O n c e

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—Lean la nota—

Karol

Los pelos de punta, neta. Esto no podía ser real.

De ninguna maldita manera esto podía estar pasando.

— ¿Director ejecutivo? — Pregunté aún en shock.

— Y productor, asistente de guionista y de elenco. — Murmuró Ester suavemente.

— Explícate, por favor. Antes de que entre en pánico.

— Él es quien está a cargo de todo, y es por él que tú estás aquí.

Maldito Ruggero hijo de la chingada. Él había planeado toda esta maldita mierda, había manipulado todo para que yo crea que solo se encargaba de la música.

¿Recuerdan cuando dije que este no era mi Ruggerito? Pues recuérdenlo. Porque él jamás hubiera hecho esto solo para lastimarme, y ahorita lo estaba haciendo.

Apreté mis manos en puños y tomé aire para luego salir de aquella habitación cual alma que lleva el diablo. Este maldito iba a escucharme. Llegué a su oficina y, sin golpear, me adentre en ella. Pero Ruggero no estaba allí.

(...)

— ¡Karol! ¡Joder Karol que no puedes irte así! — Chilló Ester detrás mío.

— ¡Si puedo y lo haré! — Grité y me volteé. — Esto no está bien, Ester. No puedo no hacer nada.

Ella hizo una mueca pero ya no intentó detenerme. Me moví rápidamente por el estacionamiento en búsqueda de mi auto; lo buscaría en cada rincón del país pero juro que lo encontraría. Lance mi celular en el asiento del copiloto mientras llamaba a su número una y otra vez, a sabiendas de que no debía conducir enojada, y mucho menos hablando por celular.

El pitido me desconcentraba y me enojaba más cada vez que sonaba. Me estaba ignorando. Llegué a su casa mientras mi teléfono seguía llamando al suyo. Golpeé frenéticamente la puerta y unos segundos más tarde Candelaria apareció frente a mí. No parecía sorprendida de verme, de hecho. Frunció sus cejas demostrando su confusión ante mi presencia.

Y si, probablemente lucía como un toro enfadado echando humo por mi nariz y mis orejas, o algo por el estilo. Ella hizo una mueca ante mi presencia, como si no le molestara ni sorprendiera mi presencia allí.

— Está en el estudio. — Dijo moviendo sus labios a un costado.

— Gracias... — Respiré y caí en la situación; ella me estaba diciendo dónde estaba Ruggero, estaba apretando sus labios y sus ojos estaban rojos e hinchados. — Cande, se que soy la última persona con quien quieres hablar, pero no luces bien, ¿Necesitas algo? — Ella suspiró y sonrió vagamente.

— No, nada más que pedirte perdón. 

— Yo soy quien debe pedirte perdón, después de todo. — Nos mantuvimos en silencio unos segundos y luego ambas sonreímos.

— Quien debe disculparse es él, con las dos. — Reí suavemente y ella me abrazó.

Candelaria me estaba abrazando; repito, ¡Me estaba abrazando! Le devolví el abrazo sabiendo lo que esto significaba: Ella finalmente sabía, lo sabía todo y se había enterado al mismo tiempo que yo. Pero claramente, no habíamos tenido el mismo tipo de reacción, y verla así me hizo entender muchas cosas.

Papá. »RuggarolWhere stories live. Discover now