Tercero

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No es raro que adelgazara, a los pocos meses tuvo un ligero ataque de influenza, que se arrastró insidiosamente días y días; y Gloria no se reponía nunca. Hasta que al fin, una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de su marido. Ella miraba indiferente a uno y otro lado, hasta que de pronto, Carlos, con honda ternura, le pasó muy lentamente la mano por la cabeza, y la pobre Gloria rompió enseguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la más leve y mínima caricia de Carlos. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni pronunciar palabra alguna.

Finalmente, entre estrepitosos chillidos y un llanto incansable, Carlos consiguió llevarla casi a rastras hacía la alcoba, en la que no tardó ni medio segundo en quedarse dormida, esta vez fue él quien se quedó embelesado mirándola hasta perder la conciencia y caer en un profundo sueño, aún con la preocupación en mente, y el único pensamiento que le rondaba en la cabeza involucraba la salud de su mujer, preguntándose siempre en qué momento se repondría Gloria de su repentina debilidad.

Fue ese el último día que Gloria estuvo levantada. Puesto que al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Carlos la examinó con sumo cuidado y atención a cada detalle, por más mínimo que fuera, ordenándole calma y descanso absolutos.

-̶―No sé – le dijo el doctor a Carlos con un rastro de preocupación en su tono de voz, en la puerta de la calle –. Tiene una gran debilidad que no me explico. Sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.

El Almohadón De PlumasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora