Capítulo X

394 87 10
                                    

La tormenta perduró hasta la noche tornando todo aún más tétrico bajo la leve luz de la luna y las sombras proyectadas por las estructuras de hierro y cemento, y la antiguas farolas que se encontraba cada tanto. El ruido de la lluvia y los truenos habían pasado a ser una melodía inconsciente que acompañó de trasfondo sus acciones de todo el día y que ahora se disponían a ser una canción de cuna. Supuso que la ausencia de Octavian se debía al temporal y a que debido a él no pudo regresar, pero aún así su falta de presencia era habitual. Sintió el enrejado abrirse y crujir por lo que se levantó cruzando el pasillo y se asomó por la ventana de la habitación de enfrente. Era el carruaje de Octavian con Charles completamente empapado. Anne regresó a su habitación metiéndose en la cama nuevamente, bebiendo un poco del agua que más temprano le había traído April. La humedad era insoportable y tanto el camisón como las sábanas se le pegaban y enroscaban en el cuerpo, sin mencionar su cabello adherido por el sudor en su nunca y la sofocación que sentía. Mientras luchaba por conseguir una posición cómoda y adquirir el sueño comenzó a escuchar un sonido familiar que le recordaba a su querida Francia. Era el sonido de un piano, el piano de Octavian. Decidió abandonar tanto su cama como su habitación por segunda vez, tomando una bata como abrigo y el vaso casi vacío como excusa para bajar. No quería que su curiosidad fuese demasiado evidente. Bajó lo más silenciosamente que pudo pero aún si hubiese bajado con normalidad sus pasos habrían sido callados con el sonar del instrumento. Se quedó de pie detrás de una de las columnas que atravesaba la sala, a la vista pero no del todo observando al joven. La luz tenue de la lámpara de pie hacía visible el rostro de Octavian, apesadumbrado y triste, con ojos vidriosos y la mandíbula tensa. Sus dedos moviéndose ágiles sobre las teclas negras y marfil tocando aquella sonata angustiosa llamada "Claro de Luna" de forma casi frenética. Caminó  con sigilo hasta posicionarse a su lado.

—Creo que se apresura al tocar.

—No la hacía una admiradora de la música, mucho menos de Beethoven —respondió éste sin dejar de tocar.

—Estudio piano en Francia. La música me parece fascinante e ilimitada. ¿Me permite? —preguntó Anne señalando el lugar a su lado y apoyando el vaso sobre el instrumento.

Octavian asintió dándole lugar y cuando acortó el espacio entre ellos pudo ver que sus ojos no solo estaban vidriosos, sino que también enrojecidos. Era la mirada de alguien que bien había llorado o se estaba conteniendo para no hacerlo. Anne imitó el movimiento de sus manos sobre el teclado reproduciendo la pieza con lentitud y destreza.

—Amé muchísimo a Rose Mary —confesó el joven Jones de repente—, y la extraño de manera incontrolable.

La musicalidad del piano cesó abruptamente tras dichas palabras.

—Cada minuto de cada hora me parece tortuoso, y ni siquiera puedo imaginar lo que es para usted.

—Hay cosas peores, o es lo que pienso. Pero si en verdad la amaba, ¿por qué no pensaron en tener un hijo? ¿No es el mejor regalo que una unión puede darnos?

—Lo es, y lo quería, pero su hermana no. Dijo que era demasiado pronto. El interés de mi familia por parte del matrimonio era un heredero de tercera línea asegurado a cambio.

—¿Y usted también lo veía de ese modo?

—No. Era mi deseo concebir un hijo con ella.

Por primera vez en todo ese tiempo ambos sostuvieron la mirada simultáneamente.

—Lo lamento —repuso la joven sin apartar la mirada.

Octavian suspiró con fuerza y dejó caer su cabeza hacia atrás contemplando el techo. Mary Anne pensó en lo que había pasado durante el día. En que antes de que bajase a la sala esa noche había renunciado a ir a la recepción del señor Moore, y sin embargo algo la hizo cambiar de opinión en ese instante.

Mary'sWhere stories live. Discover now