Sexto

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En la última consulta, Gloria yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte de esta. La observaron largo rato en silencio, y siguieron al comedor.

-̶―Pst... – se encogió de hombros desalentado el médico de cabecera. – Es un caso inexplicable... Poco hay que hacer...

-̶― ¡Solo eso me faltaba! – resopló Carlos. Y tamborileó bruscamente la mesa.

Gloria fue extinguiéndose en su subdelirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en sincope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas oleadas de sangre.

Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día de este hundimiento, esa sensación no la abandono más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaban ahora en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama, y trepaban dificultosamente por la colcha.

Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y en la sala. En el silencio agónico de la casa no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el retumbo de los eternos pasos de Carlos.

El Almohadón De PlumasWhere stories live. Discover now