Capítulo XI

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Los dos días siguientes de la semana se pasaron con la velocidad del viento. Octavian había seguido encerrándose en su estudio y yendo de un lado a otro sin decir mucho, pero a cambio había dejado la tapa que protegía el teclado del piano sin llave para que Anne pudiese tocar cuando quisiera. La joven había pasado esos dos días repartiendo sus horas entre el instrumento, la biblioteca y en responder un par de cartas que habían llegado anunciando nuevas noticias. Con su oficio de los retratos, Thomas había conseguido una buena suma de dinero y estaba ayudando a tapar algunas de las deudas de su padre y que pensaba que pronto ambos estarían volviendo a la querida Francia y a su aún más querida extravagancia. También esas cartas habían sido recordatorio de que no olvidara lo que le había dicho en la casa de campo de los Jones. Debía preguntarles a los criados lo que Octavian no parecía querer responder. Anne no se había olvidado de aquello pero quiso posponerlo para pensar correctamente qué preguntar y a quién, y supuso que su mejor opción, además de evidente, era Elena. Buscó a la joven de cabello color miel por las habitaciones hasta divisar por una de las ventanas que se encontraba en el jardín. Aprovecharía la ausencia del señor Jones nuevamente para intentar averiguar algo nuevo.

—Elena, no quisiera interrumpirte en tus tareas —dijo mientras ésta barría el claro piso de la galería—, pero necesito preguntarte algunas cosas.

—Dígame, señorita, ¿en qué puedo ayudarla? 

Anne tomó asiento en una de las sillas mecedoras de hierro para permitirle a Elena continuar con su labor sin estorbar.

—¿Qué puedes decirme sobre la relación de mi hermana con el señor Jones? Y no vayas a decirme como cualquier otra. Quiero la verdad.

—Al principio su relación era muy buena. Asistían a toda clase de eventos juntos, se divertían mucho y ella era envidiada por las demás damas. También solían ir a la casa de campo seguido e incluso quedarse días. A su hermana le gustaba organizar festejos para presumir su matrimonio.

—Pero como tú bien dijiste eso fue solo al principio.

—Sí, señorita, los dos primeros meses.

—¿Y luego?

Elena dejó su escoba contra uno de los pilares que sostenían el techo de la galería y se colocó en cuclillas al lado de Anne.

—Luego comenzaron las peleas. La señorita Rose Mary no toleraba la falta de presencia de Octavian y le reclamaba la cantidad de viajes que él realizaba, y cuando el señor Jones se encontraba aquí discutían por horas. Había noches en las que ella dormía en otra habitación o en las que él llegaba más tarde para evitarla. En el último mes su hermana estuvo de viaje en Yorkshire, y las ultimas semanas la casa era más habitada por nosotros que por ellos. 

—¿Sabes si deseaban hijos?

—El señor Jones sí, pero su hermana no. Lo evitaba constantemente y siempre pedía a Gretel que le preparara una infusión de menta poleo dos veces por semana, si sabe a lo que me refiero.

Anne asintió. Sabía que se utilizaba para evitar la futura concepción de un hijo. Intentó disolver el extraño sentimiento que se había formado y ocupaba lugar en su garganta para poder seguir preguntado.

—¿Qué fue lo que pasó su última noche? —y esas palabras le supieron amargas en su boca.

—No lo sé, señorita Owens, nadie en esta casa lo sabe. Anteriormente, el señor Jones nos despachaba los viernes alrededor de las ocho hasta los domingos por la mañana. Lo único que todos le podemos decir es que ellos discutieron y el señor Jones se fue y que luego nos mandó a llamar con Charles la madrugada del sábado.  Lamento no poder ayudarla más que eso.

Mary'sWhere stories live. Discover now