Capítulo 23

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La primera clase llegó a su fin. Liam aprendió la posición correcta de los cubiertos, se anotició de que la servilleta no se lleva colgada al cuello y sintió los rigores de su "profesor", inflexible a la hora de hacerlo permanecer erguido en su silla y evitar que sus codos tocaran la mesa.

El tiempo pasaba rápido junto a Graham, tanto que fueron sorprendidos por la hora de cenar.

-¿Tienes hambre?- preguntó Liam.

-Un poco. Pero mejor terminemos con la lección de hoy, no falta mucho.

-Podemos terminar comiendo...aquí. Así verás si he aprendido...- dijo con un guiño pícaro.

Graham sonrió. Hacía tiempo que nadie lo miraba de aquel modo. O al menos él no había sabido notarlo.

-Supongo que tienes razón, es una buena idea. Pongamos en práctica lo que aprendiste...si es que aprendiste- respondió también él tono juguetón.

Liam sonrió.

-¿Y si no aprendí?- preguntó y su mirada era ya más provocadora que traviesa.

-Afrontarás las consecuencias, jovencito- respondió demostrándole que los años que le llevaba eran pocos pero bien vividos.

La voz suave en contraste con el tono frío de aquella advertencia obligó a Liam a refugiarse en la cocina para evitar desatar sus impulsos en el momento menos oportuno. Esta vez y como nunca antes, no deseaba estropear las cosas.

Comenzó a disponer la comida que Damon había dejado preparada para la cena y eso lo hizo caer en la cuenta de que no podían prescindir del dueño de casa. "Sería de mal gusto", pensó riendo al recordar que así lo diría su flamante instructor de etiqueta. Se asomó a la sala.

-Graham...- murmuró algo turbado- creo que...- señaló hacia la puerta del cuarto- creo que tal vez...

-Deberías llamarlo, claro- se adelantó- es su casa.

Golpeó la puerta de la habitación de Damon deseando que estuviese dormido o que prefiriese tomar su cena en la cama. Pero la rapidez con que su figura espigada se dejó ver hizo comprender a Liam que probablemente hubiese estado todo el tiempo muy cerca de la puerta.

-Cenaré en la sala. Gracias por avisar.

Salió del cuarto muy erguido; el mentón en alto, la mirada desafiante.

-Pero parece que tú siempre estás en buena compañía, Liam- observó con malicia.

Su compañero de piso volvió a la cocina a ocultar su incomodidad mientras Graham se limitó a un lacónico saludo.

-Buenas tardes, Damon.

Se sentaron alrededor de la mesa. Liam se encargó de servir. Lejos de su habitual timidez, Graham fijó sus ojos en Damon. Su mirada vacía pero insistente parecía ocultar resentimiento por la burda exhibición de aquella caja y el probable intento de que viese su contenido. Liam pensó que debía ser eso o quizá...quizá sólo se recreaba en la contemplación del rostro de Damon. A fin de cuentas, era un espectáculo digno de verse. La idea lo disgustó de inmediato. No podía dejar de preguntarse cómo no lograba ser él quien capturase la completa atención del visitante. Tosió, en un vano intento de deshacer las miradas cruzadas de los otros dos comensales que ignorándolo, no dejaban de observarse.

Liam tenía poco que envidiar al dueño de casa. No era apuesto, era hermoso. Tanto, que resultaba difícil verlo a la cara por mucho tiempo. Había algo intrigante en su rostro impasible adornado por aquella expresión distante, melancólica, triste por momentos. Se había acostumbrado a oír comentarios –en ocasiones muy indiscretos- acerca de su belleza física. Hasta su propio hermano solía bromear apuntando que con los años, Liam había crecido hasta transformarse en una bella mujer, en la hermana que siempre deseó tener. (1) Le gustaba hacerlo rabiar con aquel comentario pero no por eso mentía. Su figura, más muchachil que viril, abonaba a una apariencia sutilmente andrógina y sobre todo, perturbadora.

El AmanteWhere stories live. Discover now