importante para la familia, ¿has estudiado el discurso? No quiero que lo estropees, Simon.

Me lo sé de memoria, papá. —se quejó el chico. —Tú encárgate de buscarme a alguna de esas periodistas con el vestido ajustado y que te hacen preguntas sugerentes para después de la gala.

Deberías dejar de pensar en mujeres, idiota. —reprimió el hombre. —Esto es muy importante.

¿Te crees que no lo sé?

Deslicé mi mirada hacia el costado, encontrándome con ambos.

Y además, ¿de qué te preocupas? —continuó el rubio. —Tres de los jueces están comprados y hay varios patrocinadores interesados en comprar mi proyecto. Ese chico no será un problema, ya verás, es demasiado tonto como para quejarse por los derechos del autor. Esto está ganado.

¿Y Sephora? —dudó.

¿Crees que hemos sido los únicos en falsificar el nombre del creador? —se burló, sonriente.

Su padre frunció los labios.

Me apuesto lo que quieras a que la mayoría ha hecho lo mismo. —se cruzó de brazos. —Hasta me apostaría tu patrimonio a que Eva también ha hecho el trabajo a esa alumna, es un proyecto demasiado perfecto. ¿A quién se cree que engaña? Debía tener miedo de fracasar tanto ante mí.

Esas palabras me enfurecieron. Ni siquiera podía pensar en olvidar lo que había sucedido, casi dispuesta a cruzarme en la mirada de ambos, para decirles que nunca más hablaran así de ella.

Pero cuando me quise dar cuenta, Julia me atrapó la mano, mirándome iluminada, hasta que se dio cuenta de que en mis ojos había dolor. Quiso decirme que habían encontrado las sillas para los cinco, pero se detuvo y me preguntó. Yo no respondí al instante, solamente me alejé hacia la figura de Marco que me señaló con la mano el camino a seguir. Mi mente todavía estaba furiosa.

—¿Qué sucede? —se centró mi mejor amiga, cuando nos sentamos.

—Simon es idiota. —gruñí, destensando cada uno de mis músculos.

Y ella sonrió.

—Dime algo que no sepa.

—Es que se cree que Eva me ha hecho el trabajo. —continué. —Y desacredita todo el proyecto.

—¿Le has escuchado decir eso? —quiso entender atenta, levantando la cabeza, sin encontrarle.

Yo asentí levemente.

—No le hagas caso. —se quejó Julia, después. —Lo dice porque sabe que es mejor que el suyo.

—Lo dice porque sabe que ha ganado.

—Mi mejor amiga es un poco tonta, ¿lo sabías? —se burló.

Yo reprimí una sonrisa y le di un empujón. Simplemente le quitó importancia de esa forma que siempre lograba sacarme grandes pesos de encima, porque tenía la misma cualidad que Eva y eso era algo que la hacía tan valiosa. Tiempo después, ni siquiera me acordaba de las palabras que escuché y me limité a estar con mis amigos, completando el grupo al cabo de los minutos.

Y solo al ver aparecer las dos figuras por la puerta y chocar contra la mirada cristalina de ella, me sentí en calma con esa situación. Lo que fuera a suceder era ya por entonces, algo incontrolable.

[...]

Esa sala austera de altas paredes grises se hacía todavía más imponente con las luces apagadas y los cientos de focos radiantes iluminando el escenario central, rodeado por una gran pasarela circular para las cámaras de televisión y los fotógrafos contratados. Los flashes no se apreciaban desde tan lejos, pero de vez en cuando, el vestido plateado de Sephora reflejaba esas frías luces.

La mujer había estado de pie hablando con una soltura realmente cautivante. Parecía haber sido capaz de memorizar toda una presentación que duró una infinidad para aquellos que solamente pretendían saber los resultados. Por mi parte, no dejaba de hundirme en la silla cada vez que se mencionaba a algún proyecto, temiendo escuchar mi nombre. Aunque los premios todavía eran un misterio para los participantes. Los dos anillos de ónix descansaban tranquilos a su costado.

Y de un momento a otro, la entrega final hizo acto de presencia.

Una pantalla bajó de las alturas para iluminarse con la estructura del segundo galardonado. Y no me sorprendió que, evidentemente, hubieran premiado a uno de los proyectos exclusivos hecho por una marca de diseño y comprado por uno de los patrocinadores. Recordaba haberlo visto en exposición y no sorprendió su rara predisposición a que lo comprara alguna industria mecánica.

—No es tan bueno. —bufó Julia.

—Lo es. —murmuré. —Pero se percibe que no es un trabajo hecho íntegramente por un alumno.

—Dudo que un estudiante promedio sepa diseñar la carrocería de un vehículo de carreras. —me quiso dar la razón Sera, cruzada de brazos, divisando las imágenes con los planos y estructuras.

Y temí el ganador del primer premio.

Si el segundo había demostrado ser una obra de dudosa creación y procedencia, mi posibilidad se reducía y la de Simon se ampliaba. Me llegué a creer que la batalla estaba perdida cuando la pantalla se apagó, el estudiante recogió el anillo junto al profesor y Sephora dio paso al premio más importante. El minuto de silencio que se generó amargo entre nosotros me heló la sangre.

Y cuando al fin la pantalla nos iluminó con el ganador, supe que no era yo, pero Simon tampoco.

—¿El campo de fútbol, de verdad? —dudó Bastian.

—Creo que estaba claro. —murmuró Sera, inquieta.

—Me hizo gracia verlo expuesto, pero no como para ser el primer premio. —continuó el castaño, apenado. —Era demasiado obvio que solo les interesaba venderlo, ni siquiera había un resumen de la creación del trabajo. No entiendo los valores que premia el jurado, parece una inocentada.

Pero yo me encogí de hombros, débil.

—No me sorprende. —me conformé.

Simplemente me quedé quieta en el asiento mientras las esperanzas se ahogaban en un vaso de agua frío, más tranquila al saber que ninguno de los dos había logrado superar esa línea. Alcé la mirada hacia delante, donde en una esquina lejana había esos grupos de gente que no lograron sentarse, y pude ver el traje blanco del padre de Simon resaltar por encima. No parecía calmado.

El rubio apareció poco después y entre ambos se tejió una discusión que ni siquiera pudo ser el centro de atención, porque las palabras de Sephora y el murmullo entusiasmado de las marcas y patrocinadores, además de las cámaras y fotógrafos, imposibilitaba que fueran una tendencia.

Pero algo sucedió en ese instante.

La mujer de largos cabellos blancos semejantes a los de Marien, dio un paso atrás para tomar un tercer anillo que le entregaron los organizadores. Se generó una expectación inesperada incluso entre los ganadores, dejando a la sala sumida en una paz tan frágil como si fuera papel mojado.

—Como bien sabréis, esta gala tiene algo de especial. Es el septuagésimo quinto aniversario de este concurso, de las Galas Ónix. —indicó Sephora, entonces, brillante. —Y no podíamos apartar uno de los proyectos que más nos ha sorprendido, a pesar de toda la competencia de este año.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

—Es una obra diferente a lo que estamos acostumbrados. —continuó. —Tiene detalles y partes a las que nunca les habíamos encontrado tanta profundidad, tanto valor, y sobre todo, tanto arte.

Y yo fruncí los labios.

Levanté la mirada nuevamente y la discusión entre padre e hijo se había fundido en una mirada llena de malicia. Simon parecía frotarse las manos, tranquilo, y sin querer, volví a hundirme en la silla deseando que esa tortura acabara pronto. Julia me tomó la mano y me miró, esperanzada.

Pero mi mente lo supo.

Entre toda esa vorágine de nuevas esperanzas, entre los miles de participantes, yo supe que ese tercer premio completamente inesperado, iba a ser un duelo a cara o cruz entre mi proyecto y el de Simon. Un duelo a cara o cruz entre yo y Eric, entre la honestidad y la astucia, los colores o la escala de grises. Podía ganar cualquiera, pero yo supe que, solamente, ganaría uno de nosotros.

 Podía ganar cualquiera, pero yo supe que, solamente, ganaría uno de nosotros

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