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Me lo pensé durante todo el jueves, pero el viernes no pude resistirme más. Necesitaba saber qué había dejado el padrastro de William en ese apartado postal. Así que, con un plan en mi mente, salí de mi habitación con una sudadera muy ancha con capucha. Esperaba que si Will me veía salir desde la torre me confundiera con alguno de los obreros o con la señorita Brown.

Pasé por la cocina, dónde la señora Bird hacía recuento de la despensa junto con el chef Wilson. Mi plan pasaba porque la buena señora me cubriese y no estaba muy segura de que fuera a mentir a William por mí.

—¿Podemos hablar, señora Bird? —pedí, con suavidad.

—Claro. Ahora seguimos, chef Wilson —se disculpó ella, antes de acompañarme a la salita de estar—. ¿Qué sucede, Aysha?

—Necesito bajar a la ciudad hoy —expliqué, tras cerrar la puerta—. Pero el señor Millerfort me pidió que no saliera... No William, sino su padre —aclaré, al ver su desconcierto—. Sin embargo, tengo que ir. Necesito que me cubras un poco.

—El señor Millerfort no está aquí —respondió, ligeramente ceñuda. No parecía que le estuviera haciendo mucha gracia mi petición.

—Lo sé. Pero tampoco quiero que William se preocupe... No tardaré, pero si no he llegado para la hora de comer...

—Está bien, me encargaré de todo.

—Gracias.

—Pero procura volver antes de que pregunte. Me parece que siempre lo sabe todo...

No respondí, porque me pareció que en cuanto le preguntase por mí, le diría la verdad. Quizá hubiera sido mejor no decir nada, pero claro, en cuanto me hubieran buscado habría cundido el pánico.

Salí de la casa, ajustándome la capucha, porque desde la torre oeste se veía la salida principal de la mansión, el camino más rápido hasta el pueblo. No me atreví a mirar hacia atrás. Sabía que antes de llegar yo, Will dormía de día, pero estaba segura de que le había cambiado el horario, porque ahora dormía conmigo casi todas las noches...

—¿Dónde vas? —La voz de Gerald me hizo parar en el acto y cerrar los ojos, sintiéndome descubierta.

Había estado tan pendiente de la torre a mi espalda y de despistar a los guardaespaldas, que no había visto que el hombre estaba dentro de la parte de atrás de su furgoneta. Saltó a mi lado, dejando una caja de herramientas en el suelo, que uno de sus obreros salió de la casa para recoger enseguida.

—Tengo que enviar unas cartas —mentí, señalando mi bolso grande.

Por suerte, tuve la precaución de cogerlo, por si tenía que recoger algo y meterlo en casa sin que nadie lo viese.

—¿Vas al pueblo? Yo tengo que ir a recoger unos recambios para la radial. Sube que te llevo.

—No hace falta —aseguré, llevaba más tiempo allí parada del que pretendía—. Puedo ir andando.

—Tonterías, tardarás dos horas solo en llegar desde aquí. Sube.

No pude negarme porque sabía que llevaba razón. Al menos así me ahorraría mucho tiempo y era posible que llegase antes de que la señora Bird me delatase. Solo esperaba que William no me viera subiendo a la furgoneta de Gerald, sobre todo después de confesarme que éste se había casado con su novia.

No pude evitar pensar en ello y revisé sus manos sobre el volante mientras arrancaba. Sin embargo, no tenía ninguna alianza, solo las tenía cubiertas de yeso y cicatrices. Y de nuevo pensé en aquello que me había dicho, sobre que nacer unos metros más acá o allá cambiaba tu vida... ¿Estaría celoso de William? Supuse que era un momento tan bueno como otro cualquiera para tantearle.

Cuando encuentres una rosa - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora