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Tras la marcha de Bill Millerfort y Jade, el ama de llaves, la señora Bird me ofreció prepararme algo para cenar. Sin embargo, mi cabeza estaba en el secuestro o el encierro voluntario al que me había sometido y no tenía nada de hambre. Así que le pedí que me enseñase mi habitación, tras disculparme con el resto de empleados.

La señora Bird fue hablando sobre las esperanzas que tenía para aquel lugar, para que volviera a ser señorial, como cuando su abuela trabajaba allí. Pero yo no pude prestarle mucha atención, iba pensando en mis propios planes de reforma.

Jade me había dicho que, si acababa la obra antes de seis meses, me pagarían igualmente el sueldo prometido íntegro y podría marcharme, así que pensaba hacer aquello lo más rápido posible. No quería dejar solo a mi padre seis meses. Él me necesitaba.

—¿Se encuentra bien, señorita Hill? —me preguntó preocupada la señora Bird, quizá por mi falta de respuesta.

—Sí, sí. Ha sido un viaje largo y un poco abrumador.

—No se preocupe, querida. Al principio este lugar es así, pero después uno se acostumbra. Y, con un poco de suerte, conseguirá acabar esta obra.

—¿Suerte? —El resto de preguntas se agolparon en mi garganta mientras la señora Bird me señalaba la puerta de mi nueva celda... digo, habitación—. ¿Qué le pasó al resto de arquitectos?

—Me temo que el trabajo se les quedó grande —dijo, con tanta simpleza, que tuve claro que yo no sería suficiente para aquel lugar.

—¿Y al hijo del señor Millerfort? Dijo que lo había perdido... —recordé.

—Una tragedia. El señor William... Un buen hombre, una pena lo que le pasó... Si me disculpa, señorita Hill.

Se dio la vuelta para irse de nuevo por el pasillo, enjuagándose una lágrima que me hizo mirarla casi boquiabierta. No me podía creer que ese señor William hubiera muerto allí. ¿Durante la obra, quizá?

En cualquier caso, no tenía tiempo para lamentarme por un desconocido. Entré a mi nuevo dormitorio, que estaba increíblemente limpio comparado con el resto de la casa y cerré tras de mí.

Incluso habían tenido el detalle de ponerme un escritorio enorme para que pudiera trabajar. Y parecía lo más nuevo del lugar, porque los muebles eran de madera vieja y pasada de moda, ajada por los años. Solo esperaba que no hubiera termitas ni nada parecido. Dejé todos los papeles sobre el escritorio, y me acerqué a mi maleta que ya estaba sobre la cama. Rebusqué entre mis cosas y saqué un coletero, para recoger mi pelo castaño en un moño que no me molestase al trabajar. Sin duda, tenía una larga noche por delante. Quizá debía solicitar una cafetera al día siguiente.

-o-o-o-

Me fui a dormir cuando solo debían quedar un par de horas para el amanecer. Era consciente de que debía descansar al menos un rato para rendir y, en cualquier caso, tenía una lista muy exhaustiva de cosas por hacer al día siguiente. Quería revisar la casa completa, no solo sobre los planos. Necesitaba hacerme una idea del estado del lugar.

Luego podría empezar a solicitar empleados y asignarles tareas. Acabaría aquella obra en un tiempo récord y volvería a casa, con dinero suficiente para evitar el desahucio y para vivir cómodamente. Y quizá, si hacia un buen trabajo, adquiriera algo de renombre y pudiera continuar ejerciendo mi profesión real. No tenía nada en contra de servir café y cerveza los viernes, pero aquello había sido mi pasión desde siempre.

Sin embargo, cuando me cambié el vestido elegante que me había puesto para dar una buena impresión en mi primer día de trabajo, por un pijama abrigado (porque en aquella casa hacía frío) y me metí en la cama, no pude dormir. Mi cerebro no dejaba de trabajar y voló en la oscuridad de la habitación a los planos. La ausencia de la torre oeste en ellos había llamado mi atención desde el principio.

Cuando encuentres una rosa - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now