-Capítulo 18-

802K 37K 3.6K
                                    

*La culpa*


Recostada sobre una tumbona en el gran jardín de la casa de sus hermanos, tomaba un poco de sol a media mañana. El aire de febrero era frío pero la hacía sentir bien, y por instrucciones del médico tenía que volver a recibir la luz y calor de aquel astro unos minutos al día para que las vitaminas se fijaran.

Ladridos cercanos hicieron que se incorporara, giró intrigada al interior de la casa. Luna y Miel corrían directo a ella, Sebastián iba caminando muy detrás. Su corazón sufrió una embestida molesta. Lucía bien, tan alto y asombroso como siempre. Sus manos sudaron, enseguida pasó saliva con la respiración disparada.

Los canes no se detuvieron hasta que la tuvieron en frente, por un segundo olvidó las sensaciones que le provocaba el hecho de que estuviese ahí y sonrió asombrada, se levantó de inmediato y las abrazó. Los animales la saludaron efusivamente tumbándola sobre el pasto.

-¡Dios! Pero si están hermosas, las extrañé tanto -admitió divertida, tomando a una y otra de la cara-. Están guapísimas -se sentía feliz de verlas. Ambas le lamían el rostro, excitadas, no la dejaban ponerse en pie.

-Luna, Miel -las llamó el recién llegado con autoridad. Ellas se detuvieron al instante tornándose dóciles como siempre que él les daba una orden-. También te echaron de menos -declaró tendiéndole una mano para ayudarla. Isabella dejó de sonreír, declinó su oferta, prefería hacerlo sola, sabía perfectamente lo que su contacto provocaba en su cuerpo y no quería evocar todo lo que generaba.

-Se ven bien... -susurró observándolas jugar-. Gracias -expresó encarándolo al fin. Ese hombre sabía cómo doblegarla, pero no lo iba lograr, no lo permitiría.

-No es nada -contestó guiñándole un ojo con ternura. Isabella retrocedió nerviosa. Al percibir su actitud, la invitó a que se sentara nuevamente mientras él lo hacía en la tumbona que se encontraba frente a ella.

La joven sentía su mente girar y girar, los recuerdos rebotar de un lado a otro, el dolor emerger. Hasta donde se ubicaba podía oler su colonia, esa que la enloquecía. Cerró los ojos con temor. Era impresionantemente varonil, moría de ganas de enredar una mano en su cabello como solía hacer cuando lo veía llegar y lo besaba hasta sentir que perdía la perspectiva de todo. Enseguida se molestó consigo al recordar esos lejanos momentos. Entre ellos ya nada existía, ni existiría jamás. La herida sangraba, la desconfianza, el dolor, la soledad.

Sebastián permaneció en silencio por unos minutos, no podía más que admirarla. Dios, se veía tan hermosa con esa sudadera rosa y esos jeans. Su cabello caía como antes; suelto hasta la cintura y se había maquillado un poco por lo que las ojeras eran muy tenues.

-¿Cómo te sientes? -preguntó esperando a que lo viera de nuevo. Y lo hizo. Amaba esos ojos, los quería tener para siempre fijos en él, había algo en ellos, algo que siempre lo había tenido en vilo, era como si en ellos se perdiera la infinidad del espacio, como si la fuerza y belleza de la vida estuviese ahí, en su iris.

-Bien... Ya no me agoto tan rápido -admitió frunciendo el ceño como quejándose de sí misma, perdiendo la vista en otro punto que no fuera su quijada cuadrada, su cabello claro, su mirada potente.

-Me alegra escucharlo, Isabella. -No pasó desapercibido que no la nombró como siempre, algo se removió en su interior al percibir su lejanía, sin embargo, una parte de ella lo agradeció-. ¿Regresarás este semestre a la universidad? -Conocía la respuesta, Paco lo mantenía al tanto al igual que todos sobre ella, pero quería que saliera de ese sitio donde parecía residir, tan distante y ajeno que no era fácil acceder.

-No, Paco prefiere que descanse y me recupere... -susurró no muy convencida jugando con sus dedos, con la mirada gacha, por lo mismo su cabello oscuro rodeaba su pequeño cuerpo. Asintió con las manos cosquilleando, deseaba por lo menos volver a tocar esa lustrosa melena.

Vidas Cruzadas © ¡ A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora