Segundo

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La casa en la que vivían influía no poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso – frisos, columnas y estatuas de mármol – producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia. En cierto punto se volvía algo paranoica, la enloquecía tener que pasar la vida ahí, hasta la muerte, sin poder decir nada.

En ese extraño nido de amor, Gloria se pasó todo el otoño. Había concluido, no obstante, por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en aquella casa hostil, sin querer pensar en hacer nada hasta que llegaba su marido. Durante la cena no hacía más que preguntar por el trabajo de este, y él, en cambio, no se interesaba en lo absoluto por cómo habla ido el día de ella, y se resignaba a responder de forma seca y algo brusca cada una de sus preguntas, limitándose a decir apenas "sí" o "no", y, a menos que la ocasión lo ameritase, le respondía con alguna frase, desinteresado en el tema.

A la mañana él se despedía de ella con frialdad, aunque de vez en cuando la miraba pensativo, en lo mucho que la amaba, pero aún seguía sin demostrárselo lo suficiente, o al menos lo que ella anhelaba. A su vuelta, hacia el anochecer, siempre volvía muy cansado, solo a comer y a dormir, – cosa que no tardaba mucho en hacer – y ella solo lo miraba con detenimiento hasta que el sueño se apoderaba de ella completamente.

El Almohadón De PlumasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora