Capítulo VI

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La noche anterior se habían ignorado mutuamente. Anne no le había dirigido la palabra, ni siquiera lo había mirado a la cara después del cruce de palabras que habían tenido, y Octavian, a su vez, tampoco se había molestado en hablarle. Pensó en marcharse por la noche a la casa de sus padres pero recordó que su madre la había echado la última vez y estaba casi segura de que lo haría nuevamente, por lo que se armó de paciencia y esperó hasta la mañana siguiente para ir a hablar con su hermano. Necesitaba contarle lo ocurrido el día anterior. Se levantó temprano saltándose el desayuno y caminó a paso apresurado, casi corriendo hasta la salida para evitar que alguien la viera. No tenía ganas de dar ni la más mínima de las explicaciones esa mañana.

—Buenos días, Edmund —saludó al cochero quien estaba sacando a los caballos del establo—. Necesito que me lleves a casa de mis padres lo antes posible.

—Será un placer, ¿quiere esperar en el interior del carruaje mientras los amarro? El aire de la mañana aún es fresco.

Anne asintió agradecida y éste le abrió la puerta de la movilidad para que ingresara. Pocos minutos después los animales formaban parte de la estructura de madera y se encontraban avanzando por el jardín delantero hasta desembocar en la calle principal.

Llegó a la casa de sus padres y encontró al señor Owens saliendo de la vivienda con varios papeles en la mano.

—Anne, querida, qué agradable verte. Tu hermano me dijo que viniste ayer por la mañana.

—También es bueno verte, padre. He venido a hablar nuevamente con Thomas.

—¿Está todo bien, hija?

—De maravilla —mintió—. Ahora, si me disculpas, iré a buscarlo. En verdad quiero hablar con él.

Su padre la abrazó rápidamente y seguido a eso dijo:

—No vayas a hacer mucho ruido, tu madre aún duerme. Thomas está en la sala leyendo.

La joven entró y caminó en dirección a la sala donde encontró, en efecto, a su hermano leyendo recostado en el sillón.

—Las afinidades electivas —leyó Anne en la portada—. Excelente novela.

—Supongo que comienzo a entender tu devoción a los escritos de Goethe.

—No es devoción a los escritos, es más bien al mensaje que dejan.

—Es lo mismo. Por cierto, lamento no haber podido detener en cierto modo a nuestra madre —se disculpó mientras se incorporaba y dejaba el libro sobre la mesa de té.

—Estoy acostumbrada a sus arranques de locura, además, tú necesitas cuidar tu techo provisorio —su hermana se acomodó en la silla mecedora que se hallaba frente a él—. He venido porque necesitaba contarte algo. Ayer intenté preguntarle a Octavian sobre su relación con Rosie.

—Y por la manera en que lo dices supongo que no pudiste saber nada.

—No respondió ninguna de mis preguntas. Las evitaba y buscaba constantemente la forma de hacerme callar con sus comentarios. Luego se encerró en su estudio y no salió hasta que estuvo lista la cena.

Thomas negó con la cabeza ante el relato de su hermana y frunció el ceño.

—¿Y tú qué hiciste? —preguntó.

—Insistí que me abriera de todas las formas posibles hasta el cansancio. Una de sus criadas, Elena, me dijo que sería inútil, que podía llegar a pasar un día entero allí sin salir. Es por eso que desistí. Thomas, en verdad pienso que todo ésto no funcionará.

—Qué negativa eres, Mary Anne. Tú debes seguir insistiendo, tarde o temprano va a responderte por cansancio. O bien puedes sacarle información de mentira a verdad. Sé creativa, Annie, llevará tiempo pero seguro lo conseguirás.

Mary'sWhere stories live. Discover now