Capítulo 7

288 38 34
                                    

Apenas se quedaron a solas, Liam fue el primero en hablar.

-¡Damon!- dijo en tono reproche- ¿¡Tenías que hacerlo!? Sufre exactamente igual que tú...

-¡Gracias, Liam! Ni siquiera lo conoces y ya estás de su parte- respondió abriendo los brazos con expresión de enojo y fastidio.

-¿¡Es que no comprendes que aquí ya no hay partes, Damon!? Alex ha muerto y eso pone a los dos del mismo lado.

-¿Y qué se supone que debía hacer? ¿Darle las condolencias?

-Sabes lo que se siente, Damon porque tú también lo sientes...ahora mismo. Pudiste mostrar algo de consideración al menos...ahorrarte esa sarta de mentiras sobre el hastío de Alex y sus planes de abandonarlo. Ambos sabemos que no son ciertos.

Damon bajó la cabeza. Liam no mentía. Sintió una mezcla de ira y vergüenza pensando en la escena que había protagonizado, reclamando derechos sobre un hombre que no le había negado su amor pero jamás le había prometido nada.

-No veo por qué le recriminas a él lo que nunca le recriminaste a Alex- insistió.

-Idiota...- dijo Damon chasqueando la lengua y desviando el rostro de los inquisidores ojos de su amigo- me has hecho sentir culpable.

Avanzó hacia la ventana dejando que su mirada se perdiese en la lontananza. Deseando olvidar que él y Graham habían compartido a Alex en vida...y hasta en la muerte. Los dos lo amaron y los dos lo añoraban. Estaban enfrentados y al mismo tiempo, algo los unía. Amaron al mismo hombre y fueron amados por él. La ira que Damon había sentido al saberse relegado era la misma que ahora sentía Graham al saberse engañado. Liam estaba sin duda en lo cierto. Estaban más cerca que lejos.

Oyó los pasos de su amigo acercándose a la ventana para detenerse junto a él. Así eran sus muestras de apoyo. Silenciosas pero puntuales, presentes siempre donde y cuando fuesen necesarias.

Los ojos de Liam contemplaron el paisaje de aquel retazo de Londres que poco difería de su Manchester natal. Pequeñas tiendas de baratijas apiñándose a lo lejos, muy cerca del mercadillo de Camden; las vías del tren; los mendigos acurrucándose bajo cualquier sitio techado y algo iluminado. "Y para esto vine aquí..." se dijo pensando en todo aquello que había dejado atrás. De pronto, sus ojos divisaron la figura encorvada del Loco Peter, aquel hombre cuya edad parecía tan incierta como sus pensamientos. Vagaba por el vecindario sin importunar a nadie, a paso lento y constante, con sus manos renegridas de mugre acariciando una barba casi tan larga como los sufrimientos que había dejado atrás antes de convertir las calles en su hogar.

Damon y él le habían tomado aprecio, se había vuelto más que parte del paisaje. Acostumbraban dejarle algo qué comer en la estación, justo en uno de los sitios en que solía dormir. Eso era exactamente lo que se disponía a hacer Liam esa misma mañana, cuando el frío glacial lo obligó a regresar sin cumplir su cometido.

Siguió la figura del mendigo que parecía dirigirse a la estación trazando aquel camino del que jamás se desviaba. Y sus ojos se abrieron con sorpresa cuando el Loco Peter hizo una excepción para apartarse de la senda que hacía años había escogido por vaya a saber qué motivo.

Lo observó cruzar hacia la vereda opuesta y encaminarse hasta el umbral de una casa abandonada. Alguien estaba sentado allí, probablemente otro mendigo buscando refugiarse del frío. No podía ver su rostro, oculto entre sus rodillas. Sólo vio a Peter acercarse y acariciarle el cabello. Contempló desde la ventana la escena muda.

-¿Te has quedado en la calle?- preguntó la voz del hombre mayor al muchacho que, con el rostro oculto, lloraba sin consuelo.

El joven negó con la cabeza.

-Yo no tengo mucho pero tal vez pueda ayudarte...

-Nadie puede ayudarme, señor- respondió alzando apenas su rostro- pero gracias. Usted es muy amable...- dijo entre sollozos.

Fue entonces que, justo frente a sus ojos, vio una mano de uñas renegridas invitándolo a levantarse. Probablemente fuera todo lo que necesitaba en aquel momento, una mano que lo alejara de aquel umbral helado en el que hubiese deseado pasar el resto de su vida.

Ya en pie, se restregó los ojos y desde la ventana, Liam pudo reconocer su ropa. Era Graham. "No debería ir sólo en ese estado" se dijo, preguntándose de qué sería capaz aquel hombre del que tanto había oído hablar y al que por fin hoy conocía. Sin que mediasen explicaciones tomó su abrigo.

-Saldré un momento- dijo sin que Damon, ensimismado, pareciera oírlo.

Apuró el paso y llegó hasta la casa abandonada. Graham seguía allí, restregándose los ojos mientras Peter se perdía de vista.

Tuvo el súbito impulso de llamarlo. Ofrecerse a acompañarlo hasta su casa o donde fuera que deseara llegar. Pero pronto recordó que Graham lo creía el nuevo amante de Damon y eso no ayudaría. Tal vez fuera mejor asegurarse en la distancia de que llegase sano y salvo al sitio que eligiera como destino.

Graham echó a andar a paso lento. A unos metros, Liam marchaba tras él. Vagó por el vecindario erráticamente. Su perseguidor apenas podía ver su espalda pero notaba que los transeúntes que se cruzaban con él parecían sorprendidos y hasta murmuraban, inquietos ante su semblante demudado.

Caminaron un buen rato antes de que Graham entrase a un bar. Liam ingresó discretamente tras él y se ubicó fuera del alcance de su vista. El resto de sus horas no fue mucho más que contemplar a Graham embriagarse hasta pagar la cuenta, intentar levantarse y perder el sentido.


Damon estaba preocupado. Hacía ya muchas horas que Liam había salido sin que él pudiese notarlo. El frío calaba los huesos y su amigo había abandonado su convalecencia apenas unos días atrás.

"Maldito inconsciente", pensó. "Le dije que yo mismo me encargaría del Loco Peter".

No pasó mucho tiempo cuando oyó unos pasos lentos y pesados subiendo las escaleras con esfuerzo. Se alarmó. "Ha de venir arrastrándose", pensó. Antes de llegar hasta la puerta escuchó los inconfundibles golpes de Liam. Había salido llevando sus llaves y sin embargo, no las usaba para abrir. Pensó que era sin duda una mala señal.

Abrió la puerta con las primeras palabras del sermón escapándose de su boca. Pero pronto calló. Como suponía, Liam estaba de vuelta, extenuado. No era fácil subir dos pisos cargando el peso de un hombre sobre la espalda.

El AmanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora