El mirador del fin del mundo

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Eran ya las once de la mañana cuando Alice despertó. Naturalmente estaba desvelada por tener que esperar a su compañero hasta pasadas las tres de la madrugada. Aun así la recompensa era para toda la vida.

Kirito tardaría bastante más en despertar, él aún no se encontraba en condiciones de levantarse. Lo gracioso del asunto es que seguramente tendría una resaca de ultra tumba. Sería malo decir que no la tenía bien merecida.

La chica de cabello color paja esperaba una cosa y solo una cosa: que él despertara para afirmarle que la amaba y que no solo lo decía por decir. Kirito sostendría ese argumento hasta el último día de la primavera e incluso después de ella.

El sol pegaba reaciamente, cualquier sombra era una bendición digna de santiguarse. El calor era peor, solo se podía estar sentado en el pórtico bebiendo algo bien frío y evitando a toda costa estar en el sol.

Incluso la arena del suelo quemaba los pies por el considerable sol que hacía. Ir a la sierra sería soportar un calor húmedo, algo no tan terrible como el calor seco del pueblo. Incluso la plaza estaba vacía, aparte era lunes, la gente estaba en sus trabajos.

Kahona-Sama estaba sola en casa por lo que Alice, en espera de que Kirito despertara, fue a visitarla. Ella necesitaba algo bueno para curarle la muy posible resaca que su compañero tendría al despertar.

-¿Y entonces eso hizo? –Preguntó la señora.

-Si...aunque dijo algunas cosas que me tranquilizaron ligeramente.

-Algo me dice que esas eran cosas de amor. Por lo regular los hombres suelen hablar de amor cuando están muy borrachos, pero esas cosas de amor suelen tener algo de verdad.

-¿Por qué?

-Según me han contado ellos mismos es porque les da valor, aunque la verdad es que es una tontería, sería mucho más factible que confesaran sus sentimientos a la carta.

-Lo malo que ya casi nadie escribe cartas.

-Las lindas tradiciones románticas se están perdiendo...

El paso del tiempo es una cosa tan inevitable como el caer de las hojas, como la puesta del sol. Solo resta ir por los caminos en espera que algo nuevo suceda, aunque lo mejor sería que nosotros hagamos cosas nuevas en vez de esperarlas ya que todo en este mundo es nuevo después del amanecer.

En su lugar, Kirito se estaba levantando de la cama con los ojos enrojecidos, la garganta seca, un pequeño dolor de cabeza y unas ojeras como las tendría Syd Barret. Aun sentía un poco los efectos de la borrachera de lo mal que se había puesto.

El piso se le movía de poco en poco, como si estuviera marchando sobre un tronco en pleno temblor de la tierra. Para su sorpresa se escuchó la campana de las doce del día, efectivamente el reloj marcaba esa hora.

-Alice, ¿sigues aquí? –Fueron las primeras palabras del día ante la preocupación de que su compañera le hubiera mentido y se fuera tan misteriosamente de su vida como llegó.

Vio una nota sobre la mesa, estaba bastante mal escrita en el sentido de la caligrafía, como si hubiera sido escrita por un doctor en plena nevada que llevaba una prisa enorme...así de mala era la letra, bueno que se podía leer.

"Estoy en casa de Kahona-Sama, ella y yo te estamos esperando".

El chico se cambió de ropa ya que la del día anterior tenía ese olor a alcohol y a sudor que no era absolutamente agradable y tras beber media jarra de agua, emprendió rumbo a la casa de la señora.

-Creo que con esto bastara, siempre se lo preparaba a mis amigos cuando llegaban a casa pasados de copas. –Aquel remedio tan milagroso, pero tan curioso a la vez eran nada más y nada menos...que Hot-Cakes con leche tibia. –Siempre fue un clásico aquí en el pueblo.

Flores en el bosque vol. I (KiritoxAlice)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora