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Y me encuentro en la penumbra, en el punto específico en que la luz de la luna o los faroles oxidados, por la pesadez de la indiferencia y el doloroso olvido, no llegan a dar con recelo contra mi piel. La luz y apenas llega a tocar la punta de mis dedos, los cuales huyen ante el contacto mínimo de esperanza.

El gran ventanal me permite observar minuciosamente a los intrusos nocturnos mientras, en esta pesada noche, el cielo me deja descifrar los secretos que guarda cuando la luz del sol se oculta entre las montañas hasta desaparecer en el horizonte, dando paso a la noche estrellada.

La música se entrecorta cada vez que una lagrima intrusa sale buscando la libertad en que tanto intentaba encarcelarla; la canción del cantante que detesto, suena con recelo, como si quisiera adueñarme de tan melancólica melodía.

El gran ventanal que está frente a la solitaria calle de vicios y recuerdos me invita a caminar por su sendero.

Las palabras hirientes navegan con recelo,
Buscan refugiarse en mis pensamientos y matarme lentamente por dentro.

La memoria puede matar al hombre,
Sus memorias me matan las ganas de salir a flote.
Busco con desesperanza a quien entienda o aporte a ayudarme a esta agonía que me carcome.

El gran ventanal que está frente a la calle de vicios y recuerdos hoy me invita a quedarme a dormir en su sendero...

Doy un pequeño salto en el lugar en cuanto mi reflejo que apenas y se puede notar, cambia. Puedo ver a mi padre con la misma angustia que abraza con fuerza mi mente y corazón, y ahí es cuando entiendo la agonía que sentía cada día, cada noche en que sus pinturas sólo eran utilizadas para cubrir huecos, para mantener el fuego anunciando su enojo o simplemente cubrir un espacio vacío que necesita ser compartido con otra cosa igual a él, sin relevancia alguna en el mundo exterior.

Y es ahí, en la pesadumbre de la noche, entre cabeceos por el sueño y el temblor de mi cuerpo por la incógnita pregunta de ¿Qué cambiará mañana? Me doy cuenta que, mi mayor temor es terminar como mi progenitor.

Solo con las ganas de seguir pintando aún sabiendo que puedo morir sin haberlo conseguido.

No escuché el adiós que me brinda la noche y el saludo de la mañana; me desperté por inercia, con un dolor de cabeza misterioso e indescifrable, Nessa solo dejo caer con pesadez el plato de cereal en mi mesa, la sutileza había tomado sus maletas y huyó esa mañana junto con la frescura de su rostro y dio paso a su mal humor y a sus ojeras.

Y la entendí, este es el día en que suelo desaparecer horas o todo el día, eso suele molestarla porque mi estabilidad y mi conciencia toman vacaciones a Villa Carajo para darme la oportunidad de hacer lo que quiera sin el miedo presente de arrepentirme. Todos estos años me esperaba en la madrugada del día siguiente con un vaso de leche caliente calentando sus manos, siempre anunciaba el deseo de no querer engendrar un hijo, pero al final de la noche de cada 17 de febrero, terminaba como una madre preocupada por su hijo descarriado.

Pobre mujer.

Mi tía Elena nunca se enteró de mis andanzas en el aniversario de muerte de mi padre, solía llamarme para saber cómo me encontraba, sin embargo, no contestaba y ella se lo tomaba como mi duelo. Cree qué paso acostada en mi cama, ahogando mi rostro en la almohada mientras las lágrimas me sofocan, pero no es así, mi modo de luto, mi duelo, se basa en perderme en aquel bar donde la misteriosa melodía del piano me deja viajar por mis pensamientos.

Un amarre por accidenteWhere stories live. Discover now