Capítulo 1

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-Hola, cariño- se escuchó del otro lado del teléfono y Graham se ruborizó. Ni seis años de matrimonio parecían suficientes para acallar aquel cosquilleo que lo invadía cuando escuchaba su voz.

-¡Alex!- exclamó con júbilo- Pensé que no llamarías hasta llegar al estudio...

-Tenía deseos de oírte...

Las mejillas de Graham volvieron a arrebolarse.

-También yo, amor...te extraño...- susurró.

-Me desocuparé pronto. Acabo de terminar mi reunión con Lord Portman. Aprobó los planos- anunció satisfecho.

-¡Lo sabía! Estoy tan orgulloso de ti...

Y en efecto, tenía motivos para estarlo. Había sido un año rutilante para Alex. Su estudio de arquitectura se consolidaba como uno de los más ascendentes mientras él mismo acrecentaba su prestigio profesional. Y sólo rozaba los 30 años.

-Pensé que podríamos ir a celebrar- propuso- ¿Qué tal si paso por ti en una hora?

-Será mejor que yo te alcance. Llegaron los tapices que encargamos para terminar la decoración del Palladium. Patrick y yo los revisaremos antes llevarlos. ¿Dónde estarás, cariño?

Graham ocupaba un sitio envidiable entre los restauradores de arte de Londres y hacía ya tiempo tenía a su cargo las tareas de diseño, conservación y remodelación de varios espacios del circuito teatral de la cuidad.

Él y Alex se habían conocido trabajando. Establecieron una conexión casi inmediata y no tardaron en descubrir lo mucho que disfrutaban de su mutua compañía. Sus primeros encuentros les dejaron saber que la unión física entre los dos era igualmente intensa. En menos de un año, Alex tuvo la certeza de que ese muchacho de mirada tímida y carácter obstinado era la encarnación de todo lo que sin suerte había estado buscando. Se prometió a sí mismo que no lo dejaría escapar y una noche de Año Nuevo le propuso matrimonio. Graham accedió de inmediato sólo por sentirse incapaz de rechazarlo en ese instante perfecto que su compañero había diseñado para él. Le hubiese gustado poder pensarlo. Al borde del arrepentimiento, zozobró angustiado durante varios días hasta caer en la cuenta de que sus deseos de unirse a Alex eran tan intensos como su miedo. Entonces se armó del valor con el que rara vez contaba y marchó hacia su propia boda. Seis años después, le parecía la mejor decisión de su vida.

-Reservé a las ocho en The Greenhouse, tu favorito- informó Alex- ¿Te gusta?

-No podría pensar en un sitio mejor para celebrar.

-Allí sólo comeremos- respondió Alex bajando el tono- la celebración será en casa.

Graham rió con picardía. En efecto, formaban un matrimonio muy festivo.

-Te veré allá entonces, a las ocho. ¿Qué dices?

-De acuerdo, cariño. Te amo.

-También yo- dijo Graham dejando escapar el débil sonido de un beso.


Como de costumbre, Graham llegó puntual. Atisbó el salón mientras la recepcionista le ofrecía la bienvenida digna de un cliente asiduo. Le sorprendió no ver a Alex. Pensó que sin duda el tráfico de la ciudad le habría jugado una mala pasada. Conversó un rato con la encantadora jovencita que lo guió hasta la mesa convenientemente reservada. Ya sentado, echó un vistazo a su teléfono. No había mensajes de su esposo.

Esperó más de cuarenta minutos en los que Alex no se comunicó con él ni respondió a sus llamadas. Se revolvió inquieto en su silla pensando qué clase de contrariedad pudo suceder. Recordó que en cierta ocasión Alex se había demorado más de lo previsto y él no llevaba consigo su teléfono. Estaban incomunicados pero aún así...aún así había llamado al restaurante avisando que demoraría.

-Camarero...- dijo Graham en voz baja.

-¿Sí, señor?

-Disculpe...me preguntaba si alguien dejó un recado para mí en recepción. Mi nombre es Graham Coxon.

-No lo creo, pero iré a cerciorarme de todas formas. Con permiso.

Volvió sin demora, trayendo consigo la certeza de que no había mensajes para él.

Fue a poco más de una hora cuando Graham creyó notar cierto alboroto a las puertas del restaurante. Preocupado como estaba, le restó importancia. La última vez que había visto algo semejante no era más que una reyerta entre un hombre y su esposa que lo había encontrado cenando, en actitud amorosa, con otra mujer.

Minutos más tarde, la bonita recepcionista rusa se acercó a su mesa.

-Señor Coxon...Graham- dijo con voz temblorosa y acercándose a él.

Jamás se había tomado la libertad de llamarlo por su nombre. Fue eso junto con su expresión desencajada lo que terminó de inquietar a Graham.

-¿Qué...qué es lo que ocurre, Natasha?

-Es...es la policía- respondió luchando contra aquel acento eslavo que no lograba disimular cuando estaba tensa- necesitan...necesitan hablar con usted. Acompáñeme, por favor- dijo ofreciéndole la mano.

Graham se levantó mecánicamente. Atravesaron juntos el salón y la joven lo condujo a una pequeña oficina. Dos agentes de policía de semblante adusto aguardaban por él.

-Señor Coxon...- se apresuró uno de ellos.

-¿Sí?- preguntó comenzando a escuchar sus propios latidos.

-Tome asiento, por favor.

Graham obedeció sin decir palabra y antes de que el policía hablase pudo ver la mano de Natasha acercándole un vaso de agua para luego salir del recinto.

-Tenemos una mala noticia- espetó sin rodeos- se trata de su esposo, el señor James.

-¿Qué...qué...- susurró, incapaz de articular nada apropiado.

-Ha tenido un accidente. Falleció...- el policía hizo la pausa justa para escrutar la reacción de Graham que lívido, permanecía incapaz de hablar- Al parecer perdió el control del vehículo, se estrelló contra la baranda del puente de Westminster.

-No...no es posible- dijo Graham negando repetidamente con la cabeza- debe ser un error, no puede ser él...

-La víctima portaba documentos y fue identificada como Steven Alexander James, de 29 años, nacido en Bournemouth y residente en Londres.

-No...no...- insistía, como solía suceder en esos casos- él...él no tenía nada que hacer allí. Él venía de su oficina, no necesitaba cruzar el puente.

-Las fotos de sus documentos revelan que la persona fallecida se trata del señor James. Lo lamento. Sé cómo se siente pero en este caso no hay margen para la duda.

Las lágrimas comenzaron a surcar el rostro de Graham, todavía embarcado en suposiciones inverosímiles capaces de demostrar que no era Alex quien había perdido la vida en ese auto.

-Oficial...- dijo entre sollozos- no puede ser él, no puede ser él porque...

No era la primera vez que el experimentado agente presenciaba una reacción como esa. Y sólo para acortar el sufrimiento y la duda, aclaró.

-Señor Coxon...si estamos aquí ahora es porque sabemos que usted estaría aquí. Y lo sabemos porque esta reserva estaba en la agenda que hallamos entre las pertenencias de su esposo.

Graham enmudeció. A lo lejos, como un murmullo, podía oír la voz de aquel oficial empeñado en hacerle creer que el hombre que había sido su mundo por casi siete años estaba muerto. Que su presencia era ahora un recuerdo y su voz, apenas una melodía cuyas notas se apagarían lentamente acalladas por nuevos sonidos.

Pensó que si existía un mundo para los muertos, Alex estaría acompañado. En el mundo de los vivos, él estaba solo.

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