-Capítulo 14-

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*Luchando*


-Es aquí. -Le indicó el investigador. La ambulancia se detuvo tras ellos. Era mediodía y en cuanto el investigador le informó el paradero de Isabella, habló con Paco y se pusieron de acuerdo. Gladis, una compañera de su trabajo, describió su estado, así que de inmediato actuaron, no había tiempo que perder.

Bajó del auto sintiendo las manos hormiguear, y un miedo creciente que se arremolinaba por cada célula de su sistema. El lugar era deprimente, viejo, espantoso, por no decir tétrico. La colonia se veía peligrosa. Se pasó una mano por la frente, lleno de angustia.

¿Hasta dónde se vio orillada Isabella para llegar a esos extremos?

De solo pensarlo crecía el nudo en la garganta. Tenía terror de verla. Sabía perfectamente que no se encontraba bien, pero vivía, eso era lo único que importaba. La compañera de su trabajo había estado ahí el día anterior por la noche y aseguró que aún respiraba, incluso hablaba, se movía, sin embargo, dudaba que sobreviviera más tiempo, por lo mismo ese día pensaba llevársela a vivir a su casa. Gracias a Dios en toda aquella tragedia existió alguien que la ayudó de alguna manera.

Con los puños apretados y la quijada tensa, siguió al hombre, los camilleros aguardaron pues debían asegurarse de que fuera ella, y eso solo lo podía hacer él. El detective tocó la puerta de la casucha mientras Sebastián observaba todo a su alrededor con el pulso acelerado. Salió una mujer con gesto áspero.

-¿Qué quieren? -preguntó osca.

-¿Aquí vive una señorita llamada Isabella Fuentes? -La dueña de aquel espantoso sitio los observó dudosa, al igual que a la ambulancia, y los demás hombres que aguardaban a una buena distancia, pero atentos.

-Sí, creo que sí -habló con su voz de cacatúa.

-Me hace el favor de llevar al señor a su cuarto. -Le pidió el agente ofreciéndole dinero. La mujer sonrió complacida mostrando una desvencijada dentadura.

-Desde luego, yo lo llevo -y así lo hizo. Sebastián, al entrar, apretó la quijada, al igual que los puños. Eso no se le podía llamar casa, no tenía sentido. El martilleo de su corazón ya era tan escandaloso que golpeaba tras sus orejas. Un metro antes de un trozo de madera que pretendía llamarse puerta, la mujer se detuvo-. Es ahí, pero le advierto que es bien rara, desde que me pagó las semana pasada no ha vuelto a salir y ya le dije que si no lo hace esta, saco todas sus cosas.

Sebastián sacó de cartera un billete de alta denominación y se lo dio. La dueña del lugar casi se desmaya, se hizo a un lado para que pasara, no parecía estar de humor.

Sebastián, tembloroso, se detuvo frente a la barrera que los separaba, tomó el picaporte y lo giró lentamente. Abrió despacio. Un olor a enfermedad y descompuesto se le metió hasta sus pulmones, su corazón se detuvo. Cerró los ojos con fuerza, lleno de pánico.

La habitación estaba en penumbras, las cortinas desgarradas se hallaban cerradas obstaculizando cualquier entrada de aire o luz. De repente, justo frente a él, reparó en un pequeño bulto sobre la cama. Buscó el interruptor, prendió la luz. La pequeña anatomía ni siquiera se movió, daba la espalada a la puerta.

Sus piernas parecían adheridas al piso, sin embargo, debía mandar al demonio su dolor y hacerle frente a la situación. En ese momento solo la fuerza y entereza era lo que la salvaría.

Dio, vacilante, un par de pasos. No podía ser ella, parecía demasiado pequeño ese cuerpo.

Un sudor frío lo recorrió desde los pies hasta la nuca, rezaba por no haber llegado tarde. Había restos de fruta sobre la mesilla de noche, también galletas y jugos sin abrir. Rodeó la cama con el pecho apretado y de pronto, vio su rostro. No pudo moverse, incluso dejó de respirar.

Vidas Cruzadas © ¡ A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora