-Capítulo 16-

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Medicine - Daugther  

*Desconfianza*

Al día siguiente Isabella aceptó ver a Carmen y Raúl. Se sentía muy dolida por lo ocurrido, Marco logró narrarle a grandes rasgos lo sucedido. Conociendo la verdad, entendió lo bien orquestado de todo aquello, era imposible que pensaran lo contrario. Lo cierto es que la herida ahí estaba, el dolor que causó, también.

Al escucharlo, lo único que la había dejado realmente muda, fue la tenacidad de su hermano. No le alcanzaría la vida para agradecerle que le hubiera creído a pesar de que todo la acusaba. Deseaba continuar hablando con él, aún tenía muchas dudas, pero el chico ya estaba impaciente porque sus padres adoptivos pudieran verla al fin y jamás le negaría nada, no a él, por eso había aceptado que entraran.

—Isa... 

Cuando los vio de pie en el umbral sus ojos se llenaron de lágrimas que acudieron sin ser solicitadas, esas personas significaban más en su vida de lo que en su momento llegó a imaginar. 

Ambos lucían mayores, asombrosamente tristes y expectantes. Su mirada se posó de inmediato en él, en Raúl, de alguna manera pese a querer mucho a Carmen ya que en ese tiempo la había visto como una madre, con él siempre existió afinidad, complicidad, podía hablarle de cualquier cosas, debatir hasta reír, escucharlo cuando conversaba sobre temas absolutamente interesantes, o simplemente jugar ajedrez por horas como Sebastián le había enseñado en la infinidad de veladas juntos.

 Cerró los puños con la poca fuerza que tenía de tan solo pensarlo. Cómo remendaría eso que ahora estaba roto.

Carmen, nerviosa, culpable y turbada por verla así, tan demacrada, tan delgada, tan vulnerable, fue la primera que se acercó. Isabella la observó sin pestañear. La mujer se detuvo a su lado, llorosa. Raúl avanzó más lento, el agujero en su pecho creció aún más al ver su semblante. Quería gritar, golpear hasta drenar toda aquella rabia acumulada, la impotencia.

—Hola... —musitó con voz débil, notando la tensión en su hermano, que tenía a un lado. La mujer se llevó la mano a la boca y comenzó a sollozar completamente descompuesta.

–Perdónanos, perdóname por favor, mi niña... —rogó arrepentida, su cuerpo se estremecía debido al dolor.

—Marco... ya me explicó todo —expresó con las lágrimas que humedecían las comisuras de sus ojos. La paz que antes solían generarle, no estaba, esa seguridad se había esfumado.

—Lo ocurrido... fue atroz, algo que jamás debió ocurrir, y ni siquiera tengo el coraje para pedirte que me disculpes, la herida que dejamos en ti no será sencilla de borrar, de curar, Isabella, demasiado costó este error —habló el hombre con voz neutra, aunque claramente contenida, plagada de dolor.

—No tenían manera de pensar lo contrario, intento entenderlo, y... los perdono. Aman a mis hermanos, no podría ya pedir más, ellos lo son todo. –Raúl negó dejando salir las lágrimas, mirándola fijamente. Se veía absolutamente insegura, perdida y resentida, incluso ajena, y no podía exigirle algo diferente, pero en ese momento y por la memoria de sus hijos, se juró que la protegería el resto de su vida, independientemente de lo que ella decidiera respecto a ellos.

—Y te amamos a ti, eres nuestra hija –pronunció él a los pies de la cama. Isabella al escucharlo decir aquello, no pudo más y un llanto convulso se apoderó de su ser. Esa palabra a veces dolía tanto y sin embargo, también los amaba, los amaba demasiado. Carmen, lentamente acercó su mano a la suya, frágil, y la rodeó con sus dedos, intentando infundir en su tacto algo de resignación, de apoyo, de seguridad. Isabella se limpió las lágrimas al sentirla. Observó el gesto, desorientada, llorando aún, luego la miró a los ojos. La determinación que vio en ella la sosegó un poco.

Vidas Cruzadas © ¡ A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora