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Aysha

Las siguientes semanas avanzamos paso a paso. Literalmente. William consentía bajar un escalón más, pero enseguida tenía que volver a su torre. Logramos llegar hasta la mitad de la torre y no solo eso, una noche nos sentamos allí, riéndonos, charlando de todo y nada. Me encargué de contarle anécdotas divertidas de la granja. Él solía mirarme, en silencio y sonriendo. Y yo no sabía cómo interpretar aquello.

Tampoco sabía cómo interpretar sus besos o aquel viernes que volvió a llevarme a su ducha, después de bajar tres escalones más de golpe. Estuvimos un buen rato bajo el agua. Will acarició mi cuerpo húmedo sobre la ropa, tocando mis costados, aplastándome contra la pared, sin permitirme moverme. Aunque no hubiera podido hacerlo. Jamás había hecho nada parecido y era increíblemente agradable.

Aquel día Will me dio una de sus camisas enormes y me quité mi ropa empapada para quedarme solo con la suya. Cenamos juntos, sentados en el suelo y luego me pidió que me quedase a ver las estrellas. Me dormí entre sus brazos, sin que importase nada más que nosotros y aquella torre. Él decía que era una cárcel, pero a mí me parecía una liberación de cierta forma. Cuando estaba allí, todos los problemas de la obra, que parecían multiplicarse cada día, desaparecían.

—¿Señorita Aysha? —me llamó uno de los obreros, sacándome de mis ensoñaciones.

No pude evitar sonrojarme, por el camino de mis pensamientos. Pero le dirigí una sonrisa, tratando de parecer casual. Quizá debería centrarme en lo que estaba haciendo en lugar de fantasear con William Millerfort.

—¿En qué puedo ayudarte? —cuestioné, porque él me devolvió la sonrisa sin decir nada.

Dejé de fregar el suelo, arrodillada como estaba, para ponerme de pie y mirarle de frente. Habían puesto el parqué nuevo un par de días antes y estaba asegurándome de que no tenía ningún tipo de mancha, frotando con un trapo con un líquido especial para limpiarlo. La señora Bird se había ofrecido a hacer aquello, pero prefería hacerlo personalmente. Solo quedaba una semana para navidades y la obra estaba prácticamente acabada. Quedaban los últimos detalles y luego el montaje de los muebles. Yo apenas podía creerme lo bien que íbamos, para lo mal que estaba saliendo todo.

—Me gustaría enseñarte algo que ha pasado —me dijo finalmente el obrero.

—¿Qué ha pasado? —dudé, pero echó a andar, así que le seguí.

Bajé las escaleras con él. En el vestíbulo aún faltaban algunos detalles para embellecerlo. Si era la primera impresión que la gente que fuese al hotel se iba a encontrar, quería hacerlo más bonito. Además de cambiar las barandillas de la escalera. Sin embargo, el obrero no quería enseñarme nada de allí, porque salió a la calle.

Era un poco tarde y estaba anocheciendo. La mayoría de los empleados ya debían haberse ido a casa. Tampoco vi a Gerald por allí, que solía ser el encargado de darme las malas noticias.

—Pero ¿qué ha pasado? —insistí.

—Prefiero que lo vea, señorita Aysha.

Yo solo pude poner los ojos en blanco, mientras me abrazaba a mí misma, porque allí fuera hacía frío. Rodeamos la casa y me llevó al jardín. Allí aún faltaban algunos arreglos y teníamos que montar detrás el establo y todo lo demás. Quizá dos meses era poco, pero supuse que Bill Millerfort no iba a echarme ahora que había conseguido que William llegase hasta la mitad de la torre.

—Dime qué tengo que ver, o me vuelvo dentro —ordené, cansada de tanto secretismo.

Dos obreros más salieron de entre las sombras del jardín. No me gustó aquello, porque el que me había llevado hasta allí también se giró hacia mí y me miró con una sonrisa muy oscura que no supe interpretar. De hecho, no quise hacerlo. Ni siquiera conocía muy bien a esos hombres, habían entrado cosa de una semana antes, porque con todos los lesionados nos habíamos quedado escasos de personal.

Cuando encuentres una rosa - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now