Prólogo

1.8K 180 24
                                    

Enamorarse de verdad en la época victoriana era algo realmente extraño e inusual, casi escaso y más propenso a parecer una historia de fantasía, un cuento de hadas. La mayoría no se casaba por amor, sino que solo por arreglos familiares con intereses aristocráticos de por medio como lo eran la política y la economía, en algunos casos de mal gusto, también por la preservación de la sangre. Así era casarse en aquella época: frío, triste, pero verídico. El matrimonio de Rose Mary Owens tampoco iba a ser la excepción a la costumbre. La familia de la joven, de buen poder adquisitivo alguna vez pero sin que llegaran a ser ricos, se encontraba en bancarrota debido a los vicios del señor Owens y los gustos caros de su querida esposa. El padre de familia había negociado casar a una de sus hijas, la que aún vivía en Inglaterra, con el único hijo varón de una familia de la alta sociedad, los Jones. Rose Mary estaba encantada. Siempre soñó con casarse con alguien como Octavian; apuesto, de buena cuna y modales, y por supuesto, con riquezas. Era todo lo que una joven podía querer para su futuro. Sería la envidia de sus amigas y por fin brillaría más que su hermana, la cual vivía en Francia con su otro hermano debido a estudios de arte y la mala relación que ambos tenían con sus padres. La misma había mandado a decir que no estaría presente en su casamiento ese día, puesto se había negado a asistir por estar plenamente en contra de los matrimonios arreglados, por lo que Thomas tuvo que viajar solo. Sin duda alguna y con toda certeza, Mary Anne terminaría siendo la última de los tres en contraer unión, si es que algún caballero lograba domar su actitud salvaje y tolerarla lo suficiente.

Los pensamientos y emociones encontrados se arremolinaban en su cabeza como los nervios y las ansias en su estómago. Acomodó el pequeño broche de oro en forma de azar que llevaba en el recogido y castaño cabello, (regalo por parte la señora Jones el día anterior), y observó su reflejo en el espejo. Su piel se hacía una con el color del pálido vestido, el corset y la falda de telas costosas y pesadas le modelaban la cintura, y la oscura piedra de zafiro que se hallaba incrustada en el colgante que descansaba en su pecho contrastaba fuerte con toda su nívea apariencia. Se percibió incluso más hermosa que la Reina Victoria en el día de su boda con el príncipe Albert.

La puerta se abrió y su madre sonriendo al verla.

—Entendería a la perfección si te pasaras las próximas horas del día viendo tu reflejo, estás preciosa, querida —dijo pasándole el pulgar por la mejilla—, pero es tiempo de irnos. El carruaje nos espera y tu prometido también debe estar ansioso  —abrazó mientras a su madre delicadamente. Los años habían pasado por ella pero seguía siendo tan bella como cuando había sido joven.

Antes de salir para subirse en el carruaje observó detenidamente aquella que ese día dejaría de ser su casa para convertirse en la casa de sus padres. La próxima vez que estuviese ahí solo sería una invitada.

La iglesia se alzaba imponente frente a todo Londres con sus campanarios en punta y ventanales de vidrios coloridos que mostraban hechos bíblicos con orgullo. El gris de su estructura contrastaba con los cálidos colores del otoño y las edificaciones más pequeñas de su alrededor. Entró a la iglesia escoltada por su padre y su madre, ya que Mary Anne desistió de ser su dama de honor y no había otra mujer por parte de su familia íntima a quien pudiera acudir. Respiró profunda y calmadamente mientras caminaban hacia el altar y pudo ver a su hermano en un extremo y a la familia de Octavian en el lado opuesto. Los demás conocidos y familiares lejanos concurrirían al banquete luego de la ceremonia religiosa como era lo propio. Se posicionó a la izquierda del altar sus padres tomaban su lugar junto a Thomas, y minutos después apareció Octavian rodeado de un aura de elegancia colocándose en su lugar frente a ella en el lado derecho. Escuchaban al religioso pronunciar las palabras que los unirían y respondían cada cual a su turno automáticamente, pero la atención de ambos jóvenes estaba en el otro, creando un canal de intimidad al entrelazar sus miradas. No podía decir que ella amara a Octavian en ese momento y que él a ella, los habían presentado dos semanas atrás y ahora ya eran marido y mujer, pero sabía que con el tiempo lograrían amarse como los padres de ambos lo habían hecho con el tiempo. Podía verlo en sus ojos color agua que le escrutaban el rostro, y esperaba que él lo viese también en los suyos.

Llegaron a la enorme mansión donde los esperaban sus invitados al banquete, que iban desde los familiares de segundo rango y amigos, hasta entidades importantes y algunos miembros de la aristocracia londinense. Cruzó el umbral de la enorme puerta en los brazos de su esposo y al llegar al interior la besó como momentos antes lo había hecho en la iglesia. Aquel beso en su nuevo hogar hizo que asimilara que ya no sería una Owens, sino una Jones.

La comida estaba exquisita y la selección de platos había tenido influencia tanto como de la señora Jones, como de la señora Owens, a diferencia de los adornos florales y los arreglos de los salones en los cuales su madre había insistido que fueran color crema a juego con su vestido. Los músicos y sus rítmicas melodías invitaban a todo el mundo a bailar en el salón continuo. Octavian la tomó de la mano y la condujo hasta el centro de éste. Puso sus manos en su cuello y la atrajo suavemente hacia sí para besarle la frente mientras ella le regalaba una tímida sonrisa. Tomó nuevamente su mano derecha mientras posicionaba su mano libre en la cintura de la joven, la cual a su vez apoyaba con delicadez su izquierda en el hombro de él. La música cesó su intensidad tornándose tranquila y lenta creando una atmósfera de romanticismo a su alrededor. Sus pasos seguían el compás y recorrían el salón deleitando a los invitados como si fuesen las manecillas de un reloj en perfecta sincronía. Rose Mary se dejó llevar. Su mirada había abandonado las caras de los presentes, ya ni siquiera contemplaba el rostro sonriente y grácil de su marido. Lo único que quería era guardar esa sensación por el resto de su vida, y sentía que la forma más correcta y fiel de hacerlo era con los ojos cerrados y el corazón bien abierto.

La noche cayó oscureciendo el cielo y resguardando a los amantes. Solo la luna y las brillantes estrellas eran testigos de las hazañas apasionadas y arremolinadas de los jóvenes bajo las sábanas. Sus cabellos eran un mar de hebras indistinguibles en la negrura, sus cuerpos fundidos como el hierro caliente a pesar de la brisa otoñal, y el futuro de esas dos almas recientemente entrelazadas resplandeciendo como un cristal.

 Sus cabellos eran un mar de hebras indistinguibles en la negrura, sus cuerpos fundidos como el hierro caliente a pesar de la brisa otoñal, y el futuro de esas dos almas recientemente entrelazadas resplandeciendo como un cristal

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Mary'sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora