Septimo

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Gloria murió, por fin. La sirvienta, cuando entró después de deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.

-̶― ¡Señor! – llamó a Carlos en voz baja. – En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.

Carlos se acercó rápidamente y se dobló sobre aquél. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Gloria, se veían manchitas oscuras.

-̶―Parecen picaduras – murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.

-̶―Levántalo a la luz – le dijo Carlos severo.

La sirvienta lo levantó; pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Carlos sintió que los cabellos se le erizaban.

-̶― ¿Qué hay? – murmuró con la voz ronca.

-̶―Pesa mucho. – articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.

Carlos lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Carlos cortó la funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós.

El Almohadón De PlumasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora